Rarísimo

En el suplemento cultural del diario Perfil de hoy, 28 de diciembre, se publica un cuento mío. Se trata de una versión reducida a 3500 caracteres de Raro, un texto que escribí para este blog. Si usted, querido lector, llega a esta página a partir del diario y está un poco perdido, puede proceder hacia el mapa del sitio, dónde encontrará algunas recomendaciones de qué le conviene leer primero. Si usted es de los que necesita primero saber quién soy, acá esta mi biografía. Y si, luego de haber aventurado el piecito en esta blog-pelopincho, se anima a una zambullida, haga clic en cualquier enlace de los archivos mensuales. Siéntase en su casa. (more…)

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Cóncavo

Con la acunpuntura de los chorritos de agua en la nuca me estiro para agarrar el Head and Shoulders Citrus Fresh del estante (el estante está bajo, así que esto es más bien una reverencia, una seña corporal de respeto al zinc piritiniona, el sulfuro de selenio, la brea de hulla y el ácido salicílico, que a partir de este momento pensaré no como moléculas inertes sino como pacmans). Abro la tapa con el pulgar, vuelco un charquito lechoso en la palma de la mano, me refriego la cabeza y de paso la barba, los bigotes y las cejas. Es una ablución, una purificación ritual (para prevenir la caspa y todo eso invisible que supura, que se deposita sobre nuestros hombros como nieve o tristeza o los dedos de una mano que acaricia hoy y mañana apreta el botón de borrar todos los mensajes). (more…)

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Porque le falta porque no tiene

Así despegar con las pezuñas todavía raspando el piso, chispas en la pista de despegue porque sabés que hasta ahora nunca. Como poner en automático el flujo de conciencia y que se mezcle el contenido de las canillas porque mejor que corra y no que gotee si al fianl si gotea son 46 litros por día y con eso se podria calmar la sed de no sé cuantos chicos en Etiopía. Sacame las manos de encima. Apretás un botón y se enrosca. Un codazo y todo el vodka encima, chorreando el hombro y bajando hasta las manos. (more…)

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Cuba libre, un viaje, 8

Tercera jornada en Cayo Coco

Me despierto tarde y almuerzo en el quincho frente a la playa. Se acerca un mozo rechoncho a tomar el pedido y me da la mano. Me llamo Lá-za-ro, dice, separando en sílabas. “El que se levantó de entre los muertos”, digo. “Ese mismo, nací en diciembre”, agrega. “Te pusieron el nombre por el santo, entonces”, sugiero. Sí, efectivamente. Pido una pizzeta de chorizo, con queso y tomate. Me dice: “Acá (se refiere a Cuba), si no tiene queso no le decimos pizza. ¿Afuera cómo es?”. Me quedo pensando, no en la ontología de la pizza, sino en la palabra afuera. Tengo la cabeza hecha un lío y no estoy para hacer análisis de discurso, pero me parece que decir afuera para referirse al resto del mundo implica un adentro opresivo. El afuera es la puerta que se abre para ir a jugar, el adentro es resignarse a ser la señorita de San Nicolás: coser y a bordar para enamorar al coronel. En la dictadura la gente se iba a vivir “afuera”. Ahora se va a vivir a Estados Unidos, a España. El lugar de destino ahora importa, porque ahora se va en busca de, antes el destino no importaba, porque lo que había que hacer era salir. (more…)

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Aniversario 11, Fiesta de osos

Hicieron entera la instalación eléctrica del departamento y ahora no hay clics fallidos. Clic luz encendida, clic luz apagada y así por varios días. Pero el viernes todo eso se acabó y ahora prendo la luz del baño, la crucial, la que está arriba del espejo en tres partes, y primero se enciende, después duda, se apaga, parpadea, estroboscópica. Probé otras lamparitas y nada, así que son los cables o una señal. Adentro de la pared alguien hace morse con los cables y yo vuelvo de bailar del boliche, borracho y me enfrento a la fragmentación en el espejo. Si no hay continuidad no hay identidad. Estoy seguro que si el sol parpadeara así, como la lamparita asomada al capullo del aplique, nuestra vida sería otra. O mejor dicho, si por el ojo entraran fotogramas discontinuos, fotos fijas, abandonaríamos rápidamente la tarea de unir los puntos para formar la figura y navegaríamos entre cardúmenes de filamentos de colores y quién te dice, capaz que así entendería mejor.

