Cuba libre, un viaje, 6

Primera jornada en Cayo Coco

– Mi vocación siempre han sido las llaves – dijo el chofer.

Me acomodo en el asiento, recostándome, giro la cabeza y miro por la ventanilla, acaricio el cuero del asiento, tibio con mi propio calor. Las pocas luces a lo lejos, en la oscuridad, superpuestas en el reflejo del chofer inclinado sobre el tablero del auto. Me adormezco enfocando las luces a lo lejos y luego desenfocando hasta que el chofer entra en foco, inclinado con la cara iluminada desde abajo, como si se calentara en el fuego de una hornalla.

Cuando aparecen las primeros zombies caminando al costado de la ruta, sus espaldas súbitamente iluminadas por los faroles del auto, comprendo que estamos acercándonos a La Habana. Caminan lentamente, como vadeando la oscuridad, el auto los sobrepasa y giro para verles la cara, pero no veo nada, se los vuelve a tragar la oscuridad.

Distraído con esos hombres (con esas metáforas) entro en La Habana, es decir, en el alumbrado público. Aparecen entonces las fachadas coloniales, inclinadas, descascaradas, la postal del derrumbe. Habana: no hagas tanto escombro. La ciudad a esta ahora es como un pibe borracho que vi tirado en el piso de un baño en San Francisco, de costado, a medio ovillar, con los brazos en una cruz torcida, incómoda, con un charco de vómito dibujado en el piso como un globo de historieta. Mejor no tocar nada.

Ariel se despierta y le hace preguntas al chofer. ¿Este es el parque Lenin? ¿Esa es la Plaza de la Revolución? ¿Falta mucho?

Llegamos al aeropuerto, bajamos las valijas y entramos. No me da sensación de aeropuertos, sino terminal de ómnibus. Ariel capta mi incomodidad y aprovecha:

– Sí, es todo muy informal acá…

Sabe que tengo le tengo fobia a los aviones chiquitos. Me imagino metido en un avión-tubo, en mi cabeza veo un avión en el que la gente viaja acostada, como en una cápsula, muerta. Vamos a hacer el check-in, mostramos los tickets, la empleada los revisa y anota con una birome nuestro nombre en una lista. No revisa nada en ninguna computadora, no imprime ningún ticket. Esto, en vez de ponerme más nervioso, me tranquiliza: mi fobia es futurista, con ingravidez, tubos metálicos pulidos, herméticos. Ariel sube la apuesta:

– Una vez viajé en una avión chiquito, que no tenía techo.

Dice esto para ponerme más nervioso, pero produce el efecto contrario. No tengo miedo a morirme en un avioncito destartalado, que hace ruido a lata. Mi fobia requiere la eficiencia quirúrgica de Industrial Light and Magic.

Pasamos a la sala de espera. Yo me recuesto en los asientos para tratar de dormir un rato. Al rato me despierto: Ariel está recostado comiendo una barrita de chocolate en la fila de asientos de enfrente. Una chiquita rubia de unos 3 años se acerca sonriendo, juega, bromea con él. Ariel le convida un pedazo de chocolate.

Embarcamos. Ariel me dice: “Pendeja de mierda, me comió todo el chocolate, odio a los padres que no se ocupan de sus hijos”. El avión es chico, adentro parece un colectivo de línea, pero mi fobia no reaparece. Ha quedado oficialmente anulada con mi nombre anotado con birome en la lista de embarque.

Volamos, aterrizamos, retiramos las valijas, subimos al micro que nos va a llevar al hotel. Los turistas en el colectivo hablan en inglés y tardo en reconocerles el acento: son canadienses.

Llegamos al hotel finalmente, agotados de viajar durante toda la noche. Quiero dormir. Este hotel es también un gigantesco complejo de casitas tipo dúplex, cada complejo lleva el nombre de un pájaro: a nosotros nos toca Los Flamencos. Atravesamos el lobby, bajamos una escalera y bordeamos una gigantesca pileta. Se nota enseguida que este hotel es más viejo que el anterior y está un poco deteriorado: el laguito artificial en desnivel tiene olor a agua estancada, están arreglando la pileta, etc.

