Pido gancho

Si al final me lleno la boca diciendo que escribo el weblog para mí, debería aferrarme con uñas esculpidas y dientes flúor a la bendita consigna. Todos los demás que no sean yo pueden proceder hacia las puertas de atrás, las de emergencia, y emerger a la luz del día que no es lo mismo que la luz catódica, enteráte pelandrún.

Esta purga es cíclica, necesito hacerla cada tanto. Necesito purificar las vías respiratorias y vaciar los andenes sensoriales pegoteados de chicles y servilletas sucias de mostaza y piripipí. Y vaciar la mochila. “¿Por qué siempre escribís sobre sexo?” “¿Por qué no escribís ficción?” “¿Qué necesidad tenés de hacer siempre un chiste chabacano?” “Y si en vez de apilar 15 metáforas no serruchás 14 y dejás una?” “Todo lo que escribís es una mezcla de New York y Merlo, de chico moderno de esta época que te manda esos archivos por email que no se pueden abrir y que al mismo tiempo no termina de salir de la Pelopincho y de Patolandia” “Vos no sos feliz. Sos infeliz y se nota. Yo leo tu weblog y a mí no me podés mentir. Y tampoco entiendo esa necesidad de exponerse… ¿para qué?”

Los comandos para-paternales te tiran molotovs desde las terrazas. Y después viene el gas nervioso, los exocets, la roca de la catapulta, la estrella ninja y la flecha comechingona. Y uno que tiró una lona en el pasto y acomodó sahumerios y pulseritas para venderle a los melenudos y a los pelados de la placita tiene que correr, correr, correr a refugiarse en la boca del subte.

Por eso voy a escribir como si escribiera sobre un vidrio empañado. Hasta que lo que escribo lo borre el próximo aliento o el próximo Cif limpiavidrios. Voy a escribir sobre el capó sucio de un fitito. Hasta que lo borre el próximo Karate Kid limpiando así e inspirando, limpiando asá y expirando.

Así funcionan, al fin y al cabo, las pasiones inútiles. Están pegadas con moco. Apenas se levanta un vientito se te desparraman por el patio. El vientito puede ser el laburo de 8 horas, la paja Venus de 30 minutos, la conversación en el teléfono con tu vieja de 15 minutos. El viento puede ser el que te pregunta por qué no te dejás de joder y escribís un libro. El taller literario para el que hay que escribir algo todos los sábados. La idea de que tenés que estar en otra parte, de que te equivocaste de plataforma: el tren del otro andén se empieza a mover y deberías estar en ese, sentadito y mirando por la ventanilla al boludo que se equivocó de tren y de andén.

El único refugio, el pido gancho, el que me toca es un chancho, sigue siendo la irrelevancia, la inutilidad. Lanzarse a escribir donde empieza el tobogán de la noche y terminar con las rodillas enterradas en la arena del arenero del próximo día.

No es eso lo que quiero decir. Me tenté con una metáfora que lo único que hizo fue llenarme de arena las Flecha.

Lo que quiero decir es (no nos dejes caer en la tentación de la metáfora infantil): escribir no tiene un por qué ni un para qué. Es un caldo que hierve porque alguien se olvidó de apagar la hornalla. Es un zarpullido del lado de adentro. Es ese pendejo que se te traba en la garganta y no podés ni escupir ni tragar.

No es eso lo que quiero decir. Me tenté con una metáfora que lo que hace es tejerme una bufanda en las cuerdas vocales.

Pero sí, escribir es más o menos eso: algo que no se traga ni se escupe. Se regurgita. Se tose. Se carraspea. Cataratas de gárgaras, la coz de la tos, el rasgueo del carraspeo, la rumba que se rumia.

Y las explicaciones (”escribo para que el que seré dentro de 20 años me reconozca”, “escribo para encontrarme con ese extranjero que es el lector”) son mantelitos que tiro sobre esa mesita de mimbre desnuda y enclenque cuando llegan las visitas. Cuando las visitas se acomodan alrededor de la mesita redonda y preguntan por qué y para qué. Y por qué tanta historia y tanta histeria. Y tanto moblog y tanto monoblog.

No es eso lo que quiero decir. Pero se terminó el horario de atención, y lo que quiero decir y lo que tengo que escribir van a tener que volver mañana.

Leave a Reply