Totalmente desnudo, parte 5

Quiero mirar para atrás pero con los ojos bien abiertos, como si fuera nuevo, sacarle el plástico, encastrar todas las piezas otra vez. Todas las casas que yo conocí de chico eran iguales. Un living que nunca se usaba, a veces alfombrado, con un sillón que nadie usaba, con repisas y mesitas ratonas llenos de adornitos comprados en las vacaciones, que se iban reponiendo pegando con poxirán y al final se descartaban: la virgencita que cambia el color con el tiempo, un abanico, una cosita de cerámica, un gauchito, algo hecho con caracoles, porque los veraneos eran en la costa o en Córdoba. Todos los cuartos estaban conectados por un pasillo: allá la cocina, a veces conectada por una puerta plegable al living, al fondo el baño, acá las habitaciones. Todas las casas que conocí de chico tenían esa misma disposición. Nunca, cuando estaba de visita, tenía que preguntar dónde estaba el baño, siempre estaba al fondo del pasillo. Además, los chicos no éramos invitados a las casas, jugábamos en la calle. O mejor dicho, cuando yo era bien chico, jugábamos en el campito.

Había campitos por todos lados, muchas veces sin siquiera alambrar. Las casas no estaban separadas por paredes, sino por ligustros, así que podías armar un agujero en el ligustro, meterte en el campito, y de ahí meterte en otra casa, si no había perro. Después metieron alambrados, después levantaron más las paredes, y los campitos fueron desapareciendo. El campito fue crucial para mí, me acuerdo de estar ahí metido, escondido, entre los pastos. También me acuerdo del olor a humo cada tanto, porque alguien había prendía fuego una parte del campito para controlar el yuyal. Los bichos escapaban entonces e invadían las veredas y se veían langostas, cascarudos, y alguna rata. Y mi mamá salía desesperada a bajar la ropa de la soga para que no se le llenara de humo. Era una urbanización al tuntún: casa chorizo, ligustro para dividir, algún perro para que ladre y avise, los pibes que eran expulsados al campito o a la calle a jugar, porque total por la calle casi no pasaban autos y todavía había calles de tierra.

Las madres limpiaban con frenesí: pasaban el Blemm por los muebles con el frenesí de Aladino frotando la lámpara, se la pasaban baldeando. Ese era el mayor frenesí, el desborde del agua derramada sobre el patio, y el sacudón convulsivo del secador. Alguna vez tendríamos que organizar esa arqueología, la del Blemm y la gamuza, el furor del Camello no-iónico y el hecho en el balde, nuestras madres brujas revolvían sus pócimas en baldes de plástico, aplastaban demonios contra la tabla de lavar, decapitaban dragones con la tijera de podar, rebanaban los días con el pelapapas. El núcleo de la casa para ellas era ese living petrificado, altar impoluto, de repisas con adornitos, de fotos coloreadas pegadas en las paredes de los hijos comienzo una manzana y las hijas disfrazaditas de gitanas con un pañuelito en la cabeza. Los padres no estaban y no estaban de distintas maneras. Trabajaban todo el día, los fines de semana se iban al club, a la tarde dormían la siesta y mejor que no volara una mosca. La ropa de mi padre, su aspereza, su olor: recuerdo eso. Ahora mismo tengo guardado acá atrás, en mi ropero, un abrigo de él. Eso, lo áspero y lo que no está.

Éramos todos más asperos pero también más porosos, nos dejábamos entrar. El campito entraba en cada casa a través de la ligustrina rota, el agua que mi vieja baldeaba en la vereda había que empujarla hasta la esquina para que no volviera, y siempre alguien se quejaba. El humo del baldío entraba en el jardín y te llenaba de olor la ropa. Los pibes del barrio no entrábamos en las casas de nadie, pero nos mezclábamos en la esquina, en la calle de tierra. Había problemas de medianera, escándalos con la tuerta loca de la otra cuadra, rumores, un eucaliptus enorme que se mecía en los días de tormenta, cuando la calle se inundaba y podías armar un barquito de papel con una cartita y hacer que fuera de acá hasta la avenida, lejos. Los frentes de las casas no tenián portones ni rejas, sino parecitas y pilarcitos, donde te podías sentar a la noche en verano, mirando la calle vacía o las estrellas.

Todo esto que cuento es el mundo que dejé atrás cuando empecé el secundario, es decir, la época en la que conocí a Damián. Las calles se asfaltaron, las casas fueron mejorando su apariencia, se reemplazaron las ligustrinas por paredes, se sellaron los campitos. También nacieron menos chicos, supongo, porque la esquina, que antes había juntado entre 15 y 20 pibes cada tarde, ahora estaba vacía.

