Sol

[18 de Octubre de 2003, Piscataway, New Jersey, el festejo de mi cumpleaños]

Como Robert (costaricense) cumplía años el 17, Richard (argentino) el 19 y yo (argentino) el 18 decidimos (decidieron Roberto y Robert, bah) festejar todo junto. Fuimos a Poor Billys, un restaurant/sports bar/disco en Woodbridge. La reserva era para las 7 pm. Yo estaba listo a las 6.30, Roberto pasó a buscarme a las 7.30 y llegamos al lugar a las 8.30. Y por eso, cuando llegamos, en vez de asignarnos una mesa en el sector de restaurant nos indicaron unas mesas amontonados frente a la pista de baile. La música tronaba.

Aunque llegamos a las 8.30 fuimos los primeros. El resto llegó entre las 8.30 y las 10, como si nada. Cuando le pregunté a una de las chicas por qué la gente llegaba a cualquier hora me respondió “es la hora tica”. Yo me moría de hambre desde las 6.30, pero parecía ser el único. Todos pedían margarita tras margarita, iban y venían como si nada. Insistí hasta que finalmente logré que pidamos las entradas. Compartí unos chicken fingers con Richard y me seguí muriendo de hambre. La gente llegaba, apenas saludaba a un par de conocidos, pedía sus tragos, charlaba a los gritos con un único interlocutor (que era lo que la música aplastante permitía). Mientras tanto el bar mutaba lentamente: al principio estaba abarrotado de gorditos con gorritas de baseball que levantaban los puños frente a lo que transmitía ESPN, más tarde bajaron las luces y aparecieron varias chicas despechugadas en grupos y chicos peinados con gel y en musculosa.

Al final de la barra, más o menos a 30 metros de distancia había un pibe de unos 25 años, con la cabeza afeitada, remera negra ajustadísima y una sonrisa levemente etílica revoloteando en los labios. Miraba en mi dirección aunque era imposible saber si me miraba a mí, estábamos demasiado lejos y había demasiados obstáculos atractivos (una televisión, una de las barman) entre los dos. Cuando lo ví ir hacia el baño decidí seguirlo. Meamos en mingitorios contiguos. Murmuró algo que no entendí. Le pregunté que había dicho y dijo, señalando una publicidad en la pared, “Jack Daniel’s es mi amigo parece, no sabía que tenía tantos amigos…”, me miró y me sonrió. No le respondí. Volví a la mesa.

Finalmente pedían la cena (aunque algunos ya emprendían la retirada). Ahora la pista de baile era una masa humana bamboleante. Yo me entretenía mirando como las gigantescas bandejas de comida flotaban sobre el gentío, mientras se encaminaban hacia nuestras mesas. Sentía como el mal humor abría sus ramas dentro mío, un árbol de hastío abriendo sus ramitas y hojitas en cámara rápida en una visión de rayos X.

Terminamos de cenar y aparecieron las tortas. Una para mí y Richard y una más grande para Robert. Cuando nos preparábamos para cantar el cumpleaños apareció una banda en el escenario y empezó a tocar desaforadamente. Soplé las velitas mientras sonaba una versión punk de “Take on me” de A-ha.

Robert y Roberto me regalaron un sweater azul. Estaba dentro de una bolsa también azul estampada con soles sonrientes y bélicos. Eran ya las 11. Pedimos la cuenta. Yo supuse, ingenuo, que los cumpleañeros no pagarían. Me equivoqué, y la equivocación me salió 50 dólares.

Así volví a casa, sonriente y belicoso como un sol estampado en una bolsa de celofán.

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