¡Eureka, cumplí dos años!

Resulta que estoy todavía a medio mudar y sin muebles, resulta que estoy frente a la computadora, que la computadora está montada sobre cajas llenas de libros y que estoy sentado sobre una sillita de jardín de plástico, resulta que de pronto suena en el shuffle del media player ¨Bird on a wire¨ de Leonard Cohen y resulta que yo pongo mis manos en mi nuca y me arrellano en la silla porque como un pájaro en un alambre y como un borracho en un coro de medianoche he tratado a mi manera de ser libre.

Trac y la silla de plástico está manca de una pata, yo caí con la espalda contra uno de los mástiles de la cama y la cabeza contra uno de los barrotes y el pájaro ya no está arriba del alambre y el borracho del coro de medianoche patinó y rodó entre las gradas y cuando me miro la espalda al espejo veo una raya roja de sangre en la remera. Y estoy medio atontado y medio maravillado porque mi sangre es de un bermellón bellísimo (al menos en la servilletita de papel). Y si yo fuera Arquímedes en este momento inventaría la hidrostática y si estuviera en una película de Zemeckis inventaría autos que viajan en el tiempo. Encima del golpe tengo la sangre, así que también da como para escena final de Rocky, la sangre que mana como bálsamo, el triunfo con la cara desfigurada y las neuronas apelmazadas pero triunfo al fin con un uppercut agónico y que Mario Barackus bese la lona y que a vos te levanten sudado y sangrado flotando entre las cabezas de la turba turbia.
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Ausente con aviso

Doy la quincuagésima vuelta, irritado porque el lugar es un desastre. Uno de los tipos acodados en la barra sonríe. Está borracho, pienso yo, y continúo mi periplo, aferrado a mi botellita de Pronto Shake. Cuando me freno y giro para apoyarme contra una columna, veo que el borrachín de la barra está a dos metros, con la sonrisita todavía colgada de la cara.

– Hola – me dice, antes de que pueda reaccionar.
– Hola – respondo, sin demasiado interés.
– ¿Nos damos unos besos?
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Estrellas

– Últimamente me piden muchos combinados…

Marcelo no vende conitos en el McDonalds ni cose conjuntitos para una boutique.

– La otra vez me llamaron para que vaya a la fiesta de un tipo que tiene mucha guita, bastante conocido el chabón. Había como 5 tachos más, bastante gente, y merca a morir…

Se interrumpe, sonríe y sopla el humo del cigarrillo hacia un costado. Después se inclina sobre la mesa y murmura:

– Hay cada loquito… Estaba este pibe, como de unos 25 años, lindo, físico de gym. Yo enseguida me dí cuenta que le gustaba la biaba, no me preguntes por qué. Se aburrió pronto del chás-chás en la cola. Probé con el cinto, pero yo tenía uno de esos cintos de vestir New Man que no le hacía nada. El pibe estaba a mil. De pronto desapareció dos minutos y volvió con una zapatilla, de esas de suela gruesa…
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