Rodillas, codos, fémures y ronquidos

[25 de Septiembre de 2003, Piscataway, New Jersey; mi respuesta a los insistentes correos masivos enviados por el Vicepresidente 1ero de la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires]

El año pasado le envié un email al diputado porteño Jorge Enríquez respondiendo a una carta suya que La Nación publicó en su correo de lectores. Enríquez aseguraba que la ley de unión civil a punto de sancionarse era “una ley mediática”, que “vulneraba una institución como el matrimonio o la familia” y que los gays “ya tienen bastante cobertura en nuestro sistema”. Ninguno de los numerosos emails que envíe a La Nación fue publicado. Y nunca recibí respuesta de Enríquez.

Sin embargo pronto empecé a recibir emails comunicándome las actividades del diputado: que iba a estar en tal programa radial, que iba a oponerse a tal convenio, que iba a organizar tal simposio. Le envíe en ese momento un email pidiéndole que me retirara de su lista de contactos ya que nunca le había pedido ser notificado de sus actividades. No escondí mi irritación, el email lo dejó muy claro. A los pocos días recibí su respuesta. Me pedía disculpas por no haber respondido mi email en su momento “hecho bastante infrecuente, ya que contesto todos los que recibo, que son muchos” pero supuso que se había “traspapelado”. Luego me aclaraba que ya había “dado instrucciones” de quitarme de su lista de contactos.

Los emails desaparecieron durante un par de meses, pero hace un mes volví a recibir uno, invitándome a un foro de participación ciudadana. A continuación el email que le envié (y que, por supuesto, nunca fue respondido).

Sr Enríquez,

El día 15/4/2003 le envié un email pidiéndole que me quite de su lista de contactos. Mi argumento – en su momento y ahora – es simple. Nunca le pedí que me envíe emails, sólo conteste una carta suya que apareció en el correo de lectores de La Nación. Esa acción no implica el deseo de recibir sus comunicaciones periódicamente. No entiendo como un funcionario público, cuyo interés primordial debería ser el de respetar y hacer respetar los derechos de sus conciudadanos, no se preocupa por respetar uno de los derechos fundamentales: el de no ser molestado.

Quizás ni siquiera haga falta invocar una regla fundamental de civilidad; alcanza con los buenos modales: si al menos hubiera tenido la delicadeza de preguntarme si quería ser incluido en su lista de contactos… pero nunca lo hizo. A esta primer falta hay que agregarle la segunda, ya le pedí que deje de mandarme emails y áun los sigo recibiendo. Me contestó en su momento que le indicaría a su secretaria mi eliminación de la lista. De estos hechos mínimos (y del hecho de que el Vicepresidente 1ero de la Legislatura debería prestar especial atención a estos detalles) se infiere no solo prepotencia y malos modales, sino también ineficiencia. Ninguna de estas cualidades son deseables en un funcionario público.

Le pido (una vez más) que en su ajetreada agenda, inundada de tareas tan encomiables como defender la institución del matrimonio del ataque homosexual (y otras defensas igual de heroicas) se haga un momento para borrarme de su lista de contactos de una vez por todas.

Agradecería que cumpla mi pedido y me ahorre la redacción de un tercer email aún más irritante,
Christian Rodriguez

PD: ese fue un gran ejercicio de civilidad de mi parte. La otra alternativa será la que intentaré si sigo recibiendo su correo basura: responderle con email del mismo calibre. Se me ocurren, sólo para comenzar: mi colección de 500 fotos de mis rodillas y codos, copias de mi radiografias de fémur en una amplia gama de colores pasteles, y transcripciones onomatopéyicas de mis ronquidos (acompañadas del correspondiente audio). Estoy seguro que esos emails le generarán un interés equivalente (o superior) al que yo siento por las invitaciones a un ciclo de “participación ciudadana” de parte de alguien que defiende a Elena Cruz aduciendo que removerla de su cargo “autorizaría a las mayorías a cercenar los derechos políticos de las minorías”.

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