Pedro, Luciano, Mario y Ariel

Pedro

Pedro siempre está apoyado contra la misma columna, aturdido un poco por las luces de la pista de baile, que le pegan de frente, como esos tipos que miran el mar para que se le meta la sal en los ojos. Se viste siempre con pantalones cremita y chomba Legacy. Me regala el ticket de la bebida, así yo aprovecho y tomo alcohol. Él pide una Pepsi light, toma unos sorbitos y después deja que la botellita de plástico se le caliente en la mano.

No baila. Mira. Su timidez me provoca. Me acerco.

– Estás lindo hoy, con tu chombita aburrida de siempre – le digo.

Me pega en la panza. Siempre hace eso. Me pega en la panza o me patea. Cogimos hace un tiempo. Coger, coger, una sola vez, el resto de las veces dormimos juntos y franeleamos. A veces me seguía a mi casa, me tocaba el timbre y me traía hamburguesas del Burger King. Me fui de vacaciones y no le avisé y cuando volví encontré en el buzón un sobre de papel madera lleno de paquetes de pastillas Refresco, mis preferidas.

A la vigésima vez que se quedó a dormir en mi casa le pregunté su apellido. No me lo quiso decir. Su número de celular. Tampoco. Lo mandé a cagar. Ahora, cada vez que pasa, yo le toco el culo y él me responde pegándome. Ahora mismo lo tengo frente a mí, de espaldas, meando en el mingitorio. Están los cuatro mingitorios ocupados y me hago encima.

– Apurate que me meo, bebé – le digo.

Se pone todo duro. Me odia. Termina de mear, apurado, y retrocede para dejarme pasar, pero se queda maniobrando con la bragueta.

– Qué hacés, exhibicionista – le digo, mirándole la entrepierna.
– Mirá – dice, y me muestra que tiene botones en vez de cierre.
–Bien ahí, pantalón nuevo… pero si estás borracho los botones te la complican.

Me pega una piña en la espalda.

– Pará, bebé, que estoy meando – le digo. Se va.

Luciano

Luciano usa chombas Kevingston con muchas inscripciones. Tiene el pelo enrulado, con gel y siempre que estoy bailando pasa y me toca el culo. Después me da un beso en la mejilla. Si le hago algún chiste se agarra el bulto y me dice “vení, chupala”. O algo así. En realidad murmura algo, que no se entiende. Tiene 25 años, baila como un soldadito, como si marchara arriba de una cinta de gimnasio, en cámara lenta. Cuando pasa algún viejo, les clava la mirada, se muerde el labio, dice “qué bombonazo” y, una vez que pasaron, les mira el culo.

Está bailando con otros amigos, saludo a todos con un beso en la mejilla. Me mira con cara de enojado.

– ¿Qué te pasa? – le pregunto.
– No me pongas la cara, dame un beso bien.
– Okay – digo, le agarro la cara con las dos manos y le doy un beso con ruidito.

Se ríe. Le convido un poco de mi Speed con vodka. Toma. Cuando me devuelve el vaso me doy cuenta de que ya tenía otro vaso en la mano.

– Estás borrachín – le digo –, tenés trago, pero igual aceptás el mío.
– Estoy tomando desde las cinco de la tarde.
– Sonamos…

Después, más tarde, nos cruzamos en la barra.

– Ayer salí a bailar – me cuenta –, y había cuatro turistas alemanes. Hice así – hace gesto con el dedito el gesto de “vengan” –, y pum, me los transé.
– ¿A los cuatro juntos?

Me mira como diciendo “obvio”. Exagera, lo miro sonriendo.

– Me cogí a uno, pero me transé a los cuatro – corrige, como si eso hiciera más creíble la historia. Después me cuenta que la semana pasada se cogió a uno en el baño. Tampoco le creo.

Más tarde (y más borrachos) bailamos en grupo. De pronto se frena y le clava la mirada a alguien que está atrás mío. “Qué dulzón”, dice. Atrás mío hay un viejo de camisa negra que le sonríe. Se ponen a bailar juntos, marcando el ritmo con la pelvis, pero no hacen nada. Me acerco.

– ¿Y? Vamos, dense un beso que se termina la noche – les digo, abrazándolos. Se dan un piquito tímido –. Bien, ahora lo mismo, pero con lengua.

Juntan las bocas, las abren, se besan, y cuando se separan veo las lenguas enroscadas, iluminadas por las luces de colores.

Mario

Mario, el oso de musculosa, no se despega de la barra. Es argentino pero vive en Puerto Rico, y pronuncia las erres como eles.

– Eles un comemielda – me dice.
– Hablá bien que sos de Lanús – le digo.

Para que me vaya me convida tragos.

–Toma – dice, y me da una copa de champán. Pero no me voy, me quedo ahí molestando.

Al final de la barra hay una caja grande con preservativos y otra con sobrecitos de lubricante. Veo que otro oso se acerca a agarrar un par. Cuando ve que lo miro se hace el distraído.

– Tenete fe – le digo –, agarrá más.

Se ríe y agarra dos más.

– Agarrá cuatro o cinco, canchereá, dale.

Agarra uno más. Se sienta en una banqueta, junto a otros tres osos, todos acodados en la barra.

– Les presento a mi amigo Mario – digo –, es de Lanús pero habla como Ricky Martin.
– Ay pero tú si que eles un comemielda – dice Mario.

