Neblinas

[5 de Abril de 2004, Piscataway, New Jersey; a partir de un comentario que dejé en Orsai, el blog de Hernán Casciari, y que habla de mis recuerdos de la guerra de Malvinas y de mi infancia]

Tenía 11 años, creo. Aquél 2 de abril llegué al colegio y encontré a mis compañeros de grado cantando en remolinos:

“Thatcher, vieja podrida
este verano no podrás ir a Malvinas…
ni a las Georgias, ni a las demás,
son argentinas por derecho nacional…”

La hora de ciencias sociales la pasamos aprendiendo de memoria el Himno a Malvinas (que hubo que rescatar del olvido y la neblina) : lo cantamos a la salida, en vez de recitar la oración a la bandera. Durante las semanas siguientes las horas de educación física las dedicamos a ensayar ¨procedimientos de emergencia en caso de ataque aéreo¨. Recuerdo esto con cierto resquemor, ese año fue el primero en el que esperé la hora semanal de gimnasia con impaciencia. ¿La razón? A pesar de odiar la rutina de los roles hacia delante y atrás y las náuseas que seguían a mis torpes intentos de ejecutar la ¨balanza¨- hacía rato que había abandonado las pretensiones de la ¨vertical¨ – disfrutaba de los últimos 20 minutos de la hora, en los que jugábamos al delegado. Fue, quizás, el único deporte que disfruté con pasión, y que, si hubiera tenido voz o voto hubiera promovido a disciplina olímpica.
Pero no, el profesor Emilio suspendió la balanza y los ejercicios en el cajón, y los reemplazó por los ejercicios de emergencia, que se me aparecían como una variación caótica del juego de las sillas. El profesor Emilio hacía sonar el silbato y todos corrían a refugiarse bajó el escritorio, los marcos de las puertas, los pupitres. Pero los lugares seguros eran limitados y los más lentos o los más torpes terminaban agazapados frente a la ventana, o agazapados entre dos pupitres, y el profesor Emilio explicaba entonces el riesgo de ser alcanzado por la metralla o los cristales rotos de la ventana.

El ataque parecía inminente, y todos los días en los recreos los de séptimo diseminaban un nuevo rumor. Los aviones Mirage (que pueden volar hacia atrás, nuestros primitivos Pucarás apenas podían volar hacia adelante) ya habían despegado desde las islas Azores, o las Malvinas o las Gilligan, pero la cuestión es que estaban en camino.

Me costaba creer que un avión volara hacia atrás, pero que volaran hacia Merlo, eso sí que cruzaba la barrera de lo insólito. Nunca se nombraba a Merlo en la televisión (mi mamá no nos dejaba ver el reporte policial de los noticieros) y eso me dejaba siempre la impresión de que Merlo era, para los que vivían en Capital, tan real como la Atlántida, aunque mucho menos legendario. Pero los de séptimo explicaban que en el campo de planeadores, a 3 cuadras de mi casa, estaba el radar más potente de Buenos Aires. Si venían los Mirage, lo primero que hacía era bombardear el radar y de paso todo lo demás. En mi cabeza Merlo iba tercero en la lista, luego de Hiroshima y de Nagasaki.

Por esa época daban ¨Combate¨ a las 6 de la tarde. Yo miraba la serie de vez en cuando, supongo que levemente arrebatado de fetichismo bélico – ese ballet de soldados transpirados contra esa escenografía de junglas tropicales – aunque estaba mucho más interesado en las tristezas de los Ingalls o en las excursiones urbanas de Heidi en Frankfurt. Eso sí, gracias a ¨Combate¨ entendía la mecánica de las trincheras, las ametralladoras y las largas marchas a través de la selva o los pantanos. Lo que no se me ocurría era una guerra merlense, la transición necesaria de la calma suburbana a la destrucción total. ¿Cómo llenar ese bache? ¿Con el cielo cubierto de aviones que vuelan para atrás y soldados emboscados en la heladería Fontana di Trevi, en la Avenida Libertador?

