Tic tacs

Salgo del cubículo de hacer pis y me cruzo con un pibe. Lindo, pelo corto, me sonríe. Me agarra de la cintura, yo le doy una palmadita en el hombro e intento seguir caminando, pero no me deja. Lo miro, le sonrío, trato de avanzar, no me deja. Ya es casi una toma de judo.

– Me encanta lo que escribís en el facebook – dice.
– Gracias, che.

No tengo idea de quién es.

– Te hablé por el chat y me cortaste el mambo mal.

Sonamos. Los reproches de las 5 AM.

– ¿Te acordás de mi?
– La verdad que no. Tengo más de 1.000 contactos…
– Pero yo soy el más lindo.

Aparece otro pibe en el baño, también lindo, también de pelo corto. Y también tiene camisa cuadrillé. Será que a esta hora la gente se duplica y los senderos se bifurcan. Intenta pasar, pero el pasillo en el que estamos es angosto, así que se mete entre los dos y se queda ahí. Es de los que interpretan un pasillo angosto como una invitación a la ternura. O de los que se proponen refutar eso de que tres cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Mira al otro pibe y supongo que se ve parecido, porque se acomoda para quedar espejado y se sonríen. Yo intento avanzar y destrabarme, pero no me dejan. El que recién llegó apoya su cabeza en mi hombro y se queda ahí. Miro por el espejo y veo que cerró los ojos. Sonamos. El otro habla súbitamente en voz demasiado alta.

– ¿Tenés un tiro? – me pregunta a mí.

No sé qué es un tiro. Me imagino a alguien con un revólver. La inseguridad no es solamente una sensación. El otro se despierta unos segundos, dice “shhh, no griten”, y vuelve a acomodar su cabeza en mi hombro y a cerrar los ojos.

– ¿Qué es un tiro? – le pregunto al primero, susurrando.
– Cocaína – responde, también en un susurro, para no despertar al otro. Si tuviera tetas podría amamantar a estos dos, Rómulo y Remo, fundar una nueva Roma, rebootear.
– No, no tengo.
– Ufa – dice, haciendo trompita.
– Pero tengo Tic tacs de naranja.
– Ah, dame.

Se aparta un poco y logro desenredarme de los tentáculos. Acomodo al otro contra la pared, y sigue con los ojos cerrados. Saco la cajita aranjada del bolsillo, la sacudo contra la palma de la mano, sale la primera pastilla con un tic, la segunda con un tac y se las pongo al otro en la palma de la mano. El otro hace un gesto de reverencia, el momento tiene algo de comunión. Tiene las manos muy frías. Se queda mirando unos segundos las pastillas, sin entenderlas del todo.

– Eso va en la boca eh, en la nariz no – digo, y me voy hacia las luces.

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