Adelante atrás adelante atrás

[2 de Abril de 2002, San Francisco, USA; tiempos aciagos, aerobics, sacrilegios]

Estoy en cero con la guita. Desastre: pagué el alquiler y quedé en cero. Al menos comparto el sufrimiento de todos los argentinos. Tengo la tarjeta de crédito que se me pone cada vez más bermellón. Y quedaron atrás los tiempos de comidas afuera y vida dandy: estoy comiendo en casa todo el tiempo.

Hice grandes progresos en la cocina, es decir pasé del huevo duro y la salchicha a las “cenas congeladas”. Microondas, apreto los botoncitos y ¡zácate! Fideítos con pollo y postrecito, en bandeja plástica, en porciones anoréxicas. También estoy muy fan de las sopas.

Ya van dos semanas de dieta y ejercicio. Y no bajé un montón (esperaba más). Debo estar transformando grasa en músculo… aunque esto sería solo posible con la presencia de músculo y la última vez que tomé lista estaban ausentes con aviso. Igual me siento mucho mejor y me cambió el ánimo… estoy más energético, uso mejor el día: o sea, las interminables horas que paso frente a la computadora mandando CVs son mucho más productivas, en vez de mandar 50 por hora y recibir 0 respuestas, ahora mando 200 por hora. Pero igual “siento” el cambio y eso es lo importante. Nacha, pasame la tostada y la jalea de membrillo.

Así que ahí estoy, con la bandejita plástica enfrente: medalloncito de pollito, tres granitos de choclito al costadito y bancátela 3 horas sin comer. Espero que el librito mágico que estoy siguiendo cause resultados guachi-guau sino lo mato al patovica de Minesotta que lo escribió. Y más vale que mi cuerpo esté cambiando su metabolismo (el metabolismo debe ser uno de los fantasmas más prodigiosos inventados por la raza humana, cuando no hay nada por aquí ni por allá uno recurre al metabolismo como chivo expiatorio), que los músculos estén creciendo bajo las rebeldes capas de grasa: lípidos los tenemos rodeados, salgan con las manos en alto y se les tendrá compasión.

El escalador saca chispas cuando lo pongo a velocidades Everest, y el visor dice que quemé no sé cuantas pascualinas, pero me miro al espejo y sigo siendo el mismo desempleado de siempre. O mejor dicho el mismo pajuerano al que aquella vez le dijeron en aquel telo: “Me encantan los osos” y mi cara de horror se multiplicó en los múltiples espejos de la habitación, como en el final de La dama de Shanghai de Welles. Bienvenido al universo plantígrado, Nacha, pasame el panal de abejas.

Laboralmente Fumanchú: nada por aquí nada por allá. Estoy preparando formularios para mandar a las universidades: son un plomo. Mil detalles, redensos e incómodos de preparar: no es posible armar un solo curriculum e imprimir infinitas copias: cada formulario lo tenés que personalizar. Si me sale eso, tendría una vida más o menos tranquila, un sueldo potable, pero ¿quién quiere eso cuando puedo en cambio navegar las borrascosas aguas de la incertidumbre en este balsa tan Litto Nebbia?

Limpié la compu de bazofia (o sea porno feo). Me llevó 10 días porque quería guardar mis emails biográficos y resultó que tengo como 1000 páginas (o más) de emails en bruto. Algun día cuando sea viejo los podaré o los reescribiré… o lo que sea.

Escucho el último CD de Cher en este momento: gritonea como siempre, pero es linda música para las 10 de la matina cuando el sol se cuela por la ventana y hace sombras chinescas doradas sobre el teclado de la computadora.

Aparte, hay que seguir su ejemplo: se trata de una sobreviviente. Siempre la dan por muerta, su carrera terminada, pero ella va, se hace 15 cirugías en tres días y aparece ahí, bajo de la bola de boliche cantando como si nada y el mundo gay tiene otro orgasmo colectivo. O como ella dijo: “Tengo más vidas que un gato, creo que ya solo usé 7 de las 100 que tengo. Dentro de 3000 años solo va a haber cucarachas… cucarachas y Cher”.

Pavada de profecía.

Mi mamá llamó el domingo (ya había llamado el jueves, el viernes, el sábado) y lo de siempre: nada para decir. Y es que quizás presiente el valor de “estar ahí” y eso está bien, y funciona y es refrescante… pero se queda como esperando que le diga: “Conseguí trabajo en ILM, con George Lucas, voy a animar la próxima Guerra de las Galaxias”. Y por supuesto la noticia no llega y está tan claro que al segundo siguiente de que yo consiga laburo ella se va a enterar, va a ser el primer llamado que haga, así que me pone de muy de mal humor que llame todos los días con la preguntita…

Domingo de pascuas: día de sol (llegó la primavera a San Francisco y hasta noviembre no llueve). Acá nadie festeja las pascuas, salvo las Hermanas de la Perpetua Indulgencia. Las HPI (así las llamo para abreviar) son un grupo de muchachos gays que se travisten como monjas, son una especie de orden religiosa y tienen sus “propios” rituales católicos. Para pascuas se reunieron en Dolores Park – el parque que queda a dos cuadras de casa – y hubo distintos eventos, una especie de kermese lisérgica y sacrílega. Yo llegué justo para la elección del “Jesús chonguito” (o sea “Hunky Jesus”). Los concursantes eran tipos, caracterizados como Jesús (o sea: semidesnudos). Elegían al que estaba más fuerte de acuerdo al aplauso del público. Y la placidez de la primavera: gente tirada en el pasto comiendo galletitas, chicas jugando al disco pepsi, muchachitos jugando al rugby.

