Tai chi

[Enero de 1999, Piscataway, New Jersey]

Casi siempre es una revistita de 10 o 12 páginas, en papel plastificado, anaranjada o celeste. Y siempre se amontonan en la tapa una banda de adolescentes sonrientes. Y si la foto viniera con sonido se escucharía el mar de fondo, los jirones de olas que se enredan en las pantorrillas de los púberes. Los tres muchachos están en cueros, las cuatro chicas en shorcito y musculosa. Dos rubias, dos morochas, tres muchachos lampiños y tetones, esculpidos todos en algún bronce gomoso. Está claro que hace calor, no hay una nube en el cielo, las palmeras no atajan el sol, pero nadie transpira, todos sonríen para la foto. Y se enciman, la consigna parece haber sido: “al menos un 60% de la superficie de piel desnuda de cada uno tiene que estar en contacto con la de sus compañeros”. Se enciman como los naipes de una mano de chinchón juvenil, atlética y jocosa.
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Negociando

[1 de Mayo de 2003, 1PM, San Francisco, California; la negociación de mi aumento de sueldo luego de trabajar dos meses en Eagle Research – ver post Don Águila]

Se cumplieron 2 meses desde que Eagle Research me contrató y llegó el momento de reunirme con el presidente y evaluar mi desempeño. Apareció en mi cubículo y me señaló el cuarto de conferencias. Le pedí dos minutos para ir a buscar una gaseosa. “¿Para qué?, vamos a tardar dos minutos…”
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Dos semanas y cuarto

[17 de Diciembre de 2001, 1AM, 22nd St y Valencia St, San Francisco, California]

Vengo de la casa de Herman, mi amante mexicano. Nunca me interesaron los números, pero dejame desparramar esta aritmética: 3. Uno al toque, como para romper el hielo y yo me hundí como el Titanic. Otra vez al ratito, y el tercero “sin sacarla”. Este último un hecho casi inédito en mi prontuario, una inauguración, botella de champagne estallando en mil pedazos o tijerita cortando la cintita, vos elegís.
Narración cruda de los hechos:

Llegué a su casa, Herman en cueros, la habitación en penumbras, su jean con los dos primeros botones desabrochados, cómo si fuera una puerta a medio abrir, una invitación a entrar, sacudite el polvo (uf) en la alfombrita que dice bienvenidos y entrá. La lengua arando un surco de saliva desde el abdomen hasta los pezones, los pezones espesos, su mano que me sostiene la nuca. La cogida polirítmica: desde el balanceo pendular del vals vienés hasta el temblor eléctrico de la tarantela.
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Burbujas

[26 de Agosto de 2002, Piscataway, New Jersey, deja vús varios]

Esteban. Así se llama el portoriqueño que conocí en el chat hace dos meses. Yo estaba en Buenos Aires, aunque ya preparaba mi regreso a New Jersey: lo conocí en el salón gay de New Jersey zona central. Muy simpático en el chat, me siguió mandando email todo este tiempo.

El domingo amaneció primaveral. Ya hacía diez días que había vuelto a Rutgers y se me habían acabado las excusas para no encontrarme. Lo llamé y arreglamos vernos en Café 52. Nos reconocimos inmediatamente, pero en vez de compartir cafeína propuso ir a comer algo. Automac en su auto y luego sentarnos en un banco en el parque.
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Tres

[29 de Octubre de 2003, Piscataway, New Jersey; mis reuniones con el grupo de investigación]

Mi campo de investigación es la computación gráfica, la interacción humano-computadora y los agentes conversacionales (un agente conversacional es una figura animada con comportamiento “humano”, un pésimo ejemplo es “Clippy”, el difunto asistente de MS Office con forma de clip). La investigación sobre AC mezcla varias disciplinas: computación gráfica, animación, bio-mecánica, linguística, teoría del conocimiento. Lo sorprendente es lo poco que se sabe respecto a cómo los humanos interactuamos en una conversación y eso hace imposible reproducirla eficientemente. Las dificultades abundan. Los reconocedores de voz tienen que ser entrenados extensamente, las animaciones son duras y robóticas (si son “interactivas”) y la generación de habla es metálica (si es sintetizada) o fragmentada (si se arma a partir de grabaciones de unidades de habla, como los anuncios automatizados en el subte). A esto agréguese la capa de complejidad que los gestos agregan a la comunicación: no sólo complementan el discurso sino que pueden cambiar radicalmente su significado. Tanto reconocer los gestos como generarlos o sincronizarlos adecuadamente (con el discurso del interlocutor o con el propio discurso) es arduo y muchas veces imposible.
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Una noche en la tierra