Llegamos a la habitación y abrimos la ventana. A unos 50 metros hay un estanque con flamencos, que, en la luz tenue del amanecer y contra el horizonte oscuro parecen, más que animales, ejercicios de caligrafía. Me ducho, le digo a Ariel que no me despierte, que después lo veo en la playa.

Me duermo y sueño con serpientes. Oh, la mato y aparece una mayor.

Me despierto después del mediodía, me ducho, voy hacia la playa. Mar, olas, todo bello, todo automatic, como si alguien girara una perilla y empezara el oleaje en velocidad 5, nubecitas allá, arena acá. Ariel va y viene, yo almuerzo en el restaurant que hay sobre la playa, una especie de mini-pizza de ajíes. Vuelvo a la habitación y duermo otra vez y sueño con serpientes otra vez, oh con mucho más infierno en digestión y me despierto con cagadera de ajíes.

A la noche cenamos juntos, en un bufet calcado de los de Varadero. Salimos tarde de cenar y nos perdemos el show, pero llegamos a tiempo para la salida nocturna. En un hotel vecino hay noche de salsa. Subimos todos a un trencito que hace un par de paradas (en la primera suben unas 30 chicas inglesas, todas pálidas, todas a los grititos, acompañadas de unos pocos cubanos, todos morenos, todos a los gritos) y nos deja en la salsera.

Con Ariel nos sentamos a un costado para mirar. No es tan común para mí observar tantos especímenes heterosexuales en su hábitat, viendo sin ser visto. Las distintas especies se agrupan en colonias disjuntas. Atrás mío hay una colección de canadienses gigantones, todos hombres, ordenados en un largo sillón contra una pared. Repiten ritualmente el envío de un par de representantes a la barra que vienen cargados de 6 vasos de cerveza cada uno. Bridan, vacían la cerveza en su garganta, y no hablan casi.

Las inglesas van y vienen, de pronto se amuchan y organizan excursiones al baño en grupo. Lo más llamativo de este grupo es que todas visten blusas con breteles, pero esos breteles no parecen cumplir una función indumentaria (sosteniendo el vestido), sino más bien de comunicación binaria: el estado UNO es bretel sobre el hombro y el estado DOS bretel caído.

Alrededor de ellos pululan los cubanos, trayendo y llevando bebidas, y ofreciéndose para enseñar baile mediante la técnica de primero sincronizar el frotamiento de caderas, y luego buscar que esa ondulación se propage hacia las extremidades (piernas y luego manos).

Hay que resistir la tentación de leer estas ceremonias como propiciatorias del apareo, porque las parejas rotan continuamente, y dos personas que acaban de friccionarse hasta el borde de la combustión espontánea, terminada la canción, pueden dirigirse a extremos opuestos de la pista sin dar señales de ningún interés.

Pero volvamos a la mesa en el borde de la pista, dónde Ariel y Christian (qué par de pájaros los dos, delincuentes del amor) sorben sendos Harry Potters (Vodka, Piña Colada, Curacao Blue).

Dejo el vaso sobre la mesa, es el quinto y estoy en pedo. Hay una mulata de unos 25 años, con una minifalda ínfima que le deja ver la mitad del culo y un top con voladitos. Va hacia la pista y vuelve, me sonríe, me hago el tarado, tomo un traguito más. Insiste. Insiste otra vez. Tiene unos tacos altísimos y camina moviendo el culo alevosamente. Pasa por al lado mío, como si fuera a hablar con alguien que está atrás mío, pero no, no hay nadie. A la quincuágesima pasada, aunque hay lugar, me refriega todo el culo contra el codo.

– ¿Vamos? – le digo a Ariel. – ¿Ya son las dos, no?

Volvemos al hotel en el trencito, con las inglesas y los cubanos. Caigo rendido en la cama, me duermo y no sueño con nada.

