Me toca el hombro, se asoma apenas, un bulto en la oscuridad. Tengo que torcer la mirada, desajustar las luces de colores que me ciegan, como un bambi cruzando la ruta, el Scania le clava las luces altas, a punto de ser atropellado en la ruta.
– Disculpame, ¿vos siempre venís acá?
– No, mis amigos me dejaron de garpe – no sé por qué empiezo mintiendo, disculpándome por haber venido a este boliche solo. En la pista la gente se amucha, bajan del otro piso, donde la música ochentosa dejó a unos pocos bailando perdidos, nostálgicos. A esta altura de la noche los grupitos compran varias botellas, vacían el balde de hielo, mezclan ahí todo el alcohol, y chupan con pajitas, con varias pajitas flotando en el líquido que no sé si es flúo por las luces o qué.
– ¿Pero siempre venís acá? – insiste él. Me doy cuenta de que contesté otra pregunta, y su insistencia me resulta rara, no importa, a las 5 de la mañana, contestar la pregunta que te contestan.
– No, raramente vengo – estoy a punto de contestar por qué estoy acá, pero me callo.
– ¿Y tomaste algo? – ya siento que me metieron en encuesta de opinión, me falta el múltiple choice. No hay caso, desconecto el teléfono en casa, pero las encuestas me persiguen.
– Un par de speeds con vodka – respondo.
Se queda mudo, y ahí lo miro, ahora ya los ojos se acomodan un poco a su contorno, ahora que los saqué de las luces, y el surge del barro primigenio, con el perfil duro, cuadrado, se parece a uno de esas cabezas de la Isla de Pascua, pienso. Nariz medio aplastada, las cejas gruesas, la remera salmón o naranja, los bíceps gordos, los dedos metidos en el bolsillo del jean, chonguito muñequito de torta. Es un poco más bajo que yo, así que cuando me inclino para escuchar lo que pregunta, veo que tiene la remera metida dentro del jean, justo donde se abrocha el botón, adelante, la panza chata, el bultito cóncavo, las piernas chuecas.
– Yo sí tomé – dice, y hace una pausa.
Mi objetivo hoy es no rellenar estas pausas, bancarme la incomodidad.
– No te asustés, parecés un tipo copado -. Este tipo de frases son las que hacen que te asustes, pienso, pero estoy en un boliche lleno de gente. Así que reviso si tengo miedo, y no tengo. – ¿Vos tomás merca?
– No.
– Ah, qué lástima – dice.
– ¿Vos? – no puedo contra mí mismo, este tipo de repregunta berreta del ¿vos? es lo que termina aguachentando las conversaciones.
– Sí, tomé. Me gusta tomar y venir acá, y está bueno tomar con alguien -. Me está pidiendo merca, así que mejor rajo, pienso. – ¿Nunca tomaste?
– No, nunca tomé. Tomo alcohol, sí, pero merca no.
– A mí me gusta así tomar acá, y entre hombres, está bueno. Porque no todo es sexo, también tomás, y charlás, y estoy buscando alguien así que tome conmigo.
– Igual seguro hay gente acá que toma, eh.
– Sí, pero no es que me va cualquiera.
– ¿Y cómo te gustan?
– ¿Qué cosa?
– Los tipos, ¿o te gustan las chicas también?
– No, solo los hombres, yo soy boxeador. Ahora no se nota, bah, ahora no soy más boxeador, pero antes cuando era pendejo tenía mucho más arrastre. Tenía todo el cuerpo apretado, marcado, pero tuve muchos problemas.
Aprovecho para tocarlo. Le aprieto el hombro, los bíceps, y después deslizo la mano por la espalda. El tipo está todo duro, pienso, y me río por la boludez de que sí, está duro. Chiste berreta.
– Igual seguís estando duro, estás muy bien físicamente – ya hablo como un viejo baboso -. ¿Y qué edad tenés?
– 30.
– Además sos un pendejo.
– No, antes tenía mucho mejor cuerpo…
No sé si se está vendiendo como taxi boy, o está nostálgico de su vida de taxi boy, o qué, pero yo no puedo evitar derrapar al estereotipo de morochón, pobre, boxeador que se pierde por la merca y rueda a la banquina de la prostitución. Muy novela del siglo 19. Mejor no, no le voy a preguntar detalles sobre sus problemas, voy a sobrevolar esto en helicóptero, como un gobernador al que se le inundó una provincia y no le importa demasiado, que otro junte alimentos no perecederos.
– ¿Y de dónde sos?
– Del Tigre, ¿conocés?
– Claro, conozco.
