El centro y la periferia

¿Qué es centro y qué es periferia? No hablo de geopolítica planetaria, sino de geopolítica psíquica: ¿qué impulsos, qué conflictos, qué recuerdos son cruciales y cuáles accesorios? ¿qué eventos, si fueran eliminados de mi historia psicológica, producirían cambios ínfimos y cuáles mutarían mi identidad de Mr. Hyde a Dr. Jeckyll?

Y si hablamos de personajes, ¿dónde trazar la línea entre los principales y los secundarios? Si durante la filmación de la película de mi vida nos quedáramos sin presupuesto, ¿qué actores podríamos eliminar sin modificar la lógica de la trama? ¿O será, como postula la teoría del caos, que el aleteo de una mariposa en un rincón de Tanzania puede provocar un huracán en Miami, y que por lo tanto no hay hechos centrales y periféricos, sino hechos a secas?
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Ausente con aviso

Doy la quincuagésima vuelta, irritado porque el lugar es un desastre. Uno de los tipos acodados en la barra sonríe. Está borracho, pienso yo, y continúo mi periplo, aferrado a mi botellita de Pronto Shake. Cuando me freno y giro para apoyarme contra una columna, veo que el borrachín de la barra está a dos metros, con la sonrisita todavía colgada de la cara.

– Hola – me dice, antes de que pueda reaccionar.
– Hola – respondo, sin demasiado interés.
– ¿Nos damos unos besos?
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Spiedo

[16 de Diciembre de 2001, 11.25PM, 22nd St y Valencia St, San Francisco, California]

Te cuento que en 9 días viene Santa Claus o Papá Noel o como quieras llamarle y este año hice la listita. Quiero que abajo del arbolito haya un departamento y un trabajo. Como Papá Noel recompensa a los niños buenos, seguro que recibo ambos, con moñito rojo envueltos en papel brilloso. Hasta ahora el turro me ha tenido en suspenso.
Con el nuevo año regresa la dueña de casa (la lesbiana gallega que me alquila el depto) y tengo que volar a otras comarcas. Ya es la segunda volada en no sé cuántos – pero pocos – meses. Sí sé: si cuento los últimos 6 meses viví en 5 lugares distintos (el campus en Rutgers, la casa de mis viejos en Argentina, y ya en San Francisco: la casa de Martín y Andres en Glen Park, un cuchitril por 3 semanas en el Upper Mission, ahora este lugar en 22 y Valencia en The Mission). Y no creo que la lista se cierre acá. Lo que se dice un auténtico gitano. O como diría Fito Paez a rodar a rodar mi vida, aunque mis giros son sobre mi propio eje y la sensación es la de dorarme lentamente al spiedo.
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Agua sucia

[23 de Noviembre de 2003, Piscataway, NJ]

Es como aterrizar en Marte, abrir tu guía Frommer “Cómo pasarla bomba en Marte con $2 por día”, ajustarte los broches de tu traje espacial, enderezar el casco, abrir la portezuela, pegar el saltito ingrávido y avanzar a tientas entre las rocas rojizas. Así me siento. Desde septiembre he vivido en un estado de embriaguez lunática, ausente sin aviso de mi vida, media falta más y quedo libre.

Mi director de tesis (no sé como se traduce “advisor” y “consejero” me recuerda al viejo de ojos blancos de Kung Fu) me pidió que curse dos materias y ya se sabe, lo que tu advisor sugiere es una orden divina que no podés contradecir sopena de terminar estatua de sal con tu diploma salado en la mano. Entré así en estado REM: 5 horas de sueño diarias, reuniones semanales con el grupo de investigación, el mal humor de mi advisor porque arrancar se arranca despacio y el quiere velocidad.
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Pirata

[7 de Noviembre de 2003, Piscataway, New Jersey; comprando muebles en Ikea]

