Autoreportaje 2: los libros y yo

[27 de Enero de 2004, 4am, Piscataway, NJ; segundo auto reportaje]

Autoreportaje 2: Los libros y yo

¿Cómo nace tu relación con la literatura?

Creo que todo es culpa de mi papá. Mi abuelo paterno – flor de hijo de puta – decidió que la escuela secundaria era una pérdida de tiempo y cosa de maricones y por eso a los 14 años lo sacó a mi viejo de la escuela y lo puso a laburar con él en la panadería. Fue bastante frustrante para mi papá, que siempre tuvo inquietudes intelectuales.

Así, conciente o inconcientemente, mi viejo se obsesionó con los libros: nunca tenía tiempo de leerlos, pero igual los compraba por docenas. Mi casa siempre estuvo llena de libros – que compraba mi papá a pesar de las quejas de mi mamá -. Abrís los roperos en mi casa y no hay ropa sino libros.

¿Qué leiste de chico?

No leí historietas, ni el Patoruzito, ni la Condorito; mis viejos apenas permitían el Billiken y muy de vez en cuando. Leí lo típico: Tom Sawyer, Heidi, bastante de la colección Robin Hood y después Verne. Me hice adicto a Verne, empecé con las versiones abreviadas de la colección Billiken y más tarde, cuando me hice socio de la biblioteca municipal, pasé a las versiones originales. Si reflexiono un poco creo que Verne impregna todavía bastante mi concepción de la vida: esa idea feroz de que si sos honesto, valiente y justo, tarde o temprano, colgado de un globo aerostático, abandonado en una isla misteriosa o flotando en el espacio, vas a encontrar tu destino.

¿Cuándo pasaste a leer “literatura adulta”?

Dejé de leer con fruición cuando entré en la adolescencia. No sé muy bien por qué, no fue una decisión conciente… pero se me ocurre una explicación. La adolescencia fue una etapa ultra jodida para mí. A los 13 años me quedé sin amigos (los pibes del barrio “me hicieron a un lado”) y en algún nivel me dí cuenta que se me venía la tormenta encima. Caí en un agujero pegajoso del que no salí hasta que terminé el secundario. Tengo recuerdos muy borroneados de toda esa etapa, en la que viví en estado larval. Tenía ataques de locura – aunque no violentos -; pasé años sin peinarme, por ejemplo. O se me ocurría dejar de hablar durante 20 días. Mis viejos me dejaban en paz y también me dejaban en paz en el colegio: tenía buenas notas y eso era lo que importaba.

Era un bicho exótico y eso me daba espacio para hacer lo que me diera la gana, y hasta creo que mi demencia generaba respeto. Me acuerdo por ejemplo que tenía un profesor de música muy insoportable. Hacía chistes idiotas y toda la clase se los festejaba, yo, en cambio, permanecía en silencio. Un día se le ocurrió preguntarme: “Usted nunca se ríe de mis chistes, dígame… ¿qué opina de mí”. A lo que respondí: “Yo creo que usted es un idiota”. Lo más gracioso de todo es que yo me había olvidado de esa anécdota. Me la relató el mismo profesor cuando lo encontré de casualidad muchos años después en un video-club.

¿Entonces durante toda tu adolescencia no leíste nada?

Leí Ilusiones y alguna otra cosa de Richard Bach. Leí Demián, de Hesse, que me partió la cabeza. No me acuerdo que más leí, estaba muy conmocionado, sobre todo internamente, y por lo tanto no podía sostener mi atención lo suficiente como para leer novelas. En mi adolescencia el papel de los libros lo reemplazó la música: me hice fanático de Charly García. Repetía la letra de “Yo no quiero volverme tan loco” como si fuera un mantra. Pensaba, como todo adolescente, que la habían escrito para mí. Es escalofriante: me doy cuenta que en esos años algunas canciones me salvaron la vida. Y mi vida era: apretarme granitos frente al espejo, pajearme e imaginarme distintas maneras de morirme. Pero no tenía fantasías suicidas, sino más bien la fantasía de estar muerto. Matarme exigía un plan, un método, y estaba por lo tanto fuera de mi alcance.