– ¿Y cuándo tuviste sexo por primera vez?
– De chico, como a los 10 años, pero no sexo sexo, unas tocaditas.
Es una regla: cuando dos personas discuten en internet, a los 15 renglones alguien menciona a Hitler, cuando dos hombres gays charlan, a los 15 renglones hay sexo.
– Yo a los 8. Tuve suerte.
Tengo miedo de preguntar, primero empezó pidiéndome merca, y ahora se puso confesional, aunque sabe que no tengo merca.
– ¿Por qué tuviste suerte?
– Porque fue con un pariente.
Ahora sí no voy a preguntar.
– Primero con un primo…
No alcanza con no preguntar, mejor cambiemos de tema:
– ¿Y vos venís acá seguido? – digo, y me gustaría tener un trago en la mano, solo por tenerlo, para hacer el movimiento, revolver el hielo con la pajita, tragar algo.
– Vine la semana pasada. Antes de eso hacía mucho que no venía. Vine la otra semana y vine hoy. Acá tuve mi primer amor.
Sigo armando el rasti del estereotipo. El chico abusado del conurbano, que se escapa a la gran ciudad, se mete en un boliche gay, le rompen el corazón, y pobre y despechado cae en la prostitución y la merca.
– ¿Y vos de qué trabajás? – pregunta, sin entonación, sin fingir interés, me gusta que no finja interés.
– Sistemas – digo, eligiendo una de las cinco cosas que hago. Tengo miedo de darle demasiados datos, que esté rastrillando si tengo guita, que me afane.
– Ah, entonces conocés lo de la dark web.
Rarísimo. Todos los temas mezclados: esto parece un magazine de canal de cable, allá al fondo de la grilla, y mi cabeza que tira zócalos.
– Sí, escuché hablar, pero nunca estuve. Es la internet escondida, se entra con un navegador especial, ¿no?
– Dale, vos debés haber entrado – dice -, y es él ahora el que me toca, me aprieta el hombro, y baja la mano por la espalda, y me palmea. El tipo quiere que sea merquero y que navegue la dark web.
– La verdad que no.
– Hay muy buen porno ahí, porno raro, de cosas que me gustan a mí.
Sonamos. Salgamos de esta.
– Tengo gustos muy berretas en el porno, no hace falta meterme en la dark web – digo.
– ¿Qué te gusta en el porno?
– Porno más amateur, tipos más musculosos o morrudos, peludos, pero no estrellas porno. Todo muy aburrido, aparte miro siempre lo mismo, no necesito mucha novedad. O sino miro porno hetero amateur.
El amaga a hablar de sus gustos, y yo le digo que ya vengo, que voy al baño. Voy. Me mojo los ojos, me los miro al espejo, hago tiempo, el espejo es amplio y la gente lo usa para el levante, salgo. Doy una vuelta por ahí, me fijo si otros van y lo encaran al boxeador. Subo al otro piso, casi nadie bailando el pop ochentoso, lindo el tipo de seguridad, alto, con la cara como un dios hindú, pantalón achupinado, casmi ajustada, brilla tu diamante chongo, riéndose. Bajo atrás de una travesti altísima, con unos tacos finos altísimos, la escalera tiene esos escalones enrejados, así que ella tiene que elegir bien cada paso, lento, lentísimo, y yo no la apuro, ella elige el lugar, mira, tantea, y luego pisa, se afirma, como Tom Cruise en Misión Imposible, pisar mal podría hacer estallar todo termonuclearmente.
Cuando bajo el pibe sigue ahí. Me acerco, y le doy una palmadita en el hombro.
– Sos buen tipo vos, no parecés de sistemas – dice.
– Escribo, también.
– Ah, sos filósofo -. Lo voy a corregir, a decirle que en todo caso escritor, pero no, lo dejo. – Si vas a escribir esto cambiame el nombre.
– No sé tu nombre.
No me lo dice, creo que ni me escucha. El tipo está guionado, hay simulacros de ida y vuelta, pero es un monólogo de él, su plan, su ruedita de hámster en la que gira, pedaleando.
– ¿No te gustaría estar conmigo en un lindo hotel, con jacuzzi? Tomar un poco de merca…
– No quiero tomar merca, la verdad.
– Sí, a mí me generó muchos problemas. Vos sos un tipo sano.
– No sé si sano, pero merca no tomo.
– ¿Pero te da miedo la merca?
– Un poco sí.
– Pero no tenés que tomar vos. Yo tomo merca y te chupo el culo, y estamos en el jacuzzi. Te invito yo.
