Un plan nacional de lectura

Puto el que no lee (una propuesta para el Plan Nacional de Lectura).

El hombre gay está siempre a la vanguardia (fuimos los que nos aburrimos del Grindr tres glaciaciones antes de que los heteros crearan el Tindr). Y por eso, como la humanidad toda cada vez lee menos, lee poco. Casi nada. Lo sé porque cuando encaro en los boliches menciono a T. S. Eliot y me preguntan y eso cómo te pega.

Pero no, no es que no leen, leen, pero en instagram y facebook. Tomemos un caso testigo, alguien que tengamos a mano. ¿A ver alguien que levante la mano? Okay, yo. Yo. Sigo a muchos chongos como nunca (brasileños, muchos, pero también argentinos, etc), y veo que todos los días, a veces varias veces por día, y más ahora en verano, postean fotos pelando. ¿Qué pelan? Lomo, con guarnición de culo o de bulto. El culo parado. Y el bulto va acomodándose a la derecha, a la izquierda, con ese aire de fingida despreocupación, “vos dejá que yo me acomodo”. Es todo un arte lo de acomodar el bulto, es como un origami. En algún momento alguno armará una grulla en la sunga blanca.

Cuestión que como todos son culones, bulteros, lomudos, pero se niegan a vaciarse de interioridad, ponen frases abajo. A veces postean la misma foto todos los días, o varias vecs al día. O serán levísimas variaciones del culo o del bulto, pero ya me mareé, y miran un lejano punto del paisaje (mayormente playero, al amanecer o al atardecer), y abajo ponen cosas como “la suma del amor que das es el amor que recibes”, o “el sol amanece y amanecen mis bendiciones”, etc. En el caso brasileño el frenesí motivacional siempre trae alguna bendición, gratitud, y a veces ponen también el iconito del café con leche. No sé por qué el café con leche, y no unas rodajas de abacaxi y maracujá, pero bueh.

En el arte de mezclar el culo o el bulto gigante con la epifanía religiosa no tienen parangón. Los tipos más morbosos tienen tatuados, como mínimo, un Cristo, una virgen, y un puñado de versículos del Eclesiastés. Si vamos a hacer sincretismo religioso, la hacemos bien. Y cuando te desnudás para tener sexo siempre te cruzás con un Jesús salva o Jesús vuelve. Quedate quieto un rato, Jesús.

Curioso por esta curiosa convivencia entre lo morboso y lo religioso, decidí hacer trabajo de campo. Hace tiempo, cuando era un joven alocado (el año pasado), me invitaron a una orgía en un departamento de 2 ambientes ínfimo donde había unos 25 brasileños. El dresscode era todos en bolas, todos culones, y yo llegué con una Levité. No, mentira. Llegué, toqué timbre, me hicieron pasar, y nunca vi tanta imaginería religiosa junta. Vírgenes, cristos, cruces, nubes, ángeles. Una especie de Capilla Sixtina derramádose entre los sillones. Eran demasiados, y costaba negociar el espacio entre tantos culos. Más que un problema de explosión poblacional, los brasileños tienen un problema de explosión anal.

En fin, después de saludarme con varios (con un sólido apretón de manos), pedí permiso para salir al balcón, porque hacía mucho calor, y ver tanto ángel caído revoleando el dedito hacia el viejo barbudo me saturó. En el balcón había otros quince, todos en bolas, y la ciudad se abrió como un abanico de Lomo Mía de cemento frente a todos. A un costado había varios en cuclillas, inclinados sobre algo. La imagen en sí era religiosa. ¿Estarían inclinados frente a un pesebre? ¿Eran los mulatos musculosos una versión beige de los Reyes Magos?

Curioso, me acerqué para ver qué estaban mirando (¿venerando?). Había dos cachorritos en una cucha, chiquitos, refunfuñando, peluches. Pegaban saltitos, rodaban. Me puse a charlar con un par de los reyes – chongos, les dije que era argentino, respondieron que adoran Buenos Aires (todos los brasileños adoran Buenos Aires), y de pronto escuché atrás mío un grito, un ay. Me di vuelta y era uno de los cachorritos que había saltado y le había mordido la pija gigante a uno de los brasileños. Es más, el cachorrito seguía colgado de ahí.

Esto ya no era la Sixtina, sino el Bosco, que no sé si no pintó algo así en el Jardín de las Delicias, y sino, debería. Tardaron un rato en descolgar al perrito de la rama, y el brasileño se reía. El dueño aclaró que “ah, le encanta hacer eso” (“ele adoooooora fazer isso”, porque el “adora” en Brasil se dice con mucha “o”).

Queremos que la gente lea, necesitamos que la gente lea, porque sino después votan cualquier. Y necesitamos que el gay lea. Así que propongo que colguemos (como el perrito) literatura de los bultos y de los culos. En vez de esas frases poptimistas, colguemos literatura. Dos o tres renglones, cada día. Nada más. El Catálogo de Naves de la Ilíada se va a hacer mucho más llevadero si lo leés de a dos renglones colgado de un culo al atardecer. Proust mojando galletitas en el té de burrito, mucho más entretenido con un bulto en sunga verde amarela. Los campitos baldíos de Eliot más existenciales si ilustran un pezón duro recién emergido de las aguas de Mar de Ajó.

Una penetración subliminal de lo sublime, una irrigación homeopática del pathos y del logos, un paseo desde las superficies combadas del culo a las profundidades poliédricas del alma. Manden bultos y culos, yo les coseré, les bordaré, abriré la puerta para ir a jugar al arte, arte, arte. No lo saben, pero tienen hambre, están famélicos de belleza, de música, de palabras, de lengua. Dejen de hablarle al mundo como Alfano a las tostadas. Saquen la lengua, y muévanla, y canten.

Nicolás Trotta, llamame.

(Y si no me llama tendré que seguir con mis talleres de lectura y escritura, pero sumar chongos en sunga. Épocas difíciles requieren medidas urgentes.)

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