Los libros apilados en el piso: Borges encima de Nick Hornby encima de Raymond Carver encima de Gore Vidal encima de Roberto Arlt encima de Marguerite Yourcenar. Otra pila con fotocopias de papers de computación gráfica: cómo simular la iluminación del terciopelo, de la nieve o de la cáscara de una naranja encima de los papers que explican cómo generar diagramas de ensamblado de muebles en forma automática. Otra pila con CDs: Honestidad Brutal de Calamaro encima de Olga Guillot y el Son se fue de Cuba encima de Piazzolla Libertango. Y encima de los CDS el despertador. Cables que cruzan las montañas de libros: el cargador del celular, el coaxial de la televisión, el del cargador de la afeitadora, el del DVD. Medias enrolladas acá y allá (las levanto y las huelo para detectar si las usé o no). Sobre el escritorio: monedas, un resaltador verde, hilo dental, una compoterita vacía con rastros de arroz con leche de hace 4 días, líquido para limpiar las lentes de contacto, la boleta del celular, una lata de diet coke a medio terminar, crema humectante para manos, toallitas húmedas para bebé (cómo extraño el bidet), un paraguas, las anteojeras que uso cuando voy a nadar, un CD grabado con dos episodios de Sex and the City. Tirados por el piso: el Tivo abierto, la carcaza contra la pared al costado, dos discos rígidos (que saqué del Tivo cuando estiró la pata), un sobre con DVDs porno, un candado, la cámara digital, la abroachadora, una pote de crema para los hongos, una hoja con dibujitos tachados, un paquete de pastillas de menta a medio terminar, el gigantesco canasto de ropa que tengo que lavar.
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La ruta y el río

[28 de Octubre de 2003, Piscataway, NJ; sopa, y de la espesa]

Engañándome un poco. Pensando que con apagar todas las luces de la habitación, calzarme los auriculares y dejar que alguna chica lánguida y levemente alienada – o sea Dido – me cante en el oído alcanza.

El truco es poner la bola en movimiento, tipear, pulsar tecla tras tecla, abrir el grifo y dejar que corra el agua hasta que el chorro se haga transparente o espumoso. O sea, escribir y luego serruchar los primeros dos párrafos, esas gambetas taciturnas que terminan en córner. Y funciona: nadie empieza en tercera, para alcanzar velocidad crucero hay que quemar algunas millas. El caucho que besa el asfalto, el embrague que ronronea y las libélulas que se hacen puré contra el vidrio.
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Fotocopias

[15 de Octubre 2003, Piscataway, New Jersey]

Ese texto que mandaste, el que se llama ‘Exiliados’, ¿lo escribiste vos? – pregunta mi mamá en el teléfono.

– Sí, lo escribí yo ma, por supuesto – contesto.
– Ah, está muy bien escrito.
– Gracias ma.
– Acá lloró toda la familia.
– No fue mi intención.
– Tu hermana Gabriela está haciendo un curso de narración de cuentos infantiles y con el grupo de maestras jardineras publican una revista, y me preguntó si te parecería bien que lo publicaran…
– ¿Lo van a publicar con la frase final?

Mi mamá se ríe bajito.
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Ruedas

[3 de Enero de 2002, Buenos Aires, Argentina, mi visita a Argentina en la época de los cacerolazos]

1.30 de la mañana, Callao y Corrientes, Darío y yo seguimos con atención la caravana infinita de mujeres batiendo cacerolas y hombres sudados, con el pecho transpirado y desnudo. El cacerolazo está en su paroxismo; gente asomada en los balcones aplaudiendo, taxis que suman ritmo a los bocinazos, pibitos saltimbanquis en pijama felices de sumarse a ese circo itinerante trasnochado.

Cuando la cuenta de pezones masculinos llega a 253 decidimos irnos para Sitges, son las 2. Luego de un par de minutos conseguimos un taxi: tres mujeres se bajan con sus cacerolas y nos preguntan si vamos al Congreso. Darío les contesta que venimos de allá.
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Glosas sosas

[16 de Septiembre de 2003, Rutgers, Piscataway, NJ, perdiendo el tiempo]

Debería (ese enanito que te susurra) estar programando el personaje virtual que se niega a revolear los ojitos y la cabeza hacia un punto del espacio en forma coordinada. Y acá estoy, escuchando A-ha, Lifelines. O sea líneas de vida, que yo entiendo que significará arrugas. ¿Será la traducción arrugas? Ah, no… resulta que lifeline es una soga que le tirás a alguien que está a punto de caer, para que se sostenga, para que recupere el equilibrio. ¿En qué supermercado se vende eso? Déme dos.
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