El sexo en la playa

Parte del folclore de las vacaciones. Venís a una playa familiar, prendés el Grindr, y te responden culos a 25 kilómetros de distancia, te preguntan si tenés movilidad, lugar, te dicen que solo pueden el martes a la salida del trabajo, te piden docenas de fotos, de frente, perfil, cenital, en alta definición, te someten a un sesudo interrogatorio y no responden ninguna, y se ofenden porque sos un extranjero mala onda y te putean, cuando vos todavía estás esperando que manden una foto de la cara, y recorriendo la larga lista de requisitos que tienen y respirando prana con las frases motivacionales que pusieron en el perfil.

Finalmente, después de fusilarte varios días con ¿estás ahí? y ¿podés ahora?, te mandan una foto de cara, resultaron ser iguales a tu tío abuelo Adalberto y resultó que la foto del perfil era puramente ilustrativa. O pusieron una palmera porque son tapados y nadie sabe nada de mí, pero cuando te mandan la foto ves que la única manera de que nadie sepa que son gays es porque hace años que vive en una isla desierta con una pelota Wilson.

Para no sentirte un sexópata y apartarte del capitalismo bursátil sexual, y viendo que piden amistad y y bater un buen papo, accedés a tomar una cerveza en la playa, pero a último momento te dicen que estás muy lejos (596 metros) y que si no hay sexo es una pérdida de tiempo. Pero aclaran antes que en realidad no son uno, sino dos y ¿no tenés merca para convidar?

Se ve que el laconismo de tu “ah, dale, no, gracias” no se transmite, porque insisten y se diversifican. Ahora son taxi boys, o te hacen masajes con velas aromáticas y música de Enya, o sino un masaje tántrico, y te anuncian el precio, y como no contestas, solos se regatean a sí mismos y te ofrecen rebajas y packs, y se va sumando gente porque ahora son masajes a 4 manos, 6, 8, y te mandan fotos ilustrativos donde se ven muchas manos en un plato que hacen mucho garabato.

El silencio los desconcierta, los enloquece, la curiosidad malsana de leerle los mensajes y no responderlos y que vean que los viste y no contestaste los dispara en espiral a la mutación. Los que empezaron siendo activos bien dotados se reinventan pasivos morbosos con tanguita, y te mandan el book de fotos. El contraste entre el anátómico primer plano y lo intrincado del fondo lleno de estantes con chirimbolos y los espejos… ni Las meninas de Velazquez.

Después de mucho escarbar, aparece alguno sensato, simpático, polisilábico. Alguien que se aventura a la charla más allá del emoticón (que encima aparece en la app diminuto, que no puedo ampliar, y nunca sé si está llorando, feliz, caliente, durmiendo). Invariablemente estos especímenes apenas más interactivos se conectan poco, así que intercambiás dos renglones el lunes y la charla cuelga, tres el martes y la charla cuelga, y el miércoles aparecen a 16348 kilómetros y ya se volvieron a su país.

Quedan para “charlar” en Morse los lugareños, ya mencionados arriba, esos que tienen mil requisitos y paladar azul gourmet, piden mil fotos, y cuando osan mostrar la cara son Nosferatu y estiran su mano huesuda en silueta y estás ahí y busco para ahora y tenés movilidad y tenés lugar y tenés merca.

Apago el celular y camino hasta la principal. Este balneario inundado de familias numerosas no tiene casi opciones para noctámbulos como yo. Hay un kiosco 24 horas en la esquina, y enfrente un caminito que baja hasta la arena y el mar sucundúm sucundúm. Así que bajo. Hay grupitos de pibes y pibas yendo y viniendo en la oscuridad, el letargo del mar de noche. Algunos meten las patas entre las olas que barren la arena. Flotan algunos veleros. Hay olor a sal, agrio. Me pongo a charlar con una argentina que vende caipiriñas. Antes había más cosas, coincidimos, ahora no queda nada.

Sigo caminando y aparecen mesitas con sillitas de playa enanas alrededor, iluminadas por velas con pantallas de papel. Son de un bar que da a la playa. Empieza a sonar el punteo de guitarra de Wish you were here. Ttara ta taaaaán tan tan tán. El que canta desafina, mucho, grita, y encima hace, obvio, una versión reggae. No contento con esto, empieza a cantar en castellano. Termina pidiendo a los gritos que no lo dejen solo (¡Quiero que estés aquí!, ¡No quiero estar solo!), a lo Neustadt, y se retira ovacionado.

Están retirando ya las mesas y las sillitas y apagando las velas. Hay unas lanchas encalladas en la arena, blancas, son casi lo único que veo, así que voy hasta ahí y me siento a mirar el mar y la noche. Y apoyo la espalada contra el metal frío.

Empieza a hablarme un pibe, en portugués, y recién ahí me doy cuenta de que está sentado como yo, en la lancha de al lado. No lo veo bien, apenas en silueta contra las pocas luces del bar que cierra. Hablamos casi susurrando. Es de algún pueblito chico a 600 kilómetros de acá, cerca de Curitiba. Tiene 22 años. No conoce Argentina. Está estudiando administración de empresas. Está acá con su familia, se van mañana, vino a la playa porque no puede dormir.

Aparecen tres borrachos y se instalan unos metros más allá con un parlante gigante, unas reposeras y una heladerita. Ponen cuarteto a todo lo que da, uno por uno, eligiéndolos con el celular, y hacen el pasito. Toman cerveza a lo pavote, y van y vienen a un matorral a mear.

Aparece un tipo vendiendo helados de palito. No entiendo bien de dónde salió. Frutos de Goiás es la marca. Le compro uno de palta. El heladero prende la luz del celular para cobrarme, y ahí le veo la cara al pibito con el que estuve hablando, que está más cerca de lo que pensé. Hermoso, moreno, con una musculosa verde raída, y descalzo. Me choca los cinco y sonríe. El heladero apaga la luz y se va.

Ahora él me pregunta a mí y yo le cuento. 49 años, estudié informática, viví 6 años en Estados Unidos, qué hermoso el mar de noche, ¿no? Los borrachos siguen bailando con Rodrigo a todo lo que da, haciendo el pasito. Ya casi no queda luz, el pibe tiene el tic playero de levantarse la musculosa y acariciarse la panza (que no tiene), y dejar caer la musculosa otra vez. Lo hace varias veces mientras charlamos, lo veo de reojo, mientras miro de frente el mar y el poco resplandor del cielo al fondo, y muerdo el helado de palta, que tiene mucho gusto a palta, que parece una palta fría cuando la muerdo y la chupo, y este va a ser todo el sexo tántrico que voy a tener en estas vacaciones.

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