Cuba libre, un viaje, 3

Varadero, segunda noche

Lo primero que hice al día siguiente, cuando me desperté, fue ir a buscar el mar. Ahí estaba: unos metros de arena-harina amarilla y los renglones azulados y verdosos del agua plana, sin olas. Mi historia con el mar empieza como la de casi cualquier argentino de clase media baja: en la costa argentina, en Mar del Plata. Acercarse a la orilla y descubrir con un estremecimiento que el agua está fría, como meter los dedos en el enchufe, retroceder, alguien desde atrás te grita que cuando te metés el frío se te pasa, avanzar entonces, muy poco convencido, por partes, las piernas, después con un envión que el agua congelada pegue en los genitales, y enseguida tirarte de cabeza debajo de una ola, el agua revuelta, sucia, los brazos morados, la piel de gallina, unos pocos minutos y correr hasta la toalla que se abre y te envuelve, frotarte para salir de la criogenia, dar saltitos. Una prueba de valentía, un bautismo de hielo en vez de uno de fuego.

Ahora, en cambio, entraba al agua como se entra en el sueño, gradualmente. El tacto ya no me devolvía la patada eléctrica del frío, el nivel del agua subía por mis talones y por mis pantorillas y a cada momento tenía que mirar hacia abajo para verificar cuánto me había sumergido (el agua transparente, un poco de espuma y algunos pececitos opacos escapando del escándalo de mis pies de gigante). Caminé hasta que el agua me llegó a la cintura, me zambullí, abrí los ojos abajo del agua. Me golpeó la sal en los lentes de contacto, pero después vi todo. Braceé un poco más hacia lo profundo y volví a pararme, con el agua en el cuello. Me recosté sobre el sommier del agua, primero la espalda, la cabeza hacia atrás para que el pelo se me peine hacia atrás, abrí los ojos, miré las nubes, desprendí los pies del fondo y dejé que las piernas flotaran hacia la superficie. No hacía falta patalear para mantenerse a flote, la salinidad me mantenía a flote si me quedaba quieto, un útero a cielo abierto, con nubes en capas avanzando a distintas velocidades, como recuerdos. Cada tanto concentrarme para recuperar el cuerpo: el elástico del short separándome en dos partes, abrir los brazos y las piernas y verme desde arriba como el hombre de Vitruvio. (more…)

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Cuba libre, un viaje, 2

Varadero, primera noche

El vuelo salía a las 3.30 de la mañana, así que quedé en que pasaba a las 12 de la noche por la casa de Ariel. Como siempre, llegué y ni siquiera tenía preparada la valija. Andaba de acá para allá en slip seleccionando la ropa que se llevaría. Respiré hondo y decidí que estaba de vacaciones y que no iba a empezarla discutiendo. Lo ayudé a doblar la ropa, más como gimnasia antiestrés que para acelerar el trámite. Ariel, con toda la parsimonia del mundo, se duchó, se vistió, se perfumó. Llegamos al aeropuerto a las 2.28, 2 minutos antes de la hora límite para hacer el check-in. Me tomé un Dramamine (no volaba desde el 2004 y últimamente me brotan fobias en cualquier rincón) y subimos al avión.

Enseguida el comisario de a bordo vino a saludar a Ariel personalmente, a felicitarlo por el premio, y le ofreció moverlo a clase ejecutiva. Ariel no podía esconder su cosquillita. Me dijo con cara de fingida incomodidad “Y… me voy a tener que ir para adelante”. Le dije: “Boludo, deciles que estás con un acompañante y si también le pueden hacer el upgrade a él”. El comisario de a bordo se disculpó: No, no se puede, así que Ariel desapareció detrás de las cortinas del privilegio. Yo dormí todo el viaje.

Aterrizamos en Panamá. Ariel había dejado dos horas entre aviones para poder recorrer el duty free, uno de los más grandes del mundo. Panasonic, Lacosse, Tomy Hilfigher, Cadbury, Kenzo, Rolex. No compré nada porque no había nada barato y ya tenía todo lo que necesitaba. Tomamos el avión y aterrizamos en La Habana 2 horas después. Yo ya estaba transpirado, agotado, aburrido de tanto viajar, pero todavía faltaban 2 horas de colectivo (guagua le dicen ellos) hasta Varadero.

Ariel se sentó adelante para charlar con el guía. Le preguntó por la situación en Cuba, y dijo:

-¿Y qué pasa con Fidel? No se sabe si está vivo o muerto, ¿no? ¿Lo tienen “guardado” en algún lado?

Al guía se le endureció la cara, después trató de sonreír:

-No, lo que pasa es que está mal de salud. Cuando empezó a tener problemas dijo que prefería apartarse y ahora gobierna Raúl. Lo que pasa es que con los problemas económicos y todo eso, durante años, es como si hubiera trabajo 130 horas diarias. Es un trabajo muy duro. (more…)

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Cuba libre, un viaje, 1

Los días previos a la salida

Acá estoy munido de mi munición: mi libretita con 40 páginas de notas, la música suave, la pantalla, el recuerdo todavía vivo (¿Qué gusto tiene el recuerdooo? Saladooo), la piel tostada Caribe, la ropa sucia apilada al costado, la arena todavía en los pliegues y las ganas nuevas de escribir.