Pasaron como 20 Jesuses, todos en versión libre – y más que libertad era libertinaje -: el único esfuerzo en la caracterización había estado en la semidesnudez: habían sacado sus trajes de baño o slips Calvin Klein del ropero y se habían presentado al concurso. Eso sí, ponían “cara de Jesús”. Por suerte ganó uno que no estaba fuerte pero que lucía muy Robert Powell dirigido por Zeffirelli. Un desubicado no entendió la idea del concurso y se presentó disfrazado de Papa: fue inmediatamente descalificado. “No nos gusta el Papa, es perdonable disfrazarse de Papa, pero está muy mal SER el Papa”.

En el medio de la reñidísima elección me llamó mi mamá al celular.

Mamá: Hola, ¿cómo estás? Acá es Pascua, pero ustedes no la conmemoran allá, ¿no?
Yo: En USA no le dan tanta bola como en Argentina, es verdad, pero ¿quienes son “ustedes”?
Mamá: Bueno, vos, bah, los yanquis.
Yo: Má, yo no soy yanqui, creo que vos estabas presente cuando yo nací, allá en Merlo, en 1970 y algunas otras veces durante los 28 años que viví en Argentina.
Mamá: Como yo lo veo vos sos más yanqui que argentino.
Yo: Si así es como lo ves, no deberías andar manejando por las calles de Merlo: deberías ir ya mismo a la clínica de ojos y hacerte ver. Chau ma, felices pascuas.

Y la pregunta: ¿estaba siendo condenado por participar (aunque pasivamente) en estos rituales paganos? ¿Era la voz de mi mamá una versión celular de esa voz de trueno que derribaba a los profetas de los caballos en tiempos bíblicos?

Ahora me reclama la bicicleta, o mejor dicho el “elliptical”, que es este aparato en el que te parás sobre unas plataformas que se mueven como si corrieras y tenés dos palancas que agarrás con las manos y hacés adelante-atrás-adelante-atrás. Estoy seguro que lo viste en el canal del Llame-Ya. Yo soy un fanático del aparatito este, me trepo y apenas mis Nike Air se apoyan sobre las plataformas me invade un ímpetu épico: me suena Vangelis en las orejas y me veo en la mejor escena de Carrozas de Fuego: adelante-atrás-adelante-atrás.

Me voy, el sudor me espera y alguna otra desgracia, o alguna otra curva y contracurva del destino.

Ah… otro castigo divino. A media cuadra de casa hay una homeless, medio soldada a su baldosa, día, tarde o noche. Pasás y te murmura que quiere una moneda. Pero no a mí, a los demás les pide plata, a mí me EXIGE una sonrisa: “¡Smile, please smile!” Yo pongo mi peor cara de orto posible y la fulmino con la mirada pero ella sigue ahí, con la paciencia del mar que erosiona. Pero yo soy basalto, así que diariamente tenemos nuestra pulseada pedido de sonrisa vs cara de culo. Hagan sus apuestas.

No quiero sonar muy Sábato pero creo que secretamente los homeless planean mi aniquilación. Está el que se peina como Rod Stewart y anda con su guitarra de aquí para allá. Parece que la cornisa de la ventana de mi dormitorio tiene una acústica fantástica porque a las 11.30pm empieza su concierto para Bangladesh con infinitas versiones deformes de “Imagine”. Y yo en vez de imaginar a todo el mundo viviendo su vida en paz, planeo genocidios de pordioseros y podés decir que soy un soñador, pero no soy el único.

Hay otro homeless igual a Kurt Cobain, que solo me mira, en silencio. Y también está Cachavacha, una vieja con una peluca altísima, que casi duplica su altura; ella me gruñe. Hay un negro que zapatea tap frente al KFC; ese me sonríe impávido. Y está el de la paloma (la paloma también es homeless, tiene la mitad de las plumas, está sucia, no vuela, y tiene una sola pata): el tipo la lleva sobre el hombro, y la paloma hace “grurrgrurr” y da saltitos entre su propia mierda blancuzca ya solidificada, una rayuela grotesca, feliz de la vida. Por supuesto este homeless tampoco me ofrenda su indiferencia: se empecina en traducirme los “grurrgrurr” de la paloma: “Ella pregunta cuál es su pájaro favorito”, “Ella pregunta si usted también fuma porro”, “Ella se pregunta si usted es budista como ella”.

Y yo me bajo del tranvía y apresuro el paso, huyo de la turba silenciosa y macabra y busco trabajo y transpiro…

y muevo las palancas adelante atrás adelante atrás.

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