No importa. Me hice amigo de Damián, quizás porque era mi opuesto. El sí acataba el destino que le había puesto su padre: hacerse cargo del taller mecánico del que era dueño. Damián quería superar al padre, volverlo obsoleto. Ya en esa época, con 14 años, aseguraba saber más que el padre, tener sus propios clientes, tener olfato para dirigir el timón de los negocios. Tenía las manos todas llenas de callos y de rayas oscuras, de la grasa. Debajo del olor a desodorante siempre tenía un poco de olor a grasa. Damián exhibía su exotismo tuerca con orgullo, pero también se consideraba leído y excéntrico. Quería aprender inglés, defendía el nazismo, y ya se había hecho chupar la pija por un travesti.

Esto me lo contó con gestos y detalles, deteniéndose en el gesto del tamaño, en la exclamación de “¡pero mirá el nene lo que tenía guardado!” y en el escupitajo del final, después de que le había llenado la boca de leche. Yo creo que no hablaba, pero él me consideraba un genio inapelable. Yo le había contado que había sacado puntaje perfecto en el examen de ingreso, que había entrado en tercer año de inglés directamente sin haber estudiado nunca, que me habían querido adelantar dos grados en la primaria porque “me aburría”. En la calle me ponía el brazo en el hombro, en la clase de inglés me susurraba algún comentario malévolo en el oído, sobre lo boludo que era tal “minita” pero cómo igual se la garcharía.

Salíamos de inglés e íbamos para su casa, y un día me invitó a entrar. Creo que las primeras veces miramos televisión en su living. Estaba todo medio oscuro, las sillas eran incómodas, altas de madera, no estaban hechas para recibir a nadie. Ya lo dije: esos livings no cumplían esa función, eran núcleos fríos, si te quedabas ahí te convertías también en un adornito, en una virgencita esperando que cambie el clima para cambiar de color. Pero después de unos días la madre nos mandó al “cuartito”. Un cuartito separado de la casa, en el jardín, donde se guardaban algunas herramientas, revistas, algunos libros y que Damián usaba también para estudiar. Ahí me mostró sus revistas de la segunda guerra y me dijo que era nazi. Tomábamos la leche con baybiscuits y hacíamos la tarea de inglés. Y cada tanto se agarraba el tronco de la pija a través del jean y me lo mostraba, con algún chiste ridículo: “¿querés que te enseñe la conjugación del verbo to be?” Acá está, mirá. “¿nos van a tomar el posesivo la semana que viene, no?”. Este posesivo me van a tomar. No recuerdo que hacía yo, seguramente me quedaba callado, me ponía nervioso, le decía que él siempre igual. Sé que todo esto siguió durante varios meses. Se levantaba a buscar algo en el cuartito y cuando volvía, se ponía detrás mío y me apoyaba el bulto en el codo. Yo le decía: salí, pelotudo. Y también, un par de veces, se bajó el pantalón y me la mostró. ¿Es grande no? Por algo me dicen “Manguera”.

Y era verdad. Damián empezó a salir con chicas, y cada vez que salía con una, me la presentaba. Hacía esto puntualmente, tenía la necesidad de presentarme a todas sus novias. Y tuvo muchas. Yo era el “genio”. Cuando me presentaba yo me ponía colorado, porque me elogiaba como si fuera un premio Nobel de física. Hacía chistes de doble sentido con ellas adelante, me guiñaba el ojo, muy sutilmente la abrazaba de atrás y se la apoyaba, me miraba, se sonreía y una vez que se iba me contaba que le había ya metido el dedo en la concha, que había estado al palo todo el tiempo y que se iba a hacer chupar la pija por el travesti la semana que viene.

Ahora que cuento todo esto lo estoy falsificando, porque realmente mi atracción por Damián en ese momento no era sexual. O por lo menos yo no era conciente de eso. Me atraía su salvajismo, su impunidad, su fanfarronería. Estaba, además, fascinado por la admiración que notaba que Damián sentía por mí. Él despreciaba a su padre, al que quería sobrepasar y dejar atrás. Y yo era su autoridad afable, al que le pedía opinión sobre sus novias, sobre la vida, sobre cualquier cosa. Cualquier cosa que yo decía al pasar era recordada por él milimétricamente semanas después. Pero yo, mientras, me enamoraba de otros dos chicos.

This Post Has 23 Comments

  1. Kenosh

    Pero como… ¿¿Quedó así este tema?? ¡Más! Dame más… no vas a desaparecer por un tiempo y dejar esta historia al viento, sin ancla, ¿no? ¿¿NO?? Un fuerte abrazo

  2. Matías

    Xtian, no podes cortarla ahi! es como si me cortaras un polvo! eso no se hace Sr. no se hace!!!!

  3. cosmo

    No estoy de acuerdo con los nenes de arriba.
    El último párrafo es lo mejor. Con esta serie ya tenés una novela en camino.
    Eso sí, podá la ligustrina un poco nene.

  4. Marcelo

    waiting..