Pero el miedo ganó en espesor cuando fuimos con mi tío Aldo a darle un vistazo al campo de planeadores. Yo ya había ido varias veces, a mirar como un par de viejos se entretenían volando aeroplanos de madera balsa, y siempre me había fascinado la visión del radar detenido, perdido más allá del arroyito y los cardos. Ahora el radar giraba lento, un ojo parsimonioso absorto en los misterios del cielo. Según decían los de séptimo, allá arriba, más allá de las nubes, parpadeaban otros ojos simétricos: los satélites ingleses, que lo veían todo (¨si estás en el jardín de tu casa jugando a las figuritas, por ejemplo, tienen la potencia como para ver cuál es la figurita, te lo digo como para que te des una idea¨).

En la hora de historia estudiamos las audacias del Gaucho Rivero y en la hora de lengua escribimos cartas para los soldados. ¨Supongo que debe hacer mucho frío¨, empezaba mi carta, nuestro conocimiento de las islas se reducía a ese único dato climático. No sé si se trata de otro manto de neblina – en este caso una neblina más personal, la niebla de mi pubertad incipiente invadiendo el cuarto contiguo de mi infancia – pero creo recordar mis sensaciones al escribir esa carta. Una sensualidad mórbida, tartamuda: el soldado transpirado (hace frío, pero los soldados siempre están cubiertos de transpiración) arrodillado en su trinchera, acunado por la música de la metralla, leyendo mis renglones, mi letra tan prolija, tan cursiva y desenvolviendo el chocolate Aero que le compré en vez de los dos paquetes de Manón y el chicle Bazooka Jirafa – que compro clandestinamente, ya que mi mamá me lo prohibió, según dice ella, porque escuchó que un chico murió atragantado -.

Y andá a saber por qué me acuerdo también de aquella colecta de fondos que se hizo en televisión y de aquella viejita que se quitó sus pesadas alhajas y las donó, llorando en silencio.

Las mañanas las pasaba mirando Patolandia (no sé si fue en la misma época, esta neblina es imposible de atrapar en un puño o de ordenar en frasquitos). Me acuerdo del concurso ¨Quién la encuentra, quién la trae, la pieza fundamental¨. Los televidentes tenían que construir una pieza mecánica, de manera artesanal (el pato Carret era estricto en este tema, y descalificó a unos cuántos que hicieron uso de tornos o agujereadoras). Yo – ya en ese momento extranjero de las manualidades – observaba la procesión de diseños surrealistas, con el mismo arrebato hipnótico con el que intentaba desentrañar los enigmas que planteaban ¨Las manos mágicas¨:

¨Las manos mágicas le dirán
La forma de aprender
Bonitos trucos que de magia son…
El resto depende de usted¨.

Sí, estaba claro que si el resto dependía de mí no me iba a ganar la vida a lo Fumanchú.

Nunca aprendí ninguno de los trucos de magia, ni entendí en qué maquina encajaba la pieza fundamental… y sobre todo, la pieza era ¨fundamental¨ para qué.

A pesar de que le insistí a mi papá para que armara una pieza para mandar a Patolandia, nunca lo hizo. Se defendía diciendo que la pieza fundamental la tenían que armar los chicos, no los padres, sino era trampa. En vano lo confronté con la prueba irrefutable: los diseños que el Pato Carret anunciaba como construidos por ¨Martincito, de Villa Urquiza, 5 años¨ o ¨Eugenia, La Tablada, 4 añitos¨ competían en sofisticación y elegancia con la torre Eiffel o el avión a chorro.

En esta seguidilla de frustraciones, no puedo dejar de citar la última, con su halo definitivo, final. La revista Anteojito acompañó una de sus ediciones con una máquina maquiavélica: la máquina de hacer huevos cuadrados. Todos en el colegio la tenían y hacían alarde de su eficacia, de pronto los huevos duros ovalados eran demodé. Me torturaba la idea de que todos mis compañeros de grado comían sus salchichas acompañadas de huevos cúbicos. Mi mamá se negaba a comprar la Anteojito; era cara, y salvo para alguna fecha patria, no daba el brazo a torcer (en esas fechas lograba convencerla de que sin el “Especial 25 de mayo” no iba a poder completar la tarea, que exigía una figurita de Cornelio Saavedra o algún otro star del Cabildo). Supongo que mi mamá juzgaba que ¨intríngulis chíngulis uh uh uh¨ no merecía el bronce en la lista de frases célebres de la literatura argentina y que las desventuras de Pelopincho y Cachirula no eran del todo pedagógicas. No sé cómo logré convencerla de la necesidad de poseer la máquina de los huevos cuadrados (¿algún argumento dietético, citando el valor proteico de los huevos cúbicos? Lo dudo, aún recuerdo los largos meses en los que mi mamá decidió alimentarnos casi exclusivamente en base a mate cocido con leche, siguiendo andá a saber que evangelio nutricional apócrifo).

