Cumpleaños 47

Es mi cumpleaños y es el cumpleaños del boliche y por eso cuando llegamos, aunque es temprano, ya está lleno, con el escenario allá atrás flúo, y la gente oscura, como una ola, derramada, hamacada por la música, que nos llega hasta acá, hasta los pies, que nos invita a meternos, a movernos acompasadamente, amasando el sudor pringoso ritual. Vení, vamos metiéndonos, le digo a mi amigo, y bailamos, y miramos y yo enseguida veo al guitarrista de los AC/CD, con gorra y todo, a Doña Florinda (con algo que parece ruleros pero no son), a Axl Rose con una novia muy linda (los saludo, les convido un chicle, son de Arizona), y a una travesti alta, camión, que tiene un tajo enorme en la espalda sobre el que se derrama un chorro de pelo espeso. Cuando giro una vuelta completa y me la encuentro de nuevo de frente el efecto es Linda Blair, el tajo de la espalda parece en realidad un escote, de frente, y por eso parece tener la cabeza girada, el cuello retorcido. Le hago la reseña a mi amigo de cada uno de los personajes que nos rodean, y acuerda con mis avistajes, se ríe. Me encanta este lugar, acá me siento cómodo, me siento en casa, le digo. Él también.

El oleaje me lleva o me dejo llevar por el oleaje, y a medida que avanza la noche avanzo hacia el escenario, donde la gente está más apretada y más mezclada. Una chica me toca el hombro y me pide agua, sacando la lengua para el costado, como una perrita. Le convido. Está abrazada a otra chica, y con ellos está un flaquito caribeño en cuero, de físico laburado, con pezones muy oscuros, con los huesitos de la cintura entrando al pantalón apretado donde asoman unas rayas de bóxer flúo. Lo abrazo y bailamos, nos conocemos de otras fiestas. La perrita de la lengua afuera me hace pulgar arriba y me devuelve el agua, y lo manosea al caribeño, le franelea los pectorales, pone cara de cómo me calienta esto, el caribeño se sonríe y bambolea todavía más las caderas. La novia de la perrita me dice “A Coca le encanta esto”, manoseando también el cuerpo del caribeño, que sigue riéndose. Ahora la perrita le aprieta las tetas a la novia y después los pectorales al caribeño para comparar, y pone cara de no saber con cuál quedarse. La novia pone cara de y bueh.

Dos cabezas más allá una chica me mira y cuando muevo la cabeza para acá y para allá me imita, me sonríe, y cuando yo bailo más rápido y marcando más el paso, ella también se empecina en seguirme, pero hace gesto de no puedo bailar como vos, y se encoge de hombros. El que sí puede es uno que me planta enfrente y me agarra demasiado fuerte de los hombros. En vez de dedos parece que tuviera las pinzas de un cangrejo, y revolea la cabeza, salta, me empuja un poco, y el baile tónico se vuelve un pogo que no me entretiene. Pero el loquito, que es chongo y me habla y no sé qué me dice, insiste con bailar conmigo. Yo le hago lugar pero se me viene encima y lo escucho decir dale dale dale dale dale. Y bueh, dale, me abraza, se separa para mirarme a los ojos, hace trompita de aguerrido y baila todavía más rápido. Yo retrocedo un poco pero es peor, atropella y me pega un cabezazo en la nariz. Me mira espantado y empieza a disculparse aunque de la boca le sale un gorgorismo, trata de arrodillarse para pedir disculpas y le digo no pasa nada, y me voy para el baño.

Me mojo la cara, me meto el dedo en la nariz, y sale rojo brillante. Por el espejo empañado, invertidos, pasan pendejos en distintos formatos. Uno se frena y me sonríe y después se queda mirando. Me pegaron un cabezazo, le explico. Uh, me dice, todo mal. Trato de manotear una toalla de papel pero no sale nada, y mis dedos gordos no entran por la ranura. Dejame a mí, dice el pibito, y mete un dedo ínfimo y saca una toalla. Levantá la cabeza, pa, dice. Debe tener 20 años, pero habla con autoridad de médico. Apretate, dice. Me da un par de toallas y yo mojo una abajo de la canilla para limpiarme la sangre. Aparece otro pibito más, y pregunta qué pasó, y otro más, y ahora son tres, y se armó un micro congreso médico sobre sangrado de nariz. No, pa, seco tiene que estar el papel, dame, dice, y hace un bollito y me lo pasa. Espera a que me lo ponga, con los otros dos monitoreando, me hace levantar la cabeza, listo, no se te nota, dice, vamos a bailar, dice, y los nos vamos para la pista, pero en el camino los pierdo.

