Kiosco

Son las 4 de la mañana y el kiosquero me atiende detrás de la reja.

– ¿Me das dos paquetes de DRF?
– ¿Cuál querés?
– ¿Qué gustos tenés?
– Tengo todos.
– Dame uno de naranja y uno de limón.
– Acá están. Un peso.
– Esto no es naranja, esto es anís. Es un asco el anís.
– Ah, naranja no tengo entonces.
– ¿Ves que no tenés todo?
– Vos siempre pedís lo que no hay.
– No, vos sos el que nunca tenés lo que yo pido.

Sonríe. Se está quedando pelado, pero tiene la cara y la sonrisa redondas.

– ¿Cómo andás con la artritis?
– Bien, ayer no vine al kiosco porque me entregaron los análisis. Tengo mejor los nudillos, pero muy mal las rodillas. El doctor me prohibió coger de parado, con lo que me gusta.

Agarra a la mujer invisible por la cintura, la levanta y le acomoda las piernas detrás de su cadera. La penetra y bombea con la pelvis, delante de la vitrina llena de gaseosas y de pebetes de jamón y queso.

– Pero hay otras posiciones. Comprate el librito del Kamasutra, lo venden en el kiosco de revistas acá a la vuelta.
– Sí, ya me lo compré, pero el que yo tengo viene sin dibujitos y no se entiende nada.

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