Estados alterados

[4 de Septiembre de 1998, Rutgers, New Jersey, USA; mi partida de Argentina]

Salimos apurados de casa, como siempre: mi papá descubrió que no tenía el registro encima y tuvimos que volver a buscarlo. De cualquier manera llegamos al aeropuerto con tiempo, y en el momento de embarcar hubo, por supuesto, lágrimas por doquier.

Lo que pasó después es difícil de explicar y quizás sea mejor abandonarlo a la conjetura y la especulación. Sé que crucé varias puertas, atravesé el detector de metales y sorteé algún otro obstáculo. Llegué con tiempo a la puerta 13, aún faltaba media hora para embarcar. La gente se arrellanaba tranquila en los sillones y yo los imité. Me sentía raro, shockeado (¿quizás deshidratado por la cantidad de lágrimas derramadas?).

Lo cierto es que decidí ponerme los auriculares del walkman en las orejas y dejarme arrastrar por la marea viscosa de la música. El cassette me impuso el desgarramiento de la voz de Chavela Vargas en “Somos”. Cerré los ojos y hasta ahí todo lo que sé.

No pretendo aquí robarle argumentos al Cortazar de “El perseguidor”, pero aún me pregunto cómo es posible que una canción de tres minutos pueda durar media hora. Pegué el salto con los últimos acordes de la canción, sacudido por la certeza de la fatalidad: eran las 10.05 pm y los sillones estaban vacíos. Corrí hacia la puerta y pregunté a qué hora salía el avión.

El empleado: (atónito): ¿Usted es Christian Rodriguez?
Christian Rodriguez: Sí, soy yo.
El empleado: (molesto): Lo estuvimos llamando durante 25 minutos… el avión acaba de salir hacia la pista.

Me quedé duro. Le pedí al empleado (impasible) que avisara al piloto, que me vinieran a buscar. El empleado (robótico) me explicó que los aviones no vuelven una vez que han salido hacia la pista. De cualquier manera intentó un llamado inútil sólo para tranquilizarme y confirmar lo innecesario: había perdido mi avión.

Giré sobre mis talones y me colgué resignado la mochila en la espalda. Apenas escuché el teléfono que sonaba, pero no presté atención. Me alejé con pasos rápidos hacia la salida.

El empleado (jadeante) me alcanzó y balbuceó casi sin aire: No se vaya, no sabemos qué pasó pero el avión está volviendo, parece que hay un pasajero que a último momento decidió no viajar. ¡Corramos!.

Cruzamos la sala en un santiamén, la puerta del avión apenas entreabierta, a punto de cerrarse y apenas un segundo para reconocer a mi salvador que me crucé en la manga y que desvió la mirada: un regordete de traje con un maletín negro brillante.

Llegué a mi asiento. Sentí que se me clavaban algunas miradas filosas, que seguramente me culpaban por la maniobra absurda y la demora. Respiré aliviado.

This Post Has 2 Comments

  1. Matías

    waw, estas cosas me dejan con la boca abierta!. Tenías que estar allá, estaba escrito en algún lado.
    Sigo asombrado.
    Saludos,

  2. cesare

    ¿Un pasajero quiso bajarse en el último segundo y vos te subís?

    Inconsciente.

    Mirá si ese tipo sabía algo y reventabas en el aire con walkman y todo. ¿Era un walkman en serio?

    her.

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