Pistolas

[25 de Julio de 2003, Piscataway, New Jersey, los descubrimientos asombrosos que sacuden mi rutina como encargado de edificio]

Los dos inquilinos del departamento 377 se niegan a limpiar uno de los dos cuartos que sirven de depósito. Argumentan que desde tiempos inmemoriales han usado el otro cuarto de depósito y que no van a mover un dedo para descartar las escarpadas montañas de basura que se acumulan en el otro. El cuarto, de 4 por 4 metros, está atiborrado de cajas, cacharros, pedazos de electrodomésticos, ropa y demás materia informe de origen desconocido.

Pravin afirma que la hecatombe pertenece a un viejo roomate que hace dos años no vive en del departamento. Krishna se encoje de hombros cuando pregunto cómo es que la basura permanece allí luego de dos años y me indica que el otro cuarto (que hace una semana les exijí a ambos que ordenaran) está ahora en perfectas condiciones; ya cumplieron con lo que les pedí y no van a hacer nada más, aún si eso resulta en que un gigantesco gremlin surge de la basura y se los come a mordiscones.

Convenimos en que volveré al otro día y revisaremos juntos el contenido de las cajas, quizás contengan algo de valor: libros, calculadoras, electrodomésticos que aún funcionan, una hoja de papel en blanco que al exponerse al fuego tenue de una hornalla revela el mapa de un tesoro escondido en alguna isla remota de New Jersey, algún manuscrito desconocido de Jack Kerouac o algún papiro cubierto de caracteres cuneiformes plagado de profecías o maldiciones.

Recluto a Marcelo como asistente en la expedición basurera. Marcelo es también estudiante de doctorado, argentino y fanático de las ofertas. Y es por eso que no resiste la oferta que le hago: la posibilidad de encontrar algo gratis entre la basura. La oferta funciona como un conjuro y Marcelo me acompaña. Golpeamos la puerta y nos abre Pravin, Krishna ha decidido no unirse a la patrulla exploradora.

Abrimos la puerta corrediza y descubrimos la complicada orografía de las montañas de cajas. Hay 8, de dintintos tamaños y apenas apiladas.

La primer caja pesa dos toneladas y al intentar moverla se me resbala de las manos y aterriza sobre mi pie. Cuando el dolor punzante y la nube de polvo se disipan exploro su contenido: cientos de boletas de tarjetas de crédito, teléfono, celular, AOL. No son de Pravin ni de Krishna, sino de otro estudiante indio, Suresh, cuyo nombre me suena, aunque no puedo identificar del todo (Marcelo asegura que fue estudiante del departamento de computación hace un par de años, aunque desconoce su paradero actual).

Cualquier criminal ya se hubiera hecho una panzada: en tres minutos tengo a mi vista el Social Security Number de Suresh y los números de sus tarjetas de crédito. Aunque el robo de identidad es una de las paranoias fundamentales de los yanquis, está claro que no formaba parte del andamiaje de fobias y terrores de Suresh. La segunda caja contiene libros: un par de Stephen King (me los quedo yo), varios de programación (se los queda Marcelo) y guías turísticas de Las Vegas, Montreal, Miami, Seattle y Marruecos (se las queda Pravin). La tercera caja contiene carpetas y varios manuales de Microsoft. La cuarta aún más manuales de Microsoft, aunque de contenido más corporativo: “Orientación para el nuevo empleado”, “Cómo alcanzar la excelencia Microsoft”. También aparecen en rápida sucesión el libro del Mormón, “Cómo vivir 100 años” de Swami Sivananda y “Las 7 leyes espirituales del éxito” de Deepak Chopra.

El perfil de Suresh va tomando forma, algunos contornos ya se hacen visibles: estudiante de computación indio, ex empleado de Microsoft, con excelente historia de crédito y finanzas desahogadas (como para permitirse el turismo) y espiritualmente insatisfecho.

La quinta caja contiene una plancha con vaporizador (que funciona, me la quedo yo), una agenda electrónica (que funciona, se la queda Marcelo), un paraguas y una máquina para alisar el pelo (que no funcionan). La sexta caja contiene un par de revistas Playboy, una caja de pilas alcalinas y otra de jabones Dove (ambas sin abrir), parlantes y una afeitadora eléctrica (que funciona pero nadie quiere). Estoy a punto de pasar a la séptima caja cuando, escondida entre las revistas, descubro una especie de pistola de plástico. Mi primer impresión es que se trata de una pistola de agua color azul transparente. Al retirarla de la caja me doy cuenta que se trata efectivamente de una pistola plástica, pero no es de agua: de la punta del caño sale una manguerita de goma y cuando tironeo, veo que la manguerita está unida a un tubo cilíndrico también transparente de unos 25 cms de largo y 5 cms de diámetro. El tubo está aún parcialmente metido en un envase de celofán transparente. En el celofán se lee en grandes letras azules: “Sistema de alargamiento de pene”.

Marcelo dice “Oh”, Pravin es más elocuente: “¡A la mierda!”.

El perfil de Suresh gana un par de trazos adicionales: el ex empleado de Microsoft tenía el pelo rizado e indomable, una vida bastante solitaria y una pija diminuta.

Mis asistentes me sugieren que abandone la empresa. Tienen un gesto de asco incipiente en la cara y parecen deducir que esa agenda electrónica o esas guías turisticas fueron manipuladas por los dedos de alguien obsesionado por el tamaño de su pene. En el gesto de Marcelo y Pravin veo crecer los dedos de Suresh hasta alcanzar tamaños fabulosos, ya no existe Suresh sino solo sus dedos, sus dedos perpetuamente pringosos.

Prometo terminar rápido; estoy poseído de una pasión espeleológica que desconocía. Voy a llegar al fondo de esta caverna, necesito desenterrar los tres trazos que faltan para cerrar los contornos de este perfil. No estoy dispuesto a girar en redondo justo cuando estoy a punto de cruzar la lista de llegada.

Lamentablemente la séptima caja no revela demasiado: un manual de bonsai, vajilla de plástico, viejos apuntes. Marcelo y Pravin dan por terminada la búsqueda. Yo abro la octava caja, apurado: más apuntes, el CD de “Like a virgin” de Madonna y a un costado un bulto rosa de goma que no logro identificar. Lo descubro con cuidado, protegiéndome los dedos con una hoja de papel…

Y no puedo evitar la exclamación, mezcla de asco y risa… “¡Agggh! ¡Me dan mucho asco las reales y mucho más las de goma!”. Pravin se asoma, reconoce el objeto inmediatamente e interroga en forma retórica: “¿¿¿Es una concha de goma???”.

Aún atascado en mi humor detectivesco, no puede detener las preguntas e hipótesis que se apilan en mi cabeza: ¿Fueron la compra del sistema de alargamiento de pene y la concha de goma dos hechos simultáneos o consecutivos? Fue quizás que Suresh compró la concha de plástico y la encontró demasiado holgada… entró en pánico y desesperado decidió achicar el espacio que separaba su hombría del calor vaginal con el sistema de alargamiento de pene? ¿O quizás, a la inversa, luego de comprobar los resultados fabulosos del sistema decidió ejercitar su voluminosa hombría de alguna manera, aunque más no sea en un pegajoso diálogo con el caucho?

Dimos la búsqueda por terminada. Le prometí a Pravin que el personal de limpieza iba a pasar esa misma tarde a deshacerse del contenido del cuarto.

Me despedí de Marcelo y Pravin en la puerta del departamento. “Que solitaria es la vida del estudiante de doctorado” – deslicé, meditabundo.

Me miraron en silencio. Sabían muy bien a qué me refería.

Leave a Reply