Me meto a la pista, frente al escenario, pero me salgo enseguida, el mar está bravo. Al costado hay un tipo alto, barbudo, lindo, de camisa azul, con pelos enrulados asomándole en el pecho, tiene los ojos llenos de las luces flúo del escenario. Me saluda, se presenta dándome la mano, me aprieta demasiado fuerte, no le entiendo el nombre, soy Christian, le digo, linda fiesta, ¿no?, le pregunto, espectacular, responde. Bailo un poco, él estaba quieto pero empieza apenas a moverse, con pasito tierno de chongo patadura. ¿A vos qué te gusta?, le pregunto, y me mira sin entender. ¿Te gustan las chicas o los chicos?, insisto. Las chicas, dice, y me mira con cara de obvio, y con cara de ¿a vos no? Como no lo miro con cara de obvio, me pregunta. ¿A vos? Los tipos. Pone cara de ah, mirá qué raro, ¿en serio? Qué capo, dice. ¿Viniste solo?, le pregunto, aunque casi no entiendo ninguna de sus respuestas. ¿Y cómo te gustan?, me pregunta él. ¿Como él?, y me señala un flaquito muy producido, que justo se acomoda el pelito y se tironea la remera para abajo, y se alisa los pliegues de la panza. No, bah, podría ser, le digo. ¿Ese?, pregunta. Es uno igual al otro. No, le digo. ¿Y aquel?, insiste. Todos los que me señala son todos clones de lo mismo: flaquitos, producidos, reajustándose el pelo y la ropa cada pocos segundos. No, me gustás vos, le digo. Se ríe, me aprieta el hombro y dice qué capo.

Como no me cree, le digo, me gustan altos, con barbita, simpáticos, relajados, con pelo en el pecho, elegante sport, chonguitos, facheros, como vos. Qué capo, dice. ¿Todo eso soy yo?, pregunta. Sí, no te hagás el boludo que sabés que estás bueno, le digo. Y me calienta más todavía los que saben que están buenos y se hacen los boludos. Te adoro, me dice. Después dice algo más largo que no le entiendo, sobre hacerse chupar, o que le dolería, o no sé qué. No te dolería, le digo, y me río, y se ve que no había dicho nada de dolería, y entonces intento volver y le digo que está lleno de minas lindas y me dice que sí, vení, vamos, dice, y se mete en la pista también, pero también lo pierdo y me acuerdo del papel en la nariz y vuelvo al baño.

Frente al espejo está el que me pegó el cabezazo. Me mira pero no se acuerda de nada, o mejor dicho, me reconoce de algún lado pero no sabe de dónde y nos hablamos desde el espejo. La merca de acá es lo más, me dice, sacado, le sale una voz gruesa que parece venir desde otro lado, como si estuviera haciendo playback. Fui a Ibiza y la merca allá, carísima, y una mierda, dice. Una mierda loco, una mierda. Por atrás pasa uno haciendo la ve de la victoria, otro que dice qué olor a pis radiactivo, man, otro que dice qué rica el agua, loco, el mejor invento de la historia.

En la puerta del baño, apoyado contra la pared, está un pibito chongo que conozco de otras veces. Siempre está solo, siempre muy bien vestido, y me dan ganas de abrazarlo, pero es de los que no les gusta que lo toquen. Le digo qué hacés capo, feliz aniversario, y lo saludo con un beso en la mejilla. Se ve que está contento porque me abraza rápido pero me suelta rápido. Siempre tan bien vestido. Retrocedo un poco para mirarlo y el pibe combinó violeta, con camperita marrón, con un jean de color que no se distingue, y no es ni hipster, ni cool, ni moderno, ni clásico. El hace el gesto de qué facha, ¿no?, y posa un poco con carita Pino Colbert. Me palmea el hombro un poco fuerte, y yo sigo para la pista, pero para la parte de atrás, donde hay menos gente, y hay más gente gay.

Saludo a un pibe que conozco, a varios más, y después vuelvo al primero, que está bailando con otros tres, medio de prepo me presento, convido chicles. Bailamos, anuncian que cambia otra vez el DJ, despedimos aplaudiendo al anterior, y la música explota. Abrazo a los dos que tengo al costado, les pongo las manos en los hombros, aunque no los conozco, y al que sí conozco, que lo tengo enfrente, dice ronda, ronda, y nos abrazmos entre los cuatro. Yo apoyo la cabeza en el hombro del de la izquierda, como si apenas me durmiera, después en el de la izquierda, las caras se acercan, todos sonríen. Y yo digo bueh, bastaaaa, porque me enamoro, y no está permitido el casamiento gay entre cuatroooo. Se ríen pero no sueltan la ronda, que sigue unos segundos más, y ahora sí, se abre, y los dos de los costados me palmean la espalda. Yo los agarro por la cintura, por encima del culo, y apenas aprieto acaricio, y los suelto.

