Frío frío como agua del río

[10 de Julio de 2002, Merlo, Buenos Aires]

frío frío, como el agua del río
o caliente, como agua de la fuente

– Juan Luis Guerra

Prólogo

Conocí a Adrián en el chat y nuestras afinidades fueron instantáneas: ambos habíamos vivido en San Francisco, ambos teníamos treinta años, juntos nos quejábamos de la vacuidad del levante ciberespacial. Nuestros desacuerdos también parecieron funcionar como puentes: estaba claro que nuestras coreografías sexuales nos impedían la danza conjunta y eso nos permitía entregarnos sin reservas al diálogo cordial. Así quemamos rápidamente las etapas que en un contexto de seducción hubieran consumido días de tires y aflojes: hablamos por teléfono a la media hora, me mandó una foto suya inmediatamente (morenito, peludo, con una zunga mínima en una playa mexicana) y yo le respondí con una videoconferencia con la webcam conectada. El encuentro sí se demoró unos días. Privados de urgencias sexuales – de la gravitación de la atracción carnal – teníamos la libertad de fijar el “real time” en algún punto incierto del futuro.
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Zen en el arte de la cortada de rostro

[28 de Julio de 2001, San Francisco, USA]

Hoy me junté con René, mi amigo chileno. Me invitó a su cumpleaños a celebrarse el 4 de agosto. Tomamos café, me entretuvo con sus historias y luego me paseo como bola sin manija por el Castro buscando “accesorios” para su fiesta de cumpleaños. El evento no es moco de pavo, así que en su ataque hiperkinético es un huracán caribeño: que las banderitas chilenas, argentinas y yanquis para clavar en el melón, que quiero comprar chanchitos de goma para regalarle a la gente como souvenir, que las copas de plástico son una rotería, que no tengo plata para 20 copas de vidrio, que quiero comprar un ángel de mármol sin cabeza para el jardín, que linda esa vasija japonesa, que para qué me preocupo por las copas si igual los platos del Mathew son un espanto, que dónde consigo vino chileno que valga la pena, que la barbacoa la hago yo y luego sirvo vino tinto con duraznos y vino blanco con… ¿con qué? ¡Por Dios, con que sirvo el vino blanco!, que le dije a Mathew que no me haga su torta de piña, que se ofendió, que mejor le compro flores así nos reconciliamos.
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Eric

[5 de Octubre de 2002, Rutgers, New Jersey]

Tardé casi una semana en averiguar su nombre. Antes nos habíamos cruzado decenas de veces en el baño, en las escaleras, en las duchas. Nuestro intercambio de “heys” y su versión extendida “hey, how are you?” (una pregunta que no exige ninguna respuesta) se cumplía siempre frente al espejo del baño: la ceremonia de lavarse las manos luego de mear fue nuestra primera intimidad. Finalmente hace un par de días la sincronización de nuestras meadas fue total. Nuestros chorros se extinguieron simultáneamente, abrimos las canillas al mismo tiempo, nos quedamos rígidos esperando que el otro tironeara de la toalla de papel de la expendedora, nos saludamos torpemente, salimos juntos del baño e iniciamos una conversación básica.
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Carta a la revista “El amante”

[16 de Febrero de 2000, Rutgers, New Jersey, carta publicada en el correo de lectores de la revista “El amante”]

La 1:30 de la mañana. Estoy en mi oficina, aburrido furiosamente. Estoy en New Jersey, hace frío, tomo Coca Diet. A quién le importa.

Me fui de Argentina hace dos años, para estudiar Ciencias de la Computación (ojalá nunca a nadie se le ocurra ponerle “Ciencias cinematográficas” a la carrera de cine). Tengo 29 años. Soy gay. Hombre. Argentino (¡Canejo!). A quién le importa.

Extraño Argentina. Amigos, olor, humedad, televisión, superpancho, contraflor al resto.
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Galerías iluminadas

[Escrito el 5 de Noviembre de 2000, a modo de homenaje, ya que ayer, 26 de Noviembre de 2002, se cumplieron 30 años de la muerte de Alejandra Pizarnik]

Culpa del mail de Terenia, culpa de que me sacaron mi primer muela de juicio (relato pormenorizado en otro momento, o nunca), culpa de los calmantes que en vez de dormirme me empujan al insomnio, culpa de las irradiaciones del tubo de rayos catódicos que me llena la cabeza de ruidos opacos.
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Fiesta Sexual Sadomasoquista Número 15

[22 de Agosto de 2001, San Francisco, USA]

Email de David (el muchacho que me alquila el departamento) esta mañana.

Hey Christian,

FINALMENTE me invitaron a la Fiesta Sexual Leather Número 15, es este sábado de 9 de la noche a 2 de la mañana. ¡Iupi!

Ya sé que tenés clases todo el fin de semana, pero quizás estés interesado en ir. Es en la calle 14, en una casa victoriana muy bonita, con jacuzzi, 3 niveles, una sala de torturas en el subsuelo y… ¡queda solamente a 5 cuadras de casa!

Hay diferentes tipos de “entretenimientos”, así que pensé que quizás haya algo que te interese.

Avisame,
David

PD: ¿me llegó algo en el correo?
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Estados alterados

[4 de Septiembre de 1998, Rutgers, New Jersey, USA; mi partida de Argentina]

Salimos apurados de casa, como siempre: mi papá descubrió que no tenía el registro encima y tuvimos que volver a buscarlo. De cualquier manera llegamos al aeropuerto con tiempo, y en el momento de embarcar hubo, por supuesto, lágrimas por doquier.
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Mirando por el ojo de la cerradura

[17 de Octubre de 2001, San Francisco, USA]

Cumplo años mañana, ingreso a los 31 y como siempre me replanteo mi vida. ¿Sólo por un día? No, últimamente me replanteo drásticamente mi vida a cada segundo. Mis replanteos son muchas veces casi adolescentes: abandonar la vida sedentaria, convertirme en un tipo atractivo físicamente, atleta. Pero también me enredo en el intríngulis fundamental: ¿cómo hago para conseguir un novio a medida que me pongo más viejo y me banco menos la pelotudez circundante? Si no conseguí un boludote a los 23 años, cuando era joven y me comía cualquier bola de fraile, ¿cómo hago para conocer alguien a los 31, cuando mi tolerancia hacia la forrada se acerca peligrosamente a cero?
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[Enero de 1998, Bell Labs, New Jersey, USA; extraído de mi diario personal]

Ayer recibí la carta de Viviana. Era una carta escrita en un desvelo, a las 5 de la mañana. En papel sin renglones, ocupando todo el espacio de la página, las filas de letras derechitas. Yo me imaginé a Viviana sentada en la cocina, con una tazota de té con limón echando humo al lado. Un cuadro de Rembrandt.
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