El inasible arte de hacer las valijas

Me voy de vacaciones y por primera vez tengo que viajar sin despachar equipaje, solo con equipaje de mano. No debería ser tan difícil: voy a la playa, solo necesito ropa liviana, y encima hice trampa: hace unos días armé otra valija chica, que viaja por otra vía al mismo destino. Hace 3 días que estoy haciendo la valija, haciendo listas, dando vueltas, y a esta altura ya califica como morbo.

Al final terminé armando una valija demasiado pesada (pesa 14 kilos, el máximo es 10), y llevo una mochila que pesa 8. Ahí podría excusarse diciendo que tengo que llevar la laptop para laburar, que soy un nómade virtual, pero… ¿8 kilos?

Daniel Kahneman dice que el concepto de felicidad no sirve. Porque tenemos dos yo que evalúan el bienestar de maneras distintas, y muchas veces contrapuestas. Uno es el “yo que experimenta”, y es el que siente en el perpetuo presente, es el que escucha una sinfonía momento a momento, disfruta de los violines, los estallidos de sonido y emoción. Y el otro es el “yo que recuerda”, y es el que piensa la experiencia una vez pasada, y la evalúa. Si al final de la sinfonía se rompen todos los instrumentos y no escuchás los 5 minutos finales, entonces el yo que recuerda va a pensar que ese show fue una porquería. Pero el yo que experimenta ya había disfrutado a lo pavote dos horas de música.

Si querés el bienestar de la experiencia, entonces te conviene vivir cosas placenteras, sensoriales, vivir en estado de flow. Si lo que querés el bienestar del recuerdo, entonces te conviene buscar experiencias que al final te hagan sentir satisfecho. Sentir que “lograste” algo. En cierto sentido los primeros son los hedonistas, y los segundos los ambiciosos.

Yo creo que me pasa algo parecido cuando pienso el futuro, y que estos dos yo son discordantes. Ya viajé mucho en mi vida, y suelo ser relajado, y disfruto mucho. Si algo sale mal, o aparece un imprevisto, es parte del disfrute del viaje maniobrar y ver qué podés hacer. Soy alguien que tiene muchos recursos, y nunca sentí que un viaje había sido al pedo, o me lo habían estropeado. Sin embargo el yo que hace la valija es otro. Trata de evaluar mil universos paralelos posibles, y empacar para todos ellos. Es ridículo, porque en mi vida suelo ser bastante minimalista. Siempre uso la misma ropa, y cada vez necesito menos. Suelo empacar cremas, libros, ropa, y uso un 10% de lo que llevo. Sí, un 10%, ni siquiera un 30%. Podría viajar con una mochila tranquilamente. Pero el tironeo entre estos dos yos no se resuelve, o se resuelve de manera estrambótica.

Metido en esta pulseada llegué hoy al aeropuerto. Me di cuenta entonces, cuando ya mi valija de mano y mi mochila rodaba hacia los rayos X, que la situación estaba alcanzando proporciones ridículas. La chica de los rayos X me pidió abrir la valija. Adentro llevaba como 5 potes de bronceador viejo, muchos vencidos, de vacaciones anteriores, porque no me gusta usar bronceador, en cuestiones de cremas y unguentos soy Charly García, no toquen, no quiero que me toquen. Me gusta que me manosee la gente. Había un frasco de off, una valijita de remedios (en todo el año nunca tomo nada, ni siquiera aspirinas) pero acá me traje toda una valijita, incluyendo vitaminas, y una lista de cosas que compré en la farmacia porque lo recomendaban como lo que necesitás para viajar.

Me hicieron abrir la mochila. Ahí llevaba la laptop, pero también tres sánguches de miga, dos bananas, una botella de Pomelo Light de litro y medio. Estaba preparado para que me hagan tirar todo. Y hasta empecé a sacar cosas. Es la primera vez que viajo sin despachar equipaje, me atajé. La chica se rió y me dijo pasá, no te preocupes, yo soy igual. Y me ayudó a meter las cosas en la valija de nuevo.

Ojalá pueda viajar más liviano. Esta vez no pude. Y eso que me lo propuse, pero me salió al revés: nunca viajé más cargado. Prometo intentarlo de nuevo, y capaz me sale peor y viajo con una carreta llena de provisiones, y un cabrito.

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