Psicosis pluvial

Nunca entendí la fobia que le tiene la gente a la lluvia. La sola posibilidad de que llueva los confina en la casa, creerán que la lluvia es radioactiva, resabios de Chernobyl, y el solo contacto con ella los quemará vivos, caerán al piso en terrones pegajosos chamuscados. Salen con paraguas y lo cargan y lo pierden durante días, y lo abren apenas caen dos gotas, y los apuntan a los ojos de los otros desprevenidos transeúntes. Esta psicosis pluvial de rebaño te obliga a salir con paraguas a vos también, aunque caigan unas pocas gotas, para protegerte frente al embate de los otros paraguas, lo usás como un escudo para no quedar tuerto, en una esgrima a lo Errol Flynn entre los que esperan el colectivo, el puesto de flores, el kiosco de revistas, los que súbitamente se detienen a mirar algo en una vidriera, y el tecladito tecno de las baldosas rotas, de las que brotan pintorescos géisers embarrados.

Conozco gente, bah, tengo amigos cercanos, que chequean la app del clima con la fruición del porno. Varias veces al día, muy sueltos de cuerpo te avisan como si fuera una revelación de Zeus que va a empezar a llover a las 4 de la tarde. Porque ahí la probabilidad de lluvia pasa de 40% a 50%. Estos conversos al culto satánico de la meteorología te avisan el miércoles que el sábado no van a salir, porque sí, a la mañana hay sol, pero a las 3 lloverá como en una canción de Bob Dylan. Que ni se te ocurra (lo intenté) comentarles que el pronóstico del tiempo es falible, y no solo falible, sino que es un brochazo al tuntún de que más o menos va a haber sol, va a estar nublado, y capaz que llueve. Y en general es confiable para ese día a la tarde, o mañana, pero más allá es Mister Magoo tanteando a ciegas. Me intriga, me sorprende, me divierte que no hayan notado que aquella vez se fueron de vacaciones y llegaron con pronóstico de sol toda la semana y no paró de llover, o al revés, se anunciaba diluvio Arca de Noé todos a los botes y el sol los prendió fuego toda la semana.

Los chantas del Yahoo Weather insisten, y sus acólitos les siguen festejando las gracias. Parecen los que anunciaron el fin del mundo en el 2012, y todos los años la estiran un año más. Cuando voy a Brasil me divierto viendo cómo te levantás un día y tenés toda la semana con solcito, empieza a llover un día y todos los solcitos se convierten en nubes negras, al otro día sale el sol y todas las nubes se vuelven solcitos. El pronóstico, como decía Barthes del erotismo, es una puesta en escena de una aparición – desaparición. Nublate que me calienta, despejate que me da morbo.

Ahora, supongamos que llueve, o que podría llover. Entiendo que si tenés que ir al laburo, o si hace 8 grados, es un problema, y conviene guarecerte. Salí con paraguas, piloto, tomate un taxi, etc. Pero si hace más de 20 grados, podés algo loquísimo, intrépido, inaudito: ponerte ropa que no sea de gala, y salir, y capaz llueve. Te mojás, caminás un rato abajo de la lluvia, y volvés, y te cambiás la ropa y voilá, quedás seco de nuevo. Fumanchú. La lluvia no enferma, no contiene gérmenes, no te ahoga, y no te resfría. Te moja. Y ya tenés 70% de agua en el cuerpo, así que es casi una confirmación, no una afrenta personal.

Si estás en la calle, ves gente que corre enloquecida. O gente que cancela todas sus actividades del fin de semana, y las cambia por quedarse adentro quejándose del clima. Es algo profundamente ridículo, este bardeo a la lluvia, que no nos hizo nada, y que deberíamos agradecer, sobre todo cuando aparece esporádicamente. Párrafo aparte: el nivel de queja baladí por el clima se incrementó, según mis estadísticas, en un 15000% en pandemia. Escuché el año pasado gente quejarse en invierno porque hacía frío, en primavera porque estaba fresquito, en verano porque hay sol y hace calor. Nos vendría bien un volcán o un terremoto para ganar algo de perspectiva.