Los otros tres osos aprovechan para agarrar lubricante y preservativos. Veo que la caja de sobrecitos de lubricante ya está vacía pero la de forros está casi llena.

– Che, se llevan todos los lubricantes – digo –. Disimulen, al final son todos pasivos…

Se ríen.

– ¿Se van de fiesta los cuatro? – pregunto –, abarcándolos con un gesto.

Hay dos que asienten con la cabeza, el tercero duda, el cuarto niega enfáticamente. Habrían hecho los mismos gestos si les preguntaba si estaban borrachos.

– ¿Ustedes dos son pareja? – pregunta uno de ellos, señalándome a mí y a Mario.
– Ojalá, pero él se resiste – digo yo, recostándome sobre el hombro carnoso del portoriqueño.
– Ay bendito – dice Mario –, el que nunca quisiste eres tú.
– Tiene un culo hermoso, lampiño, pulposo, muy muy chiquito – digo, cambiando de tema –. Es un osazo de la cintura para arriba, pero ahí abajo le implantaron dos naranjitas.
– Pues whatever, cabrón – dice. Me llena la copita de champán y me voy.

Cuando más tarde voy a buscar preservativos y lubricante, no están.

Ariel

Ariel está siempre sentado en las gradas, abajo de los televisores que pasan películas porno. Es rubio y morrudo, sólido. Lo agarro fuerte del brazo y le doy un beso. Me gusta sentir el brazo ancho y carnoso.

Hay otro tipo muy parecido a él que anda por ahí. Durante mucho tiempo me los confundí. Le digo que me daría morbo verlo coger con su clon.

– Nada que ver conmigo – dice –, no somos parecidos.
– Son los dos rubios, musculositos, machotes y con cara de orto – le digo. Se ríe.
– Una vez me vino a hablar – me cuenta.
– ¿Y?
– Dio un montón de vueltas, miraba, y al final vino. Le di mi celular.
– Esperá – interrumpo –, ¿no transaron y le diste el teléfono?
– Sí, transamos.
– Ah, contame bien la historia, no te saltees las partes eróticas.
– Tenés razón – dice, y continúa–: Le di mi celular y quedó en llamarme para vernos. Me dijo que nos viéramos un viernes y ese mismo viernes a la noche canceló.
– ¿Y desde ese día le cortaste el rostro?
– Sí, no me gusta que me hagan eso.
– Bueno… capaz le pasó algo.
– No, no me gusta, es muy creído.
– Bueno, al menos vino y te encaró. Vos, en cambio, cero, siempre en la misma columna con cara de orto. Además tiene lindo culo, mirá – digo, señalando con la cabeza. Justo pasa delante nuestro, tiene pantalones claros y el culo redondo.
– Encaralo vos – me dice –, seguro te lo ganás.
– No, yo quería ver dos clones transando y me cagaste la fantasía.
– Sos terrible – me dice.

Le convido un poco de mi trago. No quiere.

– Tenés que tomar alcohol – le digo –, hay que intoxicarse un poquito para bajar las inhibiciones, sino no vas a coger nunca.
– Hace mucho que no cojo – dice, aceptando el vaso.
– ¿Cuánto?
– No importa – dice, y se queda pensando –. Che, te tengo que contar algo – sigue, bajando la voz –. Yo tomo antidepresivos.
– ¿Por eso tenés la libido baja?
– No, antes también me pasaba. ¿Te acordás el otro día cuando nos encontramos en el colectivo?
– Sí – le digo –, vos volvías del sauna, ¿no?
– ¿Cómo sabés? – pregunta, sorprendido.
– Eran las once de la noche de un martes – digo –, subiste en la esquina de Viamonte y Callao y tenías el pelo húmedo y la carita colorada. No hay que ser muy detective…
– Sí, tenés razón. Dejé de tomar los antidepresivos un par de días y fui al sauna.
– ¿Y, cogiste?
– No – dice –, pero charlé con varios.
– ¿Fuiste a charlar al sauna? ¿No te hiciste ni chupar la pija?
– Me tocaron. Mucho.
– No entiendo.
– Yo me sentaba en el sauna húmedo, que es todo neblinoso por el vapor, y me dejaba tocar.
– ¿La pija?
– No, las piernas, los brazos, el pecho. Estuvo muy bueno. Mi psiquiatra se puso muy contento cuando le conté.

This Post Has 8 Comments

  1. Franco

    Tengo un Oso amigo que se fue hace unos años a vivir a España y cuando va de paseo a Buenos Aires habla como si fuera José Sacristán. Qué boludo!

    El último, Ariel, me dio pena.

    Abrazo!

  2. faragall

    Che pero que vida de mierda la de ustedes ¿He??

  3. Martín

    Buena crónica de Contra…

  4. Albert

    muy bueno, me sentí reflejado, puto….beso mariposa en mejilla y palmaditas

  5. Luis

    Hace rato no te leía. La comprobación de que la constante “realidad” no se mueve ni un milímetro en la vida de ninguno. es lo que me llevo personalmente. La falsa sensación de movimiento, cuando no se está fantaseando, es escalofriante. Aburrido mundo cíclico, con su absurda rotación y translación impregnada en nuestra “loca, frenética y desmedida” forma de ser.

    PD: Antes posteabas mas seguido…

  6. Mateo

    muy bueno. seguí escriendo. te seguiré leyendo

  7. AMSTO

    Un saludo a Ariel y a su psiquiatra que en cualquier momento se va para el sauna.

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