[Enero de 1998, Bell Labs, New Jersey, USA; extraído de mi diario personal]

Ayer recibí la carta de Viviana. Era una carta escrita en un desvelo, a las 5 de la mañana. En papel sin renglones, ocupando todo el espacio de la página, las filas de letras derechitas. Yo me imaginé a Viviana sentada en la cocina, con una tazota de té con limón echando humo al lado. Un cuadro de Rembrandt.

Al principio era un poco difusa: me contaba del tiempo, las lluvias, las inundaciones, los gatos que maúllan en la ventana y no la dejan dormir, los rayos del sol que le quemaron la espalda porque se le ocurrió lavar la Pelopincho a las 2 de la tarde con un sol que raja la tierra y ahora tiene toda la espalda quemada y no puedo dormir, Viviana que con todo esto no puede dormir y no deja dormir a Fabián. Creo que Agustín sí duerme.

Después se ponía melancólica y me extrañaba. Y entonces aparecían letras grandotas y me llamaba AMIGO, y se largaba una tormenta de lágrimas y mocos. Después me contaba de lo boludo que es Darío, ofendido porque Viviana es una bocona. Y Terenia que no perdió su oportunidad de hacer una aparición estelar como la Mujer Maravilla. Pobrecita ella: Mujer Maravilla con el avión invisible sin nafta, con el lazo de la verdad que sólo usa para jugar al elástico, con el bombachón extra extra extra large de estrellitas blancas sobre fondo rojo que siempre le aprieta un poco, buscando un perrito en la calle para rescatarlo de su infierno de pulgas y garrapatas, mientras ella juega a hacerse la tonta, y así pasan los años, y ella sigue jugando a hacerse la tonta. Y siempre gana.

***

Al final eran como diez paginitas casi translúcidas. Y demorándose en la explicación del gatito que no la deja dormir, de la Pelopincho, del sol de las 2 de la tarde, se quedó sin tiempo para contarme que pasó con su papá o con su hermano y el gran quilombo gran.

Pero lo fundamental estaba, la imagen de Viviana, 5 de la mañana, encarrilando las letritas una atrás de la otra en cada renglón, cuidando de que la hojita tan finita no se borroneara, no se rompiera, la luz del comedor, el té con limón, los juguetes de Agustín por el piso (¿te imaginás a Rembrandt?) y Viviana en el medio, porque un gato no la deja dormir y ella decide que es momento de escribirle a su amigo que está en algún lugar del mapa allá arriba, y lo extraña, mientras el té con limón se enfría.

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