La cuestión es que volví del kiosco de revistas con la Anteojito, arrebatado de júbilo. Despegué desaforado el plástico troquelado de la tapa y me puse a armar la máquina, mientras le exigía a mi mamá que hirviera agua de inmediato. A los 10 minutos seguía sin poder armarla y en mi desesperación pedí la asistencia de mi papá y mis hermanas. Luego de manipular las piecitas plásticas durante media hora mi papá me comunicó el diagnóstico final: en mi excitación había roto dos piecitas plásticas y no había forma de pegarlas. Así me quedé sin máquina y sin huevos cuadrados para siempre.

Yo tenía entonces 10 años, 11 o 12 . Por esa época la maestra nos reuniría a todos los alumnos varones y nos ordenaría jugar con las chicas, a las que habíamos condenado a un apartheid nacido de la indiferencia, no del odio: estábamos demasiado ocupados tocándonos el culo detrás de los ligustros. Por eso la Señorita Ana María prohibió de inmediato la mancha venenosa (yo entendí en seguida a qué se refería, la mancha era, por supuesto, una excusa para tocarnos el culo entre nosotros, lo lúdico como disfraz de otras ceremonias más carnales). Y recuerdo a la señorita Ana María dictaminando: ¨La cola es una parte sagrada del cuerpo, no hay que dejársela tocar en ninguna circunstancia, porque si uno lo permite, es menos hombre¨. Así nos limpiamos de manchas venenosas, y progresamos hacia otros terrenos, en particular, la botánica: el juego de los siete colores. Las reglas, sencillitas: si dejás que te raspen la frente con un yuyo especial, a los poco días aparecían 7 colores (los 7 colores, por supuesto, no aparecían, lo que aparecía era un zarpullido monocromático acompañado de una picazón feroz).

Cuando nos aburrimos de los 7 colores, y luego de que se disipara la atmósfera monástica que nos había impuesto la señorita Ana María, nos lanzamos de nuevo a los juegos sexuales, aunque esta vez sublimados a través de la ciencia ficción:

Juan Manuel (mientras apoya su mano sobre mi hombro): ¨¿Sabés como cogen los extraterrestres?¨
Yo: ¨¿Cómo?¨.
Juan Manuel: ¨¡Con una mano en el hombro!¨
Yo (fingiendo indignación, quitándome la mano del hombro de un tirón): ¨¡Salí pelotudo!¨.

O su versión extendida, que comenzaba de la misma manera pero seguía así:

Juan Manuel (agarrándose el bulto a través del pantalón): ¨¡Chupame ésta!¨
Yo (desafiante): ¨¡Sacala!¨
Juan Manuel: ¨No, no te quiero asustar, es muy grande¨.
Yo: ¨¿Ves que sos un puto?¨

Nunca me recuperé de las pérdidas irreparables de mi infancia. Una infancia sin piezas fundamentales, sin huevos cuadrados, sin manos mágicas. Los primeros nubarrones de la adolescencia se organizaban en el horizonte, ese horizonte donde ya parpadeaba el ojo del huracán.

This Post Has 19 Comments

  1. m.

    Y como olvidarse de los SeaMonkeys ? Ya me los imaginaba saltando y dando vueltitas en el agua … Lo interesante de los mitos es que siempre había alguno que perjuraba haberlo visto o hecho andar. Un ensayo de la vida: la mayoría, funcionalmente, se queda en el molde y se ensarta porque cree que va a zafar de alguna manera. Alguien había completado el album con Pierre Nodoyuna, había ido a la fábrica de la Panamericana y tenía una número 5 de la Selección. O había conseguido la silla de ruedas despues de los 2 mil boletos. Ahora dan el show del zorro, Bernardo sigue sin hablar.

