El oro y el parmesano

Cada uno tramita la pandemia como puede, yo leo e investigo, me escapo a otros periodos de la historia, para después volver a mirar con ojos nuevos lo que nos pasa hoy. Así que ahí fui, a indagar otros momentos en los que como humanidad la pasamos como el recontratujes. Así que subite a la máquina del tiempo y venite, una máquina onda Volver al futuro, pero no un DeLorean, sino un fitito.

Londres, septiembre de 1666. Gran incendio. Se prendió fuego cuatro quintos de la ciudad. Parece que el pastelero del rey hizo galletitas, se dejó el horno prendido, y pumba, se prendió fuego la casa. La primera víctima fue la sirvienta, que no pudo escapar, el resto sí. Ya ahí los pobres morían primero, y peor. Las casas eran todas de madera, estaban todas encimadas, había muchas papeleras y licorerías, y en 4 o 5 días de viento fuerte se prendió fuego todo. Ah, el intendente de la ciudad era un pavote, y tardó en reaccionar, sino no hubiera sido tan grave.

Pero pará, el año anterior Londres había tenido el último brote fuerte de Peste en Europa. Y encima estaban en guerra con los holandeses. Y con todo el bardo de Enrique VIII, la pelea con el Papado, y demás bardos. Para comparar esto sería como si además de corona se prendiera fuego todo capital salvo Villa Urquiza, y estuviéramos en guerra con Chile.

Pero lo mejor de todo es que en el medio de todo eso estaba Samuel Pepys. Sam era un funcionario de la marina, cosa que me importa más bien poco, y escribía un diario. El diario era para él, secreto, lo escribía en código (taquigrafía), nunca lo publicó. Se descubrió y decodificó bastante tiempo después de muerto.

Sam no lo sabía, pero era un escritor groso, grosísimo, escribía rápido y bien, y honesto, y expuesto. No te la dibuja, ni trata de hacerse el lindo. Su diario no es instagram, no tiene filtro. Lo despierta una sirviente a la madrugada para mostrarle que Londres se quema, a la tarde va a subirse a una torre para mirar bien qué onda. Y a la noche lo escribe en su diario. Cuenta, por ejemplo, que las palomas escapan de las casas incendiadas, pero después vuelven, se prenden fuego, y caen al Támesis.

Sigue el fuego a lo largo de los días, y ve que su casa está en el camino del fuego. Y ahí hace algo genial, y lo asienta en el diario: “I did dig another [hole], and put our wine in it; and I my Parmazan cheese, as well as my wine and some other things.”

O sea, cuando había incendios, y había muchos, y eran imparables, la gente se resignaba a perder su casa y casi todo, pero enterraba lo que quería salvar. Pepys cava un agujero, y salva el vino y el queso parmesano. Cuando leí eso me reí. Después me dio ternura. Después asumí que Pepys habrá razonado, y bueh, pierdo todo, pero sobre las cenizas me hago una picadita. Pepys somos todos, y por eso lo queremos.

Pepys andaba de acá para allá, tratando de convencer al intendente de que dinamitara casas y así parar la propagación del fuego, así que tenía poco tiempo. Por eso me llamó la atención que le diera tanta bola al vino y al parmesano. En realidad después vi que le dije creo que a la mujer y no sé a quién más que entierren papeles importantes y oro. Una semana después cuando fue a desenterrar esto vio que lo habían enterrado horrible, a la vista de todo, un par de palas de tierra, y que no les afanaron todo de fart.

Volvamos al parmesano. Parece que no es solo la china del chino de la vuelta la que lo cuidad como si fuera oro. Tiene las bolsitas justo atrás de ella, y defenderá eso con su vida. En el supermercado le ponen candado. Me gustó sentir la conexión histórica, no es de ahora, es de siempre. El parmesano siempre fue valorado casi tanto como el oro.

Hace casi 2000 años que se hace en el valle del Po, en Italia, pero empezó a circular por Europa en la Edad Media. Parece que el Papa le regaló a Enrique VIII 100 quesos parmesanos, y unos años después 8 de los mismos quesos a la Reina Mary. Se ve que se habían deteriorado las cosas, si pasaron de 100 a 8. Pero bueh, la locura del parmsano dura hasta hoy, leo que hay 300 mil ruedas de Parmesano guardadas en bóvedas de bancos en Italia, como garantía de pago de no sé qué.

Así que ya sabés, si viene un incendio, si te asaltan, si se viene el apocalipsis, si tenés que decidir en pocos segundos que agarrar antes de rajar, largá el celular, las alhajas, y andá a buscar el queso a la heladera. Ah, y escribí en un diario, todas las noches, aunque tu vida parezca anodina, si escribís con honestidad, y tenés gracias, no importa que nadie te lea hoy, puede ser que dentro de 500 años te lean y te agradezcan.

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