O quizás sea al revés, quizás la continuidad sea el engaño, el barbitúrico, y la realidad sea caleidoscópica y absolutamente caótica y todos estos fragmentos no se acoplen. Quizás sólo haya que tirar todas las piezas arriba de la mesa y prender la luz del baño y que relampaguee. Acá van una por una las piezas de esa noche, la de la Fiesta de Aniversario Número 11 de los Osos de Buenos Aires.

CLIC.

Entre la muchedumbre de la fiesta veo al tipo con el que me agarré a piñas el año pasado. Estoy borracho y zen y lets give peace a chance. Me acerco. Hola, digo y le encajo un beso en la mejilla. El tipo me mira sin reconocerme. Está en musculosa, igual de patovica, todo tatuado y tiene una cicatriz gigante que le cruza la cara. No, esa no se la hice yo. Esa ya la tenía cuando hace un año, de una piña, le corté la ceja. Sigo: Yo me agarré a piñas con vos hace un año con vos en Glam. Ahora sí me reconoce, pero su cara no se inmuta, es una foto fija, un comodín: esa misma cara significa muchas cosas. La de ahora significa: este pibe está loco. Sigo: Te quería pedir disculpas, la fue cualquiera. Él: ¿Te lastimé mucho? Yo dudo. Podría mentir y decir que no y no darlo así por ganador. Pero no, digo: 3 semanas de yeso. Su cara no cambia. Yo: bueno, era eso, chau. (more…)

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Cuba libre, un viaje, 7

Segunda jornada en Cayo Coco

Al otro día Ariel me convence de que haga sobrevuelo. Él ya hizo en Varadero, pero yo no me animé. No me entusiasma mucho la idea de montarme en esa especie de aladelta con motorcito de lavarropa, subir 150 metros y planear varios minutos hasta acuatizar deslizándome hasta la orilla. Pero el color del agua me convence: es ese verde-azul mullidito, como una felpa. Ariel insiste: es más barato acá que en Varadero, acá sale 25 dólares, allá salía 40. Okay, acepto.

Me acerco al tipo encargado del avioncito. Ariel bromea:

– ¿Hay algúna restricción en cuanto a peso?
– Tarado mental – digo.
– No, el muchacho está muy bien – dice el tipo.
– Pero mire que pesadito eh, mucho frijol, mucho frijol – insiste Ariel, sin darse cuenta que le habla al tipo como si fuera el chino del mercadito.
– Si viera la gente que hemos subido a ésa máquina…

Intervengo:

– Peso 98 kilos.
– Está bien, usted clasifica. (more…)

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Cuba libre, un viaje, 6

Primera jornada en Cayo Coco

– Mi vocación siempre han sido las llaves – dijo el chofer.

Me acomodo en el asiento, recostándome, giro la cabeza y miro por la ventanilla, acaricio el cuero del asiento, tibio con mi propio calor. Las pocas luces a lo lejos, en la oscuridad, superpuestas en el reflejo del chofer inclinado sobre el tablero del auto. Me adormezco enfocando las luces a lo lejos y luego desenfocando hasta que el chofer entra en foco, inclinado con la cara iluminada desde abajo, como si se calentara en el fuego de una hornalla. (more…)

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Espontáneo

Me acomodo frente al monitor de la pc y enciendo la webcam. Giro un poco la cabeza, miro a un costado y pongo cara de no me importa nada. Me sale, en cambio, cara de boludo, al que quizás no le importe nada. Agarro los ensayos de Montaigne para levantar un poco más la cámara, así, de arriba, salgo menos gordo y como asomándome. Ese es el efecto que me conviene, como si me impulsara desde el fondo de una pileta hasta la superficie y abriera los ojos una vez que siento el aire en la cara. Demasiada pose, y las fotos sacadas de arriba, cuando las subís a un sitio gay de levante suenan a que pedís pija, arrodillado. Es así: si la cámara te mira desde arriba mendigás pija, si la cámara te mira desde abajo, ofrecés con desdén: y bueno, dale. (more…)

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Cuba libre, un viaje, 5

Varadero, cuarta y última noche

Es el último día en Varadero, pero me esperan seis días en Cayo Coco, o sea, más all-inclusive, playa y ampollas en los pies. Sí, el rojo de la piel se diluyó un poco, pero las ampollas, tectónicas, crecen. Igual es el último día, así que voy a la playa y me tiro en la reposera, debajo de la sombrilla de paja, a leer. El tipo de las cadenas de oro en el cuello sigue ahí, pero el taxi boy desapareció. Antes de que me acomode del todo aparece el guardavidas que me quiso vender habanos. Está bien, hoy estoy con ganas de charlar, ya hace tres días que estoy acá y hablé sólo con turistas (argentinos, canadienses, alemanes). Es hora de hablar con los locales.