Se hace más tarde y mi amigo en el whatsapp me dice que ya se fue, me encantó verte, sos un tierno, te quiero mucho, ya llegué a Merlo, a las 11 tengo que ir a cuidar a mi viejo al hospital. Se hace más tarde y veo al alto de elegante sport sentado a un costado con una chica, me llama con la mano, me acerco, me presenta a la chica, que no puede hablar pero sonríe, y dice este pibe es un capo, lo adoro. Se hace más tarde y un pibe me saluda y me abraza y me dice hace años que te sigue, me encanta lo que hacés, le digo no sé quién sos, ¿seguro que soy yo?, sí, me dice, Christian, soy tu fan número uno. Se hace más tarde y se corta la música y se prenden las luces. Todos se apuran hacia el guardarropas, yo camino lento, y cuando llego el de seguridad, un morocho musculoso con una camisa perfectamente planchada y abrochada hasta el cuello está diciendo hagan la cola para allá, por favor, para allá, por favor. Adelante mío hay dos altos musculosos, muy parecidos, el mismo modelo, pero en distinto color, pelo corto, pecho hinchado, brazotes, uno con rasgos árabes oscurísimos y el otro con rasgos irlandeses pelirrojo.

Hay varias minas que se intentan colar, y el pelirrojo salta y se enoja. Las increpa y les dice no te hagás la boluda y hacé la cola. Las minas sí se hacen las boludas y se quedan ahí, se van metiendo igual. El pelirrojo se las agarra con el de seguridad, y le dicen, chabón, sos un inútil, nos decimos que hagamos la cola para acá y se van para el otro lado y no les decís nada. Veo las gotitas de saliva que le salen al pelirrojo de la boca, en parábola. El de seguridad hace como que no lo escucha. Al lado mío hay un pibito lindo, muy pendejo, con ojos dibujados felices. Dice uh, a este le cortaron la música y se puso re malo. Habla con voz de nene, y no se da cuenta lo nene que es. Desde atrás aparece una mano de mujer, como entrando en un cuadro, y le acaricia el pelo al nene. Qué hermoso pelo que tenés, chabón, le dice. Giro para mirar y es una lesbiana onda Dolores Fonzi, hermosa, pelo corto, un perfil que parece pintado en una vasija rota griega. Le miro el pelo y Fonzi tiene razón, el pelo del pibe es un remolino de pelo, espirales que nacen oscuras en la raíz y se ponen brillantes y titilan en los bordes, como galaxias. El nenito me apoya la mano en el hombro para decirme algo en el oído. Se me puso mimosa, dice, y se ríe. Tiene razón, le digo, tenés un pelo increíble. Nah, que voy a tener, dice, hace una semana que no me lo lavo. Es ahí cuando las luces cambian, declinan, y la noche ya se arrastra hacia su conclusión. Retrocedo un poco para recalibrar y enfocar. No, el pibe brilla, o el pelo. Y le digo no mientas, qué tiene ese pelo, elastina, algo tiene, pero te lo lavaste. Sí, me lo lavé, dice.

El pelirrojo sigue enojado, y puteando. Y Fonzi avanza hacia él. Qué lindos ojos que tenés, le dice. Fonzi es el lobo de Caperucita Roja, pienso. El nenito se me acerca otra vez y me dice al oído esta se pone mimosa con todos. El pelirrojo está diciendo son todos unos maleducados y unos inútiles. Yo empiezo a cantar Friends to be friends, e invito a las lesbianas a que se unan al coro, y se unen, pero no llegamos más allá del friends to be friends. El pelirrojo nos mira, pero ni se enoja ni se calma. Sigue enojado. Le digo flaco, tenés razón. Le voy a decir no te enojes, pero no hay nada menos efectivo que decirle a alguien no te enojes cuando no estás enojado. Enojado se te tensan los hombros, se te hincha la venita de la frente, te salen chispitas anaranjadas de los ojos, sos más lindo todavía, le digo. Por un segundo pienso que me va a estampar una piña, pero no, metí demasiado data en una sola oración y el pibe se tilda, no logra decodificar más allá de cierto tono elogioso o amable. Mira para abajo, la cara en blanco, como cuando la laptop se tilda y el mouse en la pantalla no responde, y después levanta la cara de nuevo y dice: todos estos pelotudos sin dientes, habría que romperles todos los dientes y hacérselos de nuevo, maleducados de mierda, basura. No sé a quién le habla, pero el nene del pelo galáctico se inclina otra vez sobre mi hombro y me dice, antes de que salgamos a la vereda, aturdidos y ateridos de frío y desconocidos y abandonados, este pibe va a ser nuestro próximo presidente.

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