  5. Xtian

    Pero estas cosas que pasaron se desenrrollaron lentamente, no fue un soplar y hacer botellas (glup, perdón por la metáfora)… así que no está mal que esperen un poco che… Disfruten del ligustro y el eucaliptus, tómense un té de peperina a la sombra del eucaliptus… Ja, me hago el que estoy tratando de generar efecto de realidad haciéndolos esperar, pero sí… la adolescencia calenchu es una etapa de perpetuo aplazamiento…

  6. untipoexpertoencosas

    Me sumo a los comentarios, esto no va a quedar asi, no? seguramente es solo el inicio de una jugosa historia.
    Demás esta decirte que por un momento voló mi imaginación como en un parapente y, de repente, plum!. Que esa imaginación vuele y sople al parapente de tus seguidores.
    A la espera.
    Fuerte abrazo.

  7. cosmo

    Vuelvo a decir que el final me perece perfeco aunque no sigas, porque deja ver que una pija es apenas la punta de una oscuridad mucho más profunda de la cual el sexo y la sexualidad son parte. En el último párrafo apuntaste a la sutileza, cosa de la cual tus textos carecen a veces por cancherear y darle pija meta pija a la palabra.
    Te volvés groso Xtian!!!

  8. Lucas

    Perfecto, Y el Final…¡Mejor!, Porque Es Como En Los Cortes Comerciales, Te Deja Con La Baba En La Boca, Esperando Que Termine El Puto Comercial Y Continue…
    Un Elogio.
    Lucas.

  9. natanael

    Sos grande Xtian, muy bien escribís.

    Mi frase preferida es: “Quería aprender inglés, defendía el nazismo, y ya se había hecho chupar la pija por un travesti.”

    conceptualidad, al palo, claro

  10. nicko

    From Aotearoa, me gusto mucho.
    Te falto decir que en toda casa digna de respeto habia patines para no rayar el parque!

    Saludos!

  11. Matías

    Ok ok ok, espero la tanda entonces! yo me metí en este blog porque me dijeron que era sin cortes comerciales… veo que mintieron!

  12. Marxe

    No sólo me gustó sino que me trajo algunos recuerdos de infancia. Lo único fijate algunos errorcillos de tipeo nomás. Lo que me gusta de tus relatos es que puedo imaginármelos, transportarme a la escena. Eso es un buen signo para mí. Un abrazo.

  13. javoroca

    en un momento pensé que se convertiría en un relato sexual pero no, me la dejaste picando, muy bueno!!! Recuerdo haber leído alguna otra historia de este personaje no?

  14. Andres

    genial como historieta de anime me lo inmagino,, sera ppor la juventud que llevo en mi jajjaj,,,, me llamo la atencion sobre cuando te presentaba a las novia ” sera que todos los gay nos poniamos rojos y nos llenabamos de verguenza al hablar con una mujer cuando chicos ,, sera un idisio que cuando grande seras gay ,,, cuando chico yo era muy timido con las mujeres y me re cortaba hablando con ella hasta que sali de la secundaria,, jjjajaja me llamo la atencion eso y todo lo demas lo grafique todo ,, gracias por la historia espero mas ,, jajja que pasara con demian???????

  15. Rosarioso

    Genial, como todos tus relatos de infancia…
    Una nueva historia de tu ayer, en la que me veo reflejado en más de un punto.
    Me gustó tu reflexión acerca de las casas y los living… en muchos casos, siguen siendo inservibles!

    Saludos

  16. José

    Hola, es la primera vez que entro en tu blog. Me sentí muy identificado con la descripción del barrio y del pibe.
    Fijate que en una parte pusiste “Damián (querá) superar al padre”
    Saludos y espero volver.

  17. Xtian

    Hay muchos errores de tipeo, me parece. Eso me pasa por escribir de un tirón y no corregir… Hm… Ahí corregí lo que señalaste, José, gracias.

  18. Matías

    entonces? sigo esperando? cuando termina la adolescencia?… bue… sigo esperando entonces…

  19. Federico Gauffin

    Jajaja. Muy capo, Damián, para la edad que tenía. Si sigue haciendo las mismas cosas ahora, seguro que es un nabo en potencia.
    ¡Salute!

  20. Franco

    Me llevaste a mi infancia de un tirón.
    Los juegos en la vereda y la oportunidad
    de esconderse (jugando a la escondida) con
    el/la chico/a que te gustaba.

    Muy bueno, como siempre, un placer leerte,
    abrazo,
    Franco

  21. manu

    Noooo, como sigue??
    Este es un llamado a la solidariad: se necesita con suma urgencia que las musas se acerquen a este buen homabre para ayudarlo a concluir su relato.
    Muchas Gracias.

    Quiero mas!

    Abrazo,

    manu.

  22. alejandro

    de verdad me transportaste a mi infancia y a mi adolescencia donde tampoco sabía bien lo que me pasaba en situaciones como las del cuartito! excelente!

  23. Martín

    Me sumo a a los elogios.

    (comentario pedante) : Marcel también tardó bastante

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