Raro

[30 de Diciembre de 2003, 2:45am, Piscataway, NJ: algunos apuntes autobiográficos]

Siempre presentí un orgullo levemente perverso cuando mi madre se refería a mí como “un chico raro”. No me lo decía directamente a mí, pero si la escuché calificarme de esa manera muchas veces, en conversaciones con parientes o amigas. Nunca supe bien a que se refería, pero ahora veo que sus anécdotas preferidas que me tenían de protagonista quizás tracen un mapa de mi rareza.

Tardé varios minutos en respirar al nacer y un médico pronosticó que sería deficiente. A los 4 años expresaba mi mal humor tomando carrera, agachando la cabeza y arremetiendo contra la pared más cercana (familiares y amigos de la familia aprendieron así a monitorear los signos de mi inquietud y me bloqueaban el paso). A los 5 leía en un santiamén los libros de la colección Robin Hood y memorizaba capítulos enteros de “Platero y yo”. A los 7 se leían mis narraciones en los actos del colegio. A los 8 me disfrazaba de hawaiana. Esta última anécdota exige más detalle.

Mi papá apareció un día con un LP con un gran sol ocre en la tapa, se llamaba “Melodías de Hawaii”o algo así. La fascinación de mis hermanas y yo por ese disco fue inmediata. Cubrimos la lámpara del living-room de celofán amarillo y pasamos días enteros bajo ese sol improvisado, perfeccionando los movimientos de rotación de la cintura y la ondulación de los brazos. Mis hermanas eran implacables: “¡Nene, los brazos tienen que ser como las olas del mar de Hawaii, y a vos no te sale ni parecido!”. Los mismos problemas motores (y mi obstinación) casi causaron mi muerte por ahogo algunos años después cuando intenté cruzar la pileta del club nadando como el hombre de la Atlántida.

El frenesí hawaiano no se apagó tan fácil. La idea creo que fue de mi hermana Andrea: recortar los flecos de nylon del barrilete de Meteoro para improvisar la pollera hawaiana, armar collares y pulseras con fideos de colores y pintarme los labios con el set de maquillaje Coqueterías. Cuando terminaron no me reconocí al mirarme al espejo. Y me corrió un sudor frío por la espalda cuando mis hermanas insistieron en que mi mamá me viera.

Mi paranoia resultó injustificada: a mi mamá le encantó la idea. Me sacó 5 o 6 fotos posando como hawaiana (la pelvis torcida, los brazos en alto) en el jardín, entre los malvones. La foto terminó bajo el vidrio de la mesita del living y mi mamá no perdía oportunidad de señalársela a los visitantes: “Ese es Christian, ¿lo podés creer?”.
Muchos años después, bajo una lámpara desnuda de celofán les dije a mis viejos que me gustaban los hombres, que nunca me iba a casar con una mujer, que era gay. Ahora sí mi madre reaccionó como correspondía: un shock que la dejó muda durante 10 minutos. Cuando resuscitó, pretendiendo justificarme, expliqué: “Má, tengo 23 años y nunca te presenté una novia… ¿no era de sospechar?”. Mi mamá me miró a los ojos, como si le acabara de decir que no era su hijo, sino un visitante de Neptuno y que me esperaba la nave espacial en la puerta: “Nunca pensé que eras gay, yo pensé que eras raro”.

La foto debajo del vidrio de la mesita del living desapareció al día siguiente y nunca más volvió a aparecer.

This Post Has 3 Comments

  1. Anonima

    Por que esperaste tanto tiemppo para decirlo a tu familia, creo que hubieras tratado esto con mayoir prontitu a tu edad, es mas dificil enfrentar las cosas.
    creo que tu lo sabias deede hace tiempo ereees un cobarde ppor no enfrentar tu realidad………

  2. Mariano

    Que amor el que te puso esto de que sos cobarde!!! divino!!! tenes mucho valor y eso estoy seguro de que lo tenés bien en claro, y después de haberselo dicho a tus viejos, tuvieras la edad que tuvieras, estoy seguro qeu habrás sentido esa pequeña conquista como algo adentro tuyo que en nada se le parecía a la cobardía!. abrazo.

  3. Occam

    Anónima: no es tan fácil enfrentar “tu” realidad, confesá: ¿a qué edad fuiste capaz de confesar(te) que eras tonta?
    si, ya se, el post es viejo.

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