Dos semanas y cuarto

[17 de Diciembre de 2001, 1AM, 22nd St y Valencia St, San Francisco, California]

Vengo de la casa de Herman, mi amante mexicano. Nunca me interesaron los números, pero dejame desparramar esta aritmética: 3. Uno al toque, como para romper el hielo y yo me hundí como el Titanic. Otra vez al ratito, y el tercero “sin sacarla”. Este último un hecho casi inédito en mi prontuario, una inauguración, botella de champagne estallando en mil pedazos o tijerita cortando la cintita, vos elegís.
Narración cruda de los hechos:

Llegué a su casa, Herman en cueros, la habitación en penumbras, su jean con los dos primeros botones desabrochados, cómo si fuera una puerta a medio abrir, una invitación a entrar, sacudite el polvo (uf) en la alfombrita que dice bienvenidos y entrá. La lengua arando un surco de saliva desde el abdomen hasta los pezones, los pezones espesos, su mano que me sostiene la nuca. La cogida polirítmica: desde el balanceo pendular del vals vienés hasta el temblor eléctrico de la tarantela.

Hoy nos demoramos en la charla post-coito. Prendió las luces (otro hecho casi inédito) y puso música. Sonó una versión dance de “Wicked game” de Chris Isaak y yo sin darme cuenta canté la letra y me moví siguiendo la música pero aún recostado en la cama, boca arriba. Me pidió que me levantara y bailara, que le mostrara como bailaba. Me dio vergüenza, pero rompió las bolas hasta que bailé. Me miraba con una cara rarísima: la cara de un chico que llevaron al zoológico y acaba de ver por primera vez un hipopótamo.

Me le subí encima y seguí bailando en cámara lenta, cagándome de risa, adivinando la escena vista desde un costado, mis torpes nueve semanas y media reducidas a 2 y un cuarto. Le rozaba la pija con el culo, la pija reducida a un bollito. Y sé que todo suena muy a final de novelita Jazmín, pero no lo fue. El se reía tambien. Me dijo que el no sabía bailar, que le enseñara, le dije que bailar era como coger: coger en abstracto, cogerse a las corcheas, las fusas, las semifusas que flotan en el aire. Me miro serio, pensó que se lo decía de verdad. Y quizás tenía razon.

Me contó como tuvo sexo la primera vez. Luego me preguntó si tenía amigas lindas. Dijo que tenía ganas de coger con una vieja (equivalente mexicano de mina). Y exigió detalles de las “chichis” (tetas) de mis amigas. Le armé un pequeño desfile imaginario, y así me enteré que le gustan de tetas chiquitas pero firmes. Pensé por supuesto que alguien hamacándose entre las viejas y los viejos elegiría tetas unisex (pequeñas y firmes) pero no dije nada. Es morenito, pero no muy “étnico”, y tiene un culo redondo increíblemente firme, chiquito, con la consistencia de esas pelotitas que exprimís para sacarte el estrés, jugoso como una fruta. Pero cada vez que manoteo la frutera me retira la mano.

Me dijo que se va de su departamento en febrero y esa quizás sea una oportunidad para que yo lo alquile: por $500 o algo así. También está desocupado el cuarto de arriba (¿podré mudarme en enero ahí y luego trasladarme abajo en febrero?). ¿No le agarrará la paranoia de que lo persiga sonámbulo de noche, de que le asfixie sus incursiones heterosexuales?

Herman recostado en la cama, en cueros, el jean desabrochado (se lo puso de nuevo, sólo para telegrafiarme que hubo 3 pero no habrá 4), me mira bailar y sonríe. Es como una película rusa sin subtítulos, no sé que es lo que pasa: veo cosacos enloquecidos atacar y arrasar pueblos enteros pero no sé quién gana, no sé de que lado estoy, no sé si estoy ganando o perdiendo.

Quiero saber cómo termina la película.

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