En la playa (10): Mis mascotas

La gente tiene una relación histérica con la playa y con el concepto mismo de “vacaciones”. Yo entiendo que en la expresión “irse de vacaciones” es instrumental el verbo “irse”. Irse a otro lado, escapar, dejar atrás la repetición y la rutina. Estar en otro lugar para probar ser otro. Experimentar. No hace falta tirarse en paracaídas ni salir a cazar búfalos, pero por lo menos desconectá.
Pero no. El otro día veo unos pibes con un gigantesco parlante en la playa. Raro. Venís a la playa a experimentar acústicamente el ruido de las olas que no escuchás el resto del año y lo tapás con cumbia pedorra. Y ojo: si lo tapás con Berthoven es lo mismo. Bancate el silencio, o el ruido de la gente y de las olas.

Me meto al agua. Las olas grandes se levantan y te caen encima. Cuando la ola se enrrolla ves miles de rayas plateadas. Son sardinas. Pasan en cardumen. Y las olas son piononos azules rellenos de lápices plateados. Al rato aparece un tipo con una bolsa de pan y empieza tirar migas al agua. O sea: no me banco el espectáculo gratuito y espontáneo del cardumen de peces, tengo que mascotizarlo, que me giren alrededor como palomas atontadas, inflar sardinas con miga de pan como en el jardín japonés. El animal me tiene que responder, tiene que venir, mirá qué simpático, qué carita que pone, ahí va la mamá con los nenes. No vemos animales. Vemos Disney.

Hemos convertido a la playa en una discoteca y a los animales en mascotas. La pantalla casi vacía de la playa, con los trazos primarios del agua, el viento y la arena nos pone ansiosos. Hay que musicalizar y mascotizar. Convertir la playa en TU playa, personalizarla, como lo hacés con tu celular. Cambiarle los colores, el ringtone y mirar el videíto de youtube donde los peces y cualquier otro animalito hace monadas. Porque haciendo monadas parecen personas. Se parecen a vos. Y solo si se parecen a vos te interesa.

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