    Xtian: sí, capítulo aparte para los sea monkeys, que aparecieron – creo – por la misma época que los caramelos Fizz y la otra porquería que te explotaba en la boca.

  2. diego

    Muy bueno el post, fue como tomar un colectivo que por algún misterio borgeano te deje en un lugar que no existe hace décadas (el Italpark, por ejemplo).

    Yo también tuve la máquina de los huevos cuadrados. A mi hermano y a mí el diariero nos traía Anteojito todos los jueves. Esa mañana tenía una ansiedad tan grande que me desperté a las cinco y me pasé las siguientes dos horas abriendo la puerta cada pocos minutos a ver si había llegado. Recuerdo que me sentí un poco desilusionado cuando finalmente armé “la máquina”, que no era otra cosa que un pequeño cubo de plástico rojo, con un mecanismo que no recuerdo del todo para hacer presión contra un huevo duro puesto en su interior. Las dudas desaparecieron luego del primer experimento, que fue un éxito total. Si alguien la tiene por ahí, que la ponga en eBay.

    Mis recuerdos de Malvinas son parecidos a los tuyos. Recuerdo los Pucará para armar de plástico berreta, obviamente industria nacional. Nicolás Kasanzew transmitiendo desde Malvinas como si se tratara de un evento deportivo. “… Hoy el país nos pide todo / demos todo con valor / no tememos / a la lucha / argentinos a vencer / … / Sabemos por que luchar y ganar / jamás nos han vencido, jamás nos vencerán …” y así perdimos el invicto.

    Me acuerdo del oscurecimiento, durante el que había que apagar todas las luces y los autos tenían que poner tela adhesiva sobre los faros, dejando sólo una pequeña ranura para iluminar un poquito. Probablemente habría sido casi tan ineficaz en esa época como lo sería hoy, con gps y bombas inteligentes.

    Xtian: tenés razón, algunos detalles se me habían olvidado. Y gracias a vos me acordé de otra cosa: mi abuelo pintando los cordones de las veredas de amarillo. De esa manera, en caso de ¨oscurecimiento¨ iba a ser posible ver los cordones.

    En su momento pensé que fue un gran logro de la propaganda milica que en mi cabeza de pendejo de 11 años la fantasía de que un bombardeo súbito nos dejara sin clases parecía más cierta que la realidad de la una guerra idiota. Después ví ¨Hope and glory¨ de John Boorman y me dí cuenta que no era el único pibe (ni fue la única guerra), en el que los pibes acunaban este tipo de ensoñaciones.

  3. Seb

    ¿Como termina la historia de Juan Manuel?
    ¿Con la ballesta?

  4. Federico

    Detalle quasi-morboso o amarillista: Cuando mencionas los ejercicios de emergencia, me pregunte si alguien habrá pensado (desde la propia ignorancia) que aquellos que por lentos no conseguian lugar, sería los que tendrían un fin tragico. Onda los documentales del National en que la cebra más lenta es la que no cuenta el cuento.

  5. javier

    Había leído tu comment. Estaba esperando tu regreso. Este texto es conmovedor. Yo soy más vejete (del 65) pero parece que hubieras estado espiando mi colegio allá en córdoba.
    Los huevos cuadrados… impresionante, durante años hablé de eso y no encontré a nadie que lo recordara.
    La vigilancias en la manzana. A mi viejo lo pusieron en cana en el 76. En el 82 intentaron convecerlo de que fuera al manzanero o como mierda se llamara.
    En Villa María no había radares. Pero sí una fábrica militar de pólvora.
    Recuerdo haber armado una cajita con las historietas que iba a necesitar si nos íbamos a vivir al campo.
    Y (yo ya estaba en el secundario) la fantasía de que iban a ir llamando al servicio militar a las promociones en orden descendente, hasta llegar a la nuestra.
    Todo era posible. Y a veces, sonaba heroico.

