La batalla del movimiento

Solo la pandemia logró volcar a los argentinos al ridículo. Tanta solemnidad teflón (en contraste con el Brasil del carnaval, la bikini a toda hora, y los colores chillones) fue finalmente derrotada por el corona. Pero no es un ridículo asumido, sino justificado por el santo grial del fitness. Cualquier cosa haré, si al hacerlo quemo calorías y evito que se me caiga el culo.

No entiendo a quién corren, o si los corren, pero ahí van, empoderados, febriles: se abarrotan en los cruces de las avenidas, y pegan saltitos en el lugar, esperando que cambie el semáforo. Cruzando la calle, en el parque, la gente se tira cuerpo a tierra, trepa a las ramas de un árbol con un elástico, y no hay caño atravesado en la ciudad que no tenga a un tipo colgado bamboléandose.

Todos marines, listos para el próximo bombardeo, da un poco de verguenza caminar o sentarse en un banco. Hay que transpirar, jadear, gruñir, saltar, trepar, arrastrarse. Plantan banderas, tiran colchonetas, acomodan obstáculos. Se pavonean en cuero, aunque ya haga frío, trabando los pecs y los abs. Hay 8 esperando para colgarse de un caño y 15 para hacer flexiones en una chapa inclinada amarilla. Hay gente que boxea a lo Tyson, pero con alguien invisible. Otros tiran patadas de karate destinadas a Gasparín, el fantasmita amigable. Y, mi preferido, muchos que acomodan cucuruchos flúo y después les zapatean alrededor. Quedo hipnotizado con este tap frenético, y con la concentración Nadia Comaneci que exige tamaño desafío.

Un poco más allá unas veinte mujeres bailan lambada solas, guiadas por un mulato enfático. Tenés que mirar para los dos lados, porque te pasa por encima una tromba enloquecida subida a cualquier modalidad rodante: patineta, patín, monopatín, roller, bicicleta, tricicilo, monociclo, moto de Rappi. Un hippie equilibrista hace equilibrio sobre una soga que une dos palmeras. Una culona se desenrolla en picada colgada de una tela.

Los perros van y vienen, entre fakires que se elongan más allá de lo humanamente posible, una familia pasa entera corriendo, y también corren los dos perros, y un cochecito con un bebé.

Ya casi se hacen las ocho, Cenicienta modo ON, algo cambia en el aire, queda ya poco tiempo y todos nos convertiremos en calabazas. Un avión despega rugiendo desde Aeroparque y y el rugido se convierte en un golpe seco de tambores. Es un grupo de percusión: revolean los palos al cielo, en sincro, los recogen al caer, y le pegan duro a los parches: el bombeo pega directo en el pecho, urgente.

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