La fobia pluvial aumentó en los últimos años, quizás porque el sol impuso su fachismo. Las playas revientan de gente todos los años, comportamiento lagarto al sol, parece un campo de botalla regado de muertos con gente anaranjada / bordó al sol del mediodía. Cada tanto abren un ojo para asegurarse de que no hay ninguna nube asomando en el horizonte. Aunque hay que ir con sombrilla o gazebo, para resguardar la heladerita y los sánguches y las mochilas. Cuando cae el sol, a las seis de la tarde, se van todos de la playa. Si el sol no te da cáncer de piel ya no me interesa, nos vamos. Si no entiendo la fobia pluvial, tampoco entiendo el morbo masoca de la playa. El sol abrasador que te obliga a gastarte un kilo de guita en cremas, el laburo meticuloso de taparte cada centímetro porque sino te prendés fuego o no te quemás parejo, los lentes de sol, el protector labial, la arena, las reposeras que hay que cargar, la arena que se te mete en los ojos, en el tujes, en el sánguche, el agua fría, o las aguas vivas, o la ola que te revolea, las disputas geopolíticas que escalan a belicismo por este cacho de arena o esta lona que tiraron acá. El pelotazo de los que armaron el fulbito, la cumbia a todo lo que da que no me deja escuchar el susurrar de las olas. Pero si la playa se vacía un poco a las 5 de la tarde, ah, la gente ya se está yendo, ¿vamos? Me encanta el mar, caminar la playa, estar un rato al sol (sin calcinarme), hacer senderos entre las dunas con el fondo del mar, caminar por la costanear a la tarde, pero la insistencia con el ritual playero nunca lo entendí. Me acuerdo que ya me sentía raro de chico, porque no entendía cómo esa intrincada tortura provocaba tanta devoción.

O capaz que el raro soy yo. Tengo la lluvia asociada a mi infancia, y al placer. Cuando llovía, de chico, sentía el olor en el aire. Mi abuela sacaba todos sus cacharros al patio para juntar lluvia. Decía que hacía bien para lavarse el pelo. Se armaban globitos en las baldosas del patio, y eso significaba que iba a llover mucho. Cambiaba de color la virgencita que habíamos comprado en Mardel. Y a los chicos se nos dejaba jugar en el jardín y ensuciarnos. Las calles se inundaban. No había alcantarillas en Merlo, y desde las calles más altas se volcaba el agua hacia las más bajas. Nosotros estábamos en las más bajas. Así que hacíamos barquitos de papel, los soltábamos en el cordón de la vereda, y se los llevaba la corriente, y ganaba el barquito que más lejos llegaba. Los soltábamos desde la casa de mi abuela (que estaba conectada con la nuestra, pero que tenía salida a otra calle) y yo soñaba con que alguno de mis barcos doblara la esquina y apareciera en mi casa. También escribíamos cartitas en el papel del barco, y yo soñaba con que alguien las recibía, y me rescataba.

Con los años me olvidé de eso, y llevé paraguas. Si comprás de los baratos se te rompen enseguida. Si comprás de los caros te los olvidás en cualquier lado y te querés matar. El piloto tampoco me funciona, lo que más me jode es mojarme los zapatos. Pero eso en invierno, o si tengo algún compromiso que me obligue a estar seco. O si hace frío y estoy lejos de casa y te esperé mil horas. Además la lluvia es como un marcador indeleble para el recuerdo. Las grandes lluvias hacen que las cosas olvidables se vuelvan memorables. Me acuerdo cuando vivía en New Jersey y mi mamá me vino a visitar. Yo vivía con otros tres alumnos de la universidad en un alojamiento estudiantil. Se largo a llover, se desbordó el río, quedamos atrapados, hicimos un guiso y nos quedamos ahí. Y tanto mi mamá como yo como mis amigos siempre decimos “¿te acordás cómo llovió ese día?”. O el concierto de Charly García que después se llamó subacuático.