Se agacha junto a la reposera, como hizo el otro día. Tiene anteojos negros y está en cueros. Está a punto de susurrarme algo cuando le pregunto “¿Qué es esto?” señalándole una cicatriz que tiene en el cuello, debajo de la nuez de Adán.

-¿Esto?-dice levantando la cabeza para exponer todavía más el cuello y tocándose el bulto en la piel.
-Sí, acá tenés otra igual-le digo, tocándole con el índice otra cicatriz igual arriba del pezón. El roce de la yema de los dedos contra la piel del tipo me recuerda cuánto hace que no tengo sexo, e inmediatamente después cuánto hace que no me pajeo.

El tipo hace un gesto de resignación y dice: “la china”.

¿La china? ¿Será que los cubanos le dicen chinitas a las mujeres, como los gauchos en nuestras pampas? Tengo en la cabeza un sinfín de estereotipos horribles. Me imagino al negro llegando borracho a la casa, buscando a tientas a la mujer hasta llegar a la cocina, abalanzándose sobre la mujer inclinada sobre el fuego, apretando contra su ingle las caderas de la esposa que se resiste, el tipo brusco, la mujer que gira y le cruza la cara con un cachetazo, el tipo que retrocede, se toca la mejilla, furioso y avanza con la mano oblicua, en alto, para golpearla, la mujer manoteando un cuchillo y clavándoselo en el cuello y después en el pecho y escapando de la casa, corriendo. La china, corriendo, el negro, furioso, puteando, retrocediendo, apoyando la espalda contra la pared, resbalando hasta el piso. (more…)

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Cuba libre, un viaje, 4

Varadero, tercera noche

A la mañana siguiente despierto y aun antes de abrir los ojos siento el peso en la cara, en el pecho. Me muevo un poco y las sábanas raspan. Salgo de la cama y voy hasta el espejo: estoy colorado en franjas, desparejo, como si alguien me hubiera tirado baldazos de pintura roja jugando al carnaval. Siento el embotamiento de la insolación. Me duelen los pies, tengo ampollas por las ojotas y raspaduras por caminar por los caminitos ásperos sin ojotas. Tengo un cansancio de desinfle y de desconexión. El cuerpo, lejos de los engranajes de la vida de Buenos Aires, por primera vez se chocó con los elementos esenciales: el aire, el agua y el fuego, se lastimó, y ahora intenta protegerse o acomodarse. Estoy atontado, con la energía toda puesta en la reconstrucción: en levantar las represas de las ampollas, en desprender la piel para tejer una nueva, en drenar todo ese sol que entró. Es decir, este es, por fin, el primer día de mis vacaciones.

Ariel ya salió de la habitación, claro, es mediodía, debe estar practicando tiro a la carabina o jugando al bingo o aprendiendo a bailar mambo frente a la pileta. Me ducho, para despertarme un poco, pero es un error: hoy necesito estar confortablemente adormecido, un barco distante alejándose en el horizonte, mientras el cuerpo vuelve en sí. Así que voy al buffet, como algo liviano, camino hasta la playa y me meto enseguida abajo de una sombrilla de paja. Reconozco a algunos de los que estaban en la discoteca ayer, pero lo que me llama la atención son dos tipos. Uno tiene unos 45 años, está en cueros, bastante tostado, es morrudo pero se le nota el gym. Tiene un rólex aparatoso y del cuello le cuelgan unas cadenas gruesas, de oro. El que está con el debe tener unos 25 años y es, claramente, un escort, acompañante o como se lo nombra en las guías, un jinetero. Los brazos musculosos, el pecho hinchado, la cintura estrecha y los abdominales marcados. Tiene puesto unos shorts holgados pero se lo recoge para tostarse los muslos. Me quedo mirándolos. El pibe va y viene del bar de bebidas, con vasitos de piña colada para él y su cliente. Al rato el tipo se levanta de la reposera, agarra una pelota gigante inflable que no había visto y con un gesto de la cabeza invita al pibe a jugar. Se revolean la pelota en un sketch insólito, la única lógica es que el chico flexione algunos músculos y que al tipo le tintineen las cadenas en el pecho. Una exhibición destilada, en alta concentración, del jovencito apolíneo como bien suntuario. (more…)

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