Suena bastante dramático…

No creo que sea muy distinto a la vida de muchos adolescentes… pero mirá, de esa etapa salió otra cosa que me serviría muchos años después. Un día leí una letra de The Smiths traducida que decía: “Y cuando te acostás en tu cama / considerás la vida / y considerás la muerte / y te das cuenta / que ninguna de las dos te interesa particularmente”. Fue una revelación: otra vez alguien hablaba por mí. Me hice adicto a la música de The Smiths. Y así prendí inglés solo, traduciendo temas de Morrissey.

¿Cuándo volviste a leer?

Casi al terminar el secundario escuché un cuentito por la radio que me encantó: “Pérdida y recuperación del pelo”, de Cortázar. Fui a la biblioteca y saqué Rayuela. Lo leí en tres días, nunca un libro me absorbió tanto. Fue una revelación, alguien que escribía como ningún otro, que pateaba el tablero, que no tenía miedo en enroscarse en su propia prosa. Me obsesioné con Cortazar, leí todo. Todos sus cuentos, sus novelas (hasta cosas como “62 / Modelo para armar”, que creo que hoy en día no soportaría) y hasta cosas como “Prosa del observatorio” (que me encanta) o “Último round”. Me acuerdo que en 5to año me fui en las vacaciones de invierno a Mardel con dos amigos y me afané todos los libros de Cortázar de una librería. Ibamos todos los días: ellos afanaban los libritos de Mafalda o Inodoro Pereyra y yo “Los premios” o “Libro de Manuel”.

¿Cómo empezaste a escribir?

Escribí cosas de pendejo, poemas, cuentitos, pavadas. En mi adolescencia no escribí casi nada. Tengo un par de poemas muy “sangrados”, que son una mierda. Los tiene una amiga, que los “custodia” porque sino los hubiera destruido. Recién empecé a escribir seguido y en el formato que se ve en el blog cuando me vine a USA.

¿Cómo se compatibiliza el hecho de que estudiás Ciencias de la computación con tu gusto por la literatura o el cine?

Me gustan mucho las humanidades, pero no para estudiarlas en la facultad. Es decir, me encanta leer, escuchar música, ir al cine, pero “estudiar” Letras me parece demente. O sea, no es para mí. Es un prejuicio, seguro, pero escucho hablar a cierta gente de Filosofía y Letras o leo ciertas publicaciones académicas y se me escapa el guácala. Me irritan, ni siquiera entiendo de que hablan. Erick, mi amigo portoriqueño que estudia inglés acá en Rutgers, me odia. Lo veo leyendo cosas como “Perspectivas lacanianas en ‘Las olas’ de Virginia Wolf” y me dan arcadas. No sé, estudiar humanidades requiere cierta ingenuidad que evidentemente no tengo.

Mencionaste a Richard Bach y a Hesse, que al menos tangencialmente, son escritores con temáticas “espirituales”, sin embargo se te nota bastante ateo…

Sí, de adolescente tenía más pilas en ese sentido. También tuve mi etapa yogui / mística. Y hasta anduve en una especie de grupete que combinaba yoga, new age y cristianismo en su momento. Al final terminó siendo todo un circo. A mi me sirvió, al menos para entender que es lo que no me sirve. En esa epoca leí bastante teosofía, Gurdief, etc. De todo eso lo único que todavía leo (aunque muy de vez en cuando) es Krishnamurti.

Me tienta decir que soy escéptico, pero no sé si es tan así. Creo en ciertas cosas, y tengo una fe irracional en otras. Tengo, por ejemplo, una fe irracional en la palabra. Creo que si nos sentamos a charlar y con el compromiso de ser honestos, podemos hacer que el mundo funcione. Si te fijás, esa idea está en todo lo que escribo: soy verborrágico porque me empuja la idea de que si hablo (con la lengua depilada), de que si me puedo explicar, estoy generando un cambio infinitesimal en el mundo.

Todo esto se me ocurre ahora, espero que se entienda que no me siento a escribir con la idea de hablar de cuántas pajas me hice este mes y terminar con el hambre en Etiopía. Pero sí sé que no soy un nihilista, de que si existe la voluntad de decir y la voluntad de escuchar no todo está perdido, de que quizás se pueda quebrar el sofisma existencial de “somos criaturas extrañas en un universo hostil”.

Sí, lo confieso: creo en el poder sanador de la palabra. Y por eso escribo siguiendo la sugerencia de Leo Dan: “por que no charlamo’ un ratito, ¿eh?, para no sentirnos tan solos…”.

Leave a Reply