Dulces escenas

Dulces escenas hogareñas, todos convocados alrededor de la cocina, amasando los fideos, rehogando las cebollas, descongelando las milanesas, pisando el puré. Las cuatro hornallas de la cocina y sus lenguas azules de fuego, lamiéndole el culo (anilingus, se dice en latín), a las sartenes y las cacerolas. Somos brujas revolviendo menjunjes humeantes, Heidi con el pan gigante, arroz con leche me quiero casar.

Pero también muchos están descuidando el acicalado capilar. Se están dejando crecer la barba, la melana, el flequillo, hay amigos que pensaban que eran pelados de bocha entera, ahora se dan cuenta que son de bocha parcial, y que pueden estirarse los mechones y cubrirse la pelada a rayas. Gente que se depilaba toda, ahora para qué, y crecen yuyos que se convierten en maleza que se convierten en selva.

Mucho hidrato de carbono, que se acumula en el abdomen, mucho pelo, que se desparrama por caras y panzas y culos. Algo es seguro: cuando pase el brote habrá un resurgimiento triunfal de las fiestas de osos, todos pavoneándose cocoritos con sus panzas peludas, sus barbas de papá noel, o de gurú degenerado, o de filósofo del siglo XIX con sífilis llorando abrazado a un caballo.

Entonaremos nuestro himno, un pasito para acá, a mí me gusta, un pasito para allá, la gasolina, a mí me gusta la gasolina, y nos frotaremos pringosos, porque todo lo que no nos mata lo convertimos en morbo.

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