[4 de Enero de 2003, Buenos Aires, Argentina; otro viaje en taxi]

Son las 3 de la mañana cuando salimos de Glam. Son sólo unas 20 cuadras y podríamos caminar, pero somos 4 y un taxi nos va a salir muy barato. Cuándo más uno los necesita no aparecen, no hay caso. Hay que caminar dos cuadras hasta que aparece uno. Subo en el asiento de adelante, Darío, Viviana y Daniel atrás.

Taxista: ¿Y? ¿Cómo estuvo la noche?
Yo: Complicada para todos. No hay hombres – miro hacia atrás y Viviana me sonríe, Daniel mira por la ventanilla -. No hay hombres… ni para Viviana ni para ninguno de nosotros tampoco.
Taxista: Y sí, está difícil, algo ya va a aparecer, no hay que perder las esperanzas.
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Cenicienta

[11 de Octubre de 2003, Piscataway, New Jersey; limpiando mi departmento]

10 de Octubre de 2003, Edificio Buell, Apartamento #379.

2 am.

Yo: Chad, te acordás que tenés que hacer tu parte de la limpieza, ¿no? Te avisé ya hace una semana y todavía no lo hiciste.
Chad: Está bien, está bien, lo hago ahora, papá. (Dirigiéndose a Chang Woo que termina de comer sus fideos) ¿Limpiamos ahora?

Chad y Chang Woo se ponen a limpiar la cocina (la tarea que comparten, yo limpié el baño, Jeff limpió los lavatorios). Yo mientras ceno.
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Multitudes

[16 de Febrero de 2001, 10.09 pm, San Francisco, CA]

He recibido pilas de pedidos para que vuelva a mis emails chabacanos, a la sordidez de mis peripecias amatorias, al ríspido terreno del sudor gratuito y el mordiscón sincopado.

Conocí a un tipo online, vieja historia. Su nick prometía lo peor: “Musculoso31” o algún intragable similar. Lo cierto es que luego de semanas de intensa actividad chatera, su nick era el único inexplorado en la lista. Lo embestí con un privado y respondió. El musculoso31 podía escribir en inglés con cierto nivel de sofisticación, ya era un avance. No pidió enseguida una foto, charlamos tranqui, le caí simpático: vivía en Oakland, del otro lado de la bahía. Le mandé mi foto. Cuando la vio, dijo “Cool”. Le pedí que se explaye: ¿”Cool” = “No te cojo ni aunque seas el último bípedo humanoide vivo en la tierra”? ¿”Cool” = “Tenés cara de buen tipo”? ¿”Cool” = “Te voy a revolver la polenta hasta que espese”?
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Fideos picantísimos

[7 de Septiembre de 2003, Piscataway, New Jersey, los hábitos alimenticios de mi compañero de departamento]

Me cruzo a Chang en la cocina, inclinado sobre una cacerolita con contenido incierto pero que emana un vaho punzante. Janghoon, su amigo coreano – también vive en el edificio – está recostado contra la mesada, haciéndolo compañía. Suelen cenar juntos.

Chang: ¿Usted cenar?
Yo: No, todavía no.
Chang: Fideos muchos para dos o para tres. ¿Quiere?
Yo: No, gracias, un día tenés que cocinar algo para mí, pero no hoy.
Chang: Esto probar.
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Minutos

[6 de Septiembre de 2003, Piscataway, New Jersey, Chang y sus problemas con su teléfono celular].

Chang, mi compañero de departamento coreano, me ve almorzando solo en el patio de comidas de la universidad y se me acerca.

Chang: Mi teléfono celular nuevo, boleta a fin de mes pero… (no encuentra las palabras, empieza a revolear los ojos)

Hace 10 días Chang recibió su nuevo teléfono celular por correo. El teléfono suena todo el tiempo: aún a las 3 de la mañana (las 4 de la tarde en Corea), recibe llamados sin parar; sus actividades parecen reducirse a comer fideos y hablar en el celular.
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