    Xtian: Sí, yo tenía también terror de que llamaran a mi viejo o lo mandaran a la guerra. Por suerte nunca pasó, la guerra se terminó antes.

  6. Jorge

    Querido Xtián:

    Tengo un allegado en Buenos Aires que se dedica a coleccionar todos los objetos de la infancia argentina, y armó una página para el recuerdo: El Retroscopio.

    Este mes, en ese sitio, se publicó una nota muy completa sobre los Sea Monkeys, escrita por Gustavo, que forma parte del grupo en el que participo en forma activa: Amigos de la Ciencia Ficción Rosario.

    Demás está decir que leer tu post fue muy emotivo. Quiero más !!!

    Jorge – desde Rosario, Argentina.

    Xtian: Me gustó mucho el sitio. Hace un tiempo también había otro gran sitio nostálgico: lachancleta.com.ar (ahora perpetuamente en construcción)

  7. Jv

    Que bueno que regresaste; de casualidad me dió por entrar a ver si todo seguía tan quieto, cuando me encontré con esta más que agradabilísima sorpresa, … espero que por mucho tiempo. Gracias por seguir dandonos tus palabras.

  8. Borland

    Más detalles nostálgicos de los “ochentosos” (nací en 1968):
    -Los “Pocketeers” de Top Toys que nos hacían olvidar del viaje largo que nos llevaba de vuelta a casa si vivías lejos de la escuela.
    -EL trabajo prácico obligatorio sobre un territorio que muchos de nosotros ignorábamos durante tanto tiempo y que nos obligaban a cantar a la salida el himno de la “hermanita perdida” (Tras un manto de neblina, no las hemos de olvidar, las malvinas, ¡Argentina!, clama el viento y ruge el mar…) ajh! no doy más…
    -Los alfajores y chocolates que se pudrieron o terminaron de incógnito…
    -El “Space Invaders” que no te sacabas de la cabeza porque no disparaste el ovni que pasó…
    -Y lo mejor de todo estaban estos soldaditos de “Los Temerarios” que…bueno…había uniforme para cambiar y eso era importante ante cada operación nueva que debía afrontar ¿no? 😉

    Más detalles de nostalgias están aquí:
    http://www.ochentax.com.ar/portal/index.php

    Muy lindo tu post xtian, primera vez que te escribo a pesar de que te descubrí hace varios meses.
    Veo que desaparecieron tus post viejos, yo tengo guardados algunos en mi carpeta, por si te interesa…
    Saludos.

  9. Dieguez

    Yo durante la Guerra de Malvinas tenía cinco años y estaba en prescolar, por eso no recordaba completa la canción “Thatcher, vieja podrida”. Durante todos estos años, sólo recordaba los dos primeros versos. Gracias por recordarme los dos últimos.

  10. yo

    soy chileno y que viva gran bretaña

  11. el signo

    Que bueno ‘leerte’ otra vez Xtian!
    La maquina de hacer huevos cuadrados…
    Yo era un closet fan de Billiken, pero mis viejos me compraban Anteojito. Siempre me parecio muy nerd…los de Billiken eran mucho mas cool. Y todos los engendros plasticos de revista Anteojito indefectiblemente eran defectuosos.
    Le escribi una carta a un soldado en Malvinas, junto con un chocolate que creo fue a parar a un galpon en Salta o algo asi. Lo dijo un periodista en la tele, recien inaugurada la democracia.
    “Estamos ganando” decia el general Leopoldo Fortunato,con la mano derecha puesta entre el tercer y cuarto boton del saco del uniforme. Todos sabian que tal idiosincracia era para disimular la petaca de whisky escoces.