This Post Has 9 Comments

  1. mariana

    “todo automatic, como si alguien girara una perilla y empezara el oleaje en velocidad 5”
    Instant Happines en sobrecitos para disolver… sensación carnaval carioca y entonces desconfías un poco de esa felicidad industrial, porque despues de un primero momento delicioso deja tanto aftertaste como el jugo Tropicana o el queso filadelfia o las patatas pringles.

    Me gusta tanto leerte!

  2. constanza

    ahh que ya estaba extrañando la continuación!!! GRACIAS! muy bueno lo suyo! (qué obviedad, midióoooo!)

  3. Susana

    ¡Qué bueno encontrar que seguís con lo de Cuba! Como siempre, me encanta tu visión de poeta (un ejemplo: lo de los flamencos como ejercicios de caligrafía).

  4. Esteban

    La pucha, dios le de pan al que no tiene dientes… me imagino el lomo de esa mulata. Muy buenos tus relatos!

  5. Mixha

    muy bueno, sigo leyendo uno más

  6. pablo

    despues de pensar media hora te diste cuenta que los yankees no pueden entrar a cuba, entonces deben ser canadienses. no les reconociste el acento, porque no tienen.

  7. Xtian

    Pablo: tienen poco acento, pero a veces al final de las oraciones dicen el famoso ¿eh? y pronuncian determinadas palabras de una manera particular. Y más allá de eso, aunque yanquis no pueden entrar a Cuba, hay gente en todo el mundo que habla inglés, como primer o segundo idioma, casi con tanta fluidez como el materno.

  8. Aaron

    Ay, ay Pablo, Pablo… en la que se metió afirmando, a modo de sentencia o dogma, digamos, mmm…’huevadas’ y con estructuras gramaticales, digamos,… ‘cancheras’. Opinar no es ‘pecado’ m`hijo, no saber tampoco, pero estar desinformado (que es otra cosa) y ponerse a escribir, reiteremos, ‘huevadas’, sin apelar al SENTIDO COMÚN, Pablo, no debería ser deporte nacional, m´hijo (…). Bueh, voy a sacar ‘esa maestra de la Normal, tipo década del 60’, que toooodos los argentinos llevamos ‘dentro’ desde Sarmiento a estos días. Y aunque no me llamo ‘Gladys’ ni ‘Susana’ ni tampoco me olvido del ‘dedito indicador’ vemos en un mapa, alumno Paaaaablo, que Canadá es un país muuuuy aaancho y oh! unos de los países de mayor superficie del mundo. En este país hay ciudades desde hace muuuuucho tiempo, oh! En ellas, alumno Paaaaablo, vive gente que, oh!, habla inglés desde hace muuuucho tiempo. Esta gente, sobretodo en un país con fuerte presencia cultural, entre otras, indígena (al norte, dije fuerte presencia Pablo), francesa (al este, si Pablo, más que acá), inglesa (por todas partes Pablo) y china (al oeste… son un poquito más numerosos que un ‘barrio’, Pablo) desarrolla, con el tiempo, para no hacerla complicada, ‘tonadas’ y modismos en la lengua. Si fue a Córdoba y se interesó por los locales (no, no de ropa Pablo… gente) habrá notado que hablan diferente de los santiagueños, que están ‘pegaditos’ y ni que hablar de los tucumanos. Toooda la estructura gramatical cambia, Pablo. Los tiempos verbales cambian, Pablo. Y estamos hablando de sólo 600 kilómetros de distancia entre Córdoba y Tucumán, Pablo. Estas ‘cosas misteriorsas culturales del habla’, Pablo, también se dan en todos los países y oh! incluso dentro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Le dejo una dirección de URL por si quiere visitar Canadá virtualmente, Pablo, es lindo eh… (Embajada de Canadá en [http://www.explore.canada.travel/ctc/ke/homepage.jsp?localeId=24]. Ultima revisión 30/10/2008). Bye.

  9. pat

    me encanta como escribes y tus alusiones a silvio tambien…

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