[Tercera y última parte de la historia que empezó acá y siguió acá. Empecé a escribir con la idea de escribir esto en 15 minutos, pero me colgué y son las 4.30am. Los lectores generosos entonces avisarán si hay errores obvios o harán la vista gorda. Ambas cosas se agradecen.]
– Traé servilletas para secarle la sangre y fijate si podemos pegarle la ceja con la gotita – le dice uno de los de seguridad al otro. – Y llamá a la ambulancia que le van a tener que poner de nuevo el hombro.
Me llevan para allá, para allá es el patio, o sea para el sector fumadores. Primera ironía. Me cago de frío: segunda ironía. Me alcanzan un rollo de papel higiénico para que me seque la sangre: tercera ironía. Miro el cielo hacia el que se elevan las señales de humo del humo de los cigarrillos. Leo los puntos y los guiones del mensaje: j-o-d-e-t-e. A partir de ahora j-o-d-e-t-e, vos solo fuiste atrás del conejo blanco fumador, te ligaste la trompada, merecida o no, te caíste por el agujero de Alicia y ahora se borró todo y solamente brilla la sonrisa del gato de Cheshire, que te va a seguir como una estrella fija toda la noche.
Diego me agarra la mano, la pone entre las suyas. Bajo a tierra, a mi pecho y a mi estómago. Tengo la panza cubierta de pétalos de sangre coagulada. Tomo uno entre los dedos, lo levanto hasta mis ojos como para mirarlo al trasluz, brilla tu diamante loco. Es como una escama roja, de plástico, elástica, es la sangre que me chorreó de la sien.
Pienso boludeces: mi cuerpo produce plástico, no solo carne, sangre y huesos, sino también este cotillón. Hay un capítulo de Sex and the City en el que Charlotte tira pétalos de rosa rojos sobre una cama para prepararla para la noche de bodas. Desfloración, supongo, significa. Yo quiero cubrir mi cama de noche de bodas con estos pétalos de sangre que me salieron de la sien. A Oscar Wilde le encantaría, sí, en serio le encantaría. (more…)