El borde

[20 de Enero de 2004, Piscataway, NJ; los instantes previos al sueño]

Semana de exámenes y de entrega de proyectos y de final de semestre. Dormir 4 horas al día, tropezar sonámbulo, sentir el chirriar de mis ojos rugosos en sus órbitas. Me siento Tarzán saltando de liana en liana, de minuto en minuto: tengo que estar despierto en tres horas – tengo dos clases consecutivas. 6 horitas en total y no soporto la idea, me catapulto entonces al final del día y regurgito el instante en el que mi cabeza se apoya contra la almohada, rewind y play otra vez, rewind y play otra vez la caricia redonda de la almohada contra la mejilla.

Y llega el final del día. Cierro la puerta de mi habitación, la trabo (ese terror primario), abro apenas la ventana, meto dos dedos en la ranura entre la ventana y el marco hasta que mis dedos tocan el mosquitero frío: 4 centímetros exactos. Busco la remera agujereada que dice “Demand more, demand Visa”, me la pongo. Me quito los calzoncillos que usé durante el día, los huelo, reconozco mi transpiración, los miro a contraluz, apenas unas líneas amarillentas de sudor paralelas al elástico de la entrepierna. Revoleo el calzoncillo al canasto de la ropa para lavar, me pongo uno de los calzoncillos Fruit of the Loom agujereados del primer cajón. Ajusto el elástico de la sábana bajo el colchón y estiro las arrugas del centro de la cama.

Me recuesto boca arriba, apago la luz. ¿Y si leo? Tengo alrededor de 60 libros amontonados al costado de la cama. Trato de recordar las opciones, sólo recuerdo 15. Prendo el velador: reviso los topes de las pilas pero nada me interesa. Vuelvo a apagar el velador y a recostarme boca arriba. Respiro profundamente. Y trato de percibir los pliegues de la sábana bajo mi cuerpo, estimar su número. Me entretiene la idea de cancelar uno de los sentidos y reemplazarlo con otro: sin ver los pliegues, intentar dibujarlos con el tacto. Hm, podría hacer lo mismo con los sonidos que entran por la ventana. ¿Esos grititos en la lejanía? Definitivamente femeninos. ¿Será negra, china y yanqui la que grita? ¿Volverá borracha de los bares, pelea con el novio o se desgarra las ropas a la luz de la luna?

Meto la mano en el calzoncillo, me la refriego por los huevos y luego me la llevo a la nariz. Y de pronto caigo en la cuenta del gesto repetido: ¿de dónde viene esa obsesión que siento por mis huevos y su conducta sudorípara? ¿Y si me ducho? Enumeremos ventajas. Primero: huevos fragantes aloe vera, segundo: el agua caliente contra la piel a las 2 am, tercero: el olor del champú en el pelo. Desventajas: la almohada mojada por el pelo, la energía que necesito para salir de la cama, el piso frío del pasillo. Me quedo en la cama.

¿Y si me pajeo? No es que esté caliente, es que la paja se ofrece como una alternativa válida, tan válida como cualquier otra: leer un libro, ducharme, pajearse, dormirme. ¿Qué tipo de paja me conviene? Revisemos el menú. Podría ser una paja con alguien conocido. Se abren más opciones, como racimos. ¿Alguien conocido con el que cogí o alguien conocido con el que no cogí? ¿Resucitar una buena cogida? Opción interesante y económica: no hay gasto de energía, alcanza con aferrarse a la hebra del recuerdo y dejar que se desenrrolle. Si a mitad de camino me sobran ganas puedo edulcorar la cosa: agregarle a mi partenaire unos centímetros de pija, algún fetichismo oscuro o integrar a un tercero, el muchacho que hace el pizza delivery.

Hm, no me convence: mis últimas cogidas no han sido de lo más pirotécnicas: no fueron rompeportones sino estrellitas, de esas que fulguran dos minutos, de esas que les compran a los chicos de 2 años para que se conformen mientras los grandes prenden fuego accidentalmente el quincho del vecino. Podría rescatar alguna bomba de estruendo si rebobino un par de años, pero la idea no me calienta: yo era otro, la pólvora era otra.

Quizás convenga optar por la fantasía neta. Pero acá mis limitaciones también se vuelven insalvables: no me calientan los actores de películas, por ejemplo. La fantasía exije la lejanía del “Había una vez en un reino muy muy lejano…”. Pero en mi líbido para que haya combustión debe haber alguna cercanía, debe existir el fantasma de la posibilidad: nunca le voy a chupar la pija al Marlon Brando de Un tranvía llamado deseo. No hay tranvías que retrocedan en el tiempo, sólo DeLoreans.

¿Algún actor porno? La mayoría del porno que veo últimamente es heterosexual: los actores están menos en pose y no hay huevos colgando o culos peludos que enturbien la visión. Por un momento sopeso la posibilidad de cambiar de sexo y ser la chica atorrantita y fiestera de “Gangbang auditions 14” pero la idea me resbala inmediatamente.

Recuerdo con nostalgia los tiempos en el que una paja era una producción de bajísimo presupuesto. Alcanzaba con una idea, con una abstracción. Pensaba en una pija parada y alcanzaba. O quizás una pija dentro de una boca o un culo. Después alcanzó con adosar la pija a alguien que tenga entre 20 y 50 años, más o menos atractivo. Una paja era una pieza de cámara, puro entusiasmo, unas pocas ideas y una coreografía rápida. ¿Cuándo y cómo pasé a la complejidad contrapuntística de la sinfonía pajera? ¿Cuándo reemplacé el puro ejercicio aeróbico del sexo por este nado sincronizado en esta pileta llena de tiburones?

Me acuerdo entonces de una frase que le dije a alguien (me acuerdo de la frase, no de a quién se la dije): “El sexo es sólo una excusa para el abrazo”. Ni siquiera sé si la frase era mía. Sí me acuerdo que hablaba en serio (o que me cría lo que decía). Qué cursi. También me acuerdo de que el otro día le mostraba a un turco amigo mi cuadro favorito de Paul Klee. No me gusta nada, no se entiende nada, ¿qué significa? – preguntó molesto. Yo le respondí: ¿qué significa el sexo?

Quizás sea que no estoy caliente. Quizás alguna deidad benefactora me haya sacado del caldo hirviente de la calentura periódica para poder explorar regiones más templadas: el noviazgo serio, el compañerismo célibe, la amistad vacía de carne, el misticismo kundalini. O quizás usé todos mis cartuchos o me quedan unos pocos: 15.347 pajas.
Estoy ahora sí al borde del sueño o de una epifanía. Siento el aliento del sueño que me besa con su aliento tóxico.

Al fin y al cabo 15.347 es un lindo número.

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