Me dan ganas de abrazarlo. No sé si por él o por mí. Espero a que se me pase.
– Yo quiero alguien que esté en la misma onda. No importa si es hombre, mujer o travesti. Por eso me gusta venir acá. Acá la gente es popular. Y algunos están potenciados.
Me suena en la cabeza la propaganda de Bardahl. Bardaaaahl. Y me acuerdo de mi tío, cuando de chico me llevaba a la cancha a ver a Rácing, casi todos los domingos. No recuerdo una tarde o un momento específico, solo volver en el auto, muchas veces, escuchando los resultados de los partidos, y la propaganda de Bardaaaahl. No sé si decía algo de potenciado, pero me acuerdo de eso. Y de mi tío muriéndose joven, y de que se murió en capital y hubo que llevarlo a provincia, y yo fui en la ambulancia con mi tío muerto atrás. Me acuerdo de todo eso, no sé si con imágenes, nada específico, como una mermelada.
Le masajeo la espalda al boxeador, para darle cariño, pero el masaje me parece sexual, así que lo interrumpo, lo abrazo, de costado, torpemente, tratando de que no haya nada confuso. El tipo se queda ahí duro, por un momento creo que va a inclinar la cabeza y apoyarla sobre mi hombro, pero sigue duro y erguido, en su Isla de Pascua.
– Si no te gusta que te chupe el culo no te lo chupo, no quise decir eso. El sexo no importa.
– Yo te entendí.
Ahora no lo toco.
– Por eso a mí me gusta charlar así, con gente copada como vos, y les digo lo que me gusta, y si les va y podemos tomar juntos, me encanta, eso es lo que yo quiero, y sino está todo bien, cada uno sigue su camino…
Me está echando.
– Sí, claro – digo -. Me encantó cómo me encaraste. La gente no sabe bien cómo encarar. Vos en cambio planteás lo que querés, no sos zarpado, vas tanteando, preguntás. Tendrías que dar un seminario de levante o un curso de leadership.
No se ríe. Ahora me doy cuenta que nunca se rió, que nunca dijo algo que no sea literal, que estamos hace rato al ras del piso. Cuando lo pienso, estamos en el subsuelo.
– Bueno, me voy a ir y te voy a dejar. Me encantó charlar con vos.
– Vos si querés andá a buscar otra cosa – dice él, y le miro las manos. Creo que nunca las sacó de los bolsillos, y sin embargo me tocó la espalda. Ahora dudo de si me tocó o no. Pareciera que nunca se movió. Tiene los ojos oscuros, como recortados, intensos, y vuelvo a pensar que está tallado, casi apoyado contra la pared, como saliendo de la pared, o del piso. – Ya sabés, yo te invito al telo. Y yo tomo merca, vos no, no tenés que tomar. Pero me gustaría que estés ahí.
Ahí me doy cuenta.
– ¿Tu primera amor, ese amor que descubriste acá, y al que volviste ahora, después de muchos años, es la merca?
– Sí, claro. En la semana no tomo, cada tanto me gusta venir acá y tomar, o irme con alguien y tomar, con gente como yo, popular.
Subo al segundo piso, me siento en una mesa, y dejo que la gente me pase por los ojos, como en una pecera. Después subo y bajo varias veces. Lo veo a él moviéndose a distintos lugares del boliche, siempre en un rincón oscuro, con los dedos clavados en el jean. Se le acercan a hablar varios, hablan un poco y se alejan. Después voy hacia el frente del boliche, me asomo, y veo que empieza a llover, primero lentamente, después, enseguida, con furia, con bronca, como piñas, como un reclamo.
Es el día, que empieza, y la luz grisácea baja sobre los autos y las veredas, y el agua cae no en gotas sino en copos. El boliche cierra en media hora, y ya algunos hacen cola en el guardarropas, pero después dicen no, llueve con todo, y retroceden, vuelven a meterse al boliche, riéndose. La lluvia les parece una ocurrencia, un souvenir de una noche de baile y manoseo y vómitos y sexo en el dark. Yo saludo al de seguridad, paso por el detector de metales que hace biip biip biip, y el de la puerta amaga a decir que llueve, que llueve mucho. Como si yo no lo viera mientras cruzo la calle, y el agua entrando ya por el cuello, bajando por la espalda, bajando.
Bien por el regresso!
Abrazo.
Gran obra. Con detalles increíbles como este:
No me lo dice, creo que ni me escucha. El tipo está guionado, hay simulacros de ida y vuelta, pero es un monólogo de él, su plan, su ruedita de hámster en la que gira, pedaleando.