Como tantas otras cosas irme a Brasil me reconcilió con la lluvia. Si vas a Brasil y la lluvia “te arruina” las vacaciones, no vayas. Te va a pasar alguna vez que “te llueva” toda la semana, los quince días, etc. En Río, especialmente en fin de año o carnaval (o en cualquier momento, bah), te va a pasar. Aceptalo, mojate, vivilo. Yo también puteé, me enojé, porque me pasó la primera vez que fui a Río, fui 9 días y llovió 8. No un poco de lluvia, sino esa lluvia que viene de todas partes, en todas direcciones. Insistí, pero me fui más arriba, a Brasilia, donde llueve menos, y fui a la Chapada dos Veadeiros, un parque nacional en la montaña, llena de senderos y cascadas. Es un pueblo chico, ínfimo, donde no hay internet ni cajeros automáticos, y si llueve se corta la luz. Para mí, que me consideraba tan urbano, un infierno, o, para ponerle onda “un desafío”. Fui con una valija gigante, ridícula, que tuve que arrastrar por calles de barro. La gente del lugar, super tranquila, relajada, responde a todos los problemas con “vas a ver que se arregla”. No dicen quién lo arregla, parece que se arregla solo. Entendí varios días después que ese apelativo se refería a la montaña, o a la energía del lugar. Alguna deidad difusa va a intervenir a último momento, y “vas a ver” que no es tan grave.

Aunque la región es seca, en la montaña llueve. O yo, sin darme cuenta, había ido en un momento donde hay poca gente, porque es la estación lluviosa. Así que llovió ya desde el primer día. La chica del alojamiento, cuando me vio que no salía a hacer la caminata me dijo que ahí la lluvia cae, te moja, y te secás y seguís. Meté el dinero o lo que no se pueda mojar en una bolsita, el resto se moja y se seca. Ay, qué loca, pensé, pero tenía razón. Hice todas las excursiones con lluvia, pero también con sol. Llovía, llovía con todo, con bronca, y luego a los cinco minutos salía el sol, y a los diez minutos estabas seco. Es más, empecé a desear y agradecer los feroces chubascos que me refrescaban, cuando no caían miraba las nubes como preguntándoles ¿y, che, qué onda?

Obvio que soy un privilegiado, y por eso para mí la lluvia es un divertimento, un cambio, una bendición. Si no tenés techo, si vivís en una calle de tierra, si se te inunda la casa, este post no es para vos, claramente. Lo mismo si te llueve el día de tu casamiento, como en la canción de Alanis. O si tenés que ir a laburar y llegás todo mojado, y tenés que estar todo el día pegoteado y molesto. Pero entre los privilegiados como yo veo a mucho quejoso pluvial, persecuta con el pronóstico, cancelando planes porque asoma una nube en el horizonte. Pongámosle onda a la lluvia, no solo al sol. Seamos un poquito más equitativos. Si el sol dispara sus rituales (ir a tomar sol, salir a pasear), podés hacer lo mismo con la lluvia. Salí a caminar abajo de la lluvia, con tus hijos, a mojarte un rato, con ropa mojable. Tantos quejándose de la dictadura de la cuarentena, que te sacan los derechos, pero caen tres gotas y te confinás alcatraz una semana y no sacás ninguna solicitada. Cuando veo que hablan del cambio climático como “calentamiento global”, me preocupo, porque dicho así no genera miedo, ni siquiera preocupación. A la gente le encanta ir a prenderse fuego a una playa, si encima es global, vos dale, vengan. Cambo climático tampoco funca, porque a la gente le gusta el cambio, suena a moda, ahora se usa el naranja, ahora en beige.

Militemos un poco mejor el agua, y la lluvia, que mojarte un poco no te hace nada. O sí: el agua ya cotiza en Wall Street, así que salir a mojarte es hacer pasarela, carísima, agua Louis Vuitton. No hay que tenerle miedo: es agua, es lluvia,

el proyecto de una casa,
el cuerpo en la cama,
el auto trabado
en el barro, en el barro,
el paso, el puente,
un sapo, una rana,
lo que queda en el pasto,
la luz de la mañana,

la promesa de la vida
en tu corazón.

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