  12. Jorge

    Xtian, me has hecho acordar de muchas cosas que había olvidado!!
    Soy del 66 y yo tambien compré la maquina de los huevos cuadrados y realmente funcionaba!!
    Las golosinas que explotaban en la boca eran los Pop Rocks!
    Y alguien se acuerda de los Monstickers??
    Tambien tenia los Sea Monkeys pero obviamente nunca sobrepasaron los 3 mm, no eran mas que piojos en el agua que al cabo de 3 dias estaban muertos!!
    Tengo en mi colección personal muchos albumes de figuritas de mi infancia (Hulk, Kiss, Tarzan, La pantera Rosa, El hombre araña, Billetines y muchos mas)
    Ademas tengo una colección de Pocketers que aun los atesoro.
    Si alguien quiere recordar los viejos Pocketeers miren esta página:
    http://www.gyruss.demon.co.uk/ian/pocketeers/index.html

  13. Maestruli

    Hola Xtian,

    recuerdo esos versos con ligeras modificaciones:

    “Tatcher, hija de puta,
    este verano te queda’s sin las Malvinas.
    Las islas Georgias, y las dema’s,
    son argentinas por derecho nacional…”

    Y vale aclarar que la melodi’a era la de

    “Boby, mi buen amigo,
    este verano no podra’s venir conmigo…”

    a la que se me asocian muchos recuerdos (seri’a un buen ejercicio para mi’ escribirlos). En fin, que recuerdos…

    Estoy leyendo tus posts viejos al azar, con gusto. Cuando lo sienta, tratare’ de dejar comentarios sin inhibirme, aunque me cuesta.

    Suerte.

  14. Ursus

    Ojo que los Sea Monkeys realmente existen, en nuestro querido pais fue una estafa millonaria, recuerdo haber hecho una cola larguisima por horas para poder verlos y cuando llegue a la pecera donde estaban, me dieron una lupa y pude ver unos puntos moviendose y nadando, algo asi como pulgas de agua.
    Los compre y los cultive como se indicaba en el sobre y aun estoy esperando verlos 🙂
    Existe una pagina oficial de estos monstruos, que son ni mas ni menos que artemia salina, pero claro, la ilusion de un chico ya no la recuperamos mas y esta gente debe estar asoleandose en las Caiman island.

  15. Aaron

    Acabo, mejor dicho termino, de leer e iba a decir algo boludo para después pensar “no, no puedo escribir esto…” pero bueno aquí va: Todas las infancias se parecen y son muy diferentes a la vez. A pesar de que hay cosas que no las ví (hay cosas que de chico no ves o no te dejan ver (o no querés/podés ver)) el relato es harto similar a mi infancia. Me trajo muchos recuerdos pero a la vez me atrapó y me dejé llevar por ESTA historia. Genial. Otra vez mis felicitaciones. Saludos. Aaron

  16. Aaron

    Leyendo los comentarios me acordé: Alguien recuerda a ¿Casimiro de la Torre Inclinada, personaje de Billiken? ¿Las “Topeyquarter”?, el chocolatín “Cow-boy” y el Suflair (caro para nuestros bolsillos de pendex pero “top” jajaja ¿O era el Aero?) Nos siguen acompañando, desde aquella época, la Rodhesia, Tita, los caramelos confitados de Sugus (creo que están), los Sugus cuadraditos, etc. Entre los juguetes recuerdo a unos soldaditos pedorros (no se quedaban parados nunca) que venían en una caja azul de cereales, el mejor dulce de leche era el “Paz” en frasco de vidrio (volvi al morfi, volvamos a los juguetes). En el pináculo de lo sofisticado creo estaba el Simon y los Playmobil (de pedo que pude tener dos tres muñequitos que quedaban pálidos frente al mega-barco de un compañero mío). De todos modos, me quedo con los clásicos autitos de colección “Buby” (que nombre de viejo maraca) o Matchbox, que merecían mi serio análisis y consecuente desarme y reconstrucción para mejorarlos. Pero, en lo incógnito, el preferido siempre fue el osito que me regaló una abuela, jejeje.

  17. karmen bea

    hola disculpen yo sigo buscando saber si mis cartitas, no digo los chocolates ni cigarrillos, pero si quiero saber si mis cartitas llegaron a algún soldado Argentino? no me tilden de ilusa por que aquella karmen de entonces puso el alma en esas cartas y sufría mucho semanas tras semanas al ver al cartero pasar… quien por cierto jamas se detuvo en mi casa…como? donde? averiguar esto? alguien sabe? desde ya muchas gracias!

Leave a Reply