Fue así: Ariel me llamó y me dijo: -Christian, ¿te acordás que me gané un viaje a Cuba el año pasado?

No, no me acordaba.

-Sí, boludo, si te conté. Fue en esa fiesta de agentes de viajes. Me gané un viaje a Cuba para mí y para un acompañante. Son 12 noches en hoteles 5 estrellas all-inclusive. 4 noches en Varadero, 6 en Cayo Coco y 2 en La Habana.

Seguramente me contó todo esto con lujo de detalles en su momento, pero yo no lo recordaba. Dije ajá y él siguió:

-Bueno, resulta que el viaje lo tengo que usar ahora porque se vence en junio. Le pregunté a mi hermana que está en España si quería venir pero no puede. Y las demás personas a las que les pregunté no se pueden tomar vacaciones ahora, en mayo. ¿A vos te interesa?

Dije que capaz que sí. Que el laburo estaba tranquilo y que le podía pedir a Sandra 3 semanas de vacaciones del taller. (more…)

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Historia, segunda parte

Esta historia empezó acá.

Los recuerdos son como el juego de los palillos chinos, están ahí amontonados, de colores, algunos están separados de los demás, identificables, independientes, pero otros se apilan y no puedo sacar uno sin que se muevan todos los demás, sin que todo se desordene.

Este es un palillo suelto: en esa época llegó al barrio un chico nuevo, se llamaba Guillermo, le decían Willy y yo le tenía un miedo instintivo. Willy exhalaba un odio viscoso, ese odio le venía desde atrás y desde adentro. Yo suponía que alguien le había hecho algo horrible y que él había sido incapaz de vengarse por alguna razón. Físicamente no imponía mucho respeto: era flaco pero intentaba compensar caminando como si fuera un soldado. Amenazaba siempre con romperle la cara a alguien, pero nunca lo vi agarrarse a piñas. Sus hazañas de violencia siempre habían sucedido en otros barrios o antes de llegar al barrio. Estaba yendo a taekwondo y nos detallaba siempre el feroz entrenamiento al que se sometía. Una vez contó que lo obligaban a tomar leche cortada, que eso le daba más fuerza y que si no lo hacías el profesor te echaba. Los cuentos de Willy y el taekwondo me despertaban una morbidez erótica, me lo imaginaba en una versión macabra de Kung Fú, con un maestro Po de ojos blancos, pero con pecho peludo y cara de hijo de puta. Pero lo que yo temía en Willy no era ese estallido incipiente de violencia y maldad que esperaba consumación (y que había atisbado en actos de crueldad inútiles, que involucraban en general gatos indefesos, hormigueros o insectos), sino que Willy, como yo, sabía que en su interior algo no funcionaba, y que esa parte rota estaba rota para siempre y que ese defecto ya estructural marcaba en sí una frontera, algo de lo que no se salía ni ahora ni nunca. Aunque no supiera de qué se trataba, aunque no pudiera nombrar su propia oscuridad, explicarla o manejarla, sabía que en algún momento el país de su futuro se había recortado, que las aguas habían subido e inundado las costas y que ahora debía vivir para siempre en las partes altas, a salvo pero siempre expectante, vigilando el próximo deshielo. (more…)

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Historia

Hablemos de mi historia sexual que es un tema espeluznante.

Sí, espeluznante porque empieza llena de clichés, sigue con una condena por un crimen que no cometí, con una comedia de teléfonos descompuestos, con desbordes (pero no de la carne volcándose en otra carne) y desemboca andá a saber en qué estuario.

Empecemos entonces con los clichés, el resto queda para otro día. Jardín de infantes: prolongadas estadías en el sector de la mamá, poco interés en el rincón de bloques. En el cuaderno de conducta los siguientes reportes: “cumple con las consignas con celeridad y esmero”, “colma de atenciones a sus compañeras, especialmente a Delfina Valmi” (ese nombre debía sonarme sofisticado, ella definitivamente lo era: yo envidiaba su vincha, su cartuchera con ruedita de caja fuerte con clave, inviolable, y su pelo platinado) y “suele recurrir al llanto cuando se siente contrariado (especialmente cuando sus compañeritos le señalan con sorna su erre afrancesada)”.

Ya en el primario tuve un breve affaire con el fútbol: primero me mandaron al arco y me gustó. Siempre me gustó esquivar cosas, debo tener algún síndrome de San Sebastián pero invertido. Si el mártir se consagra al atravesarse el torso con flechas, yo fantaseaba con enfrentar proyectiles y esquivarlos a último momento. Lamentablemente mi morbo es lo contrario a lo que se considera una exitosa estrategia como arquero: me ofrecieron el retiro voluntario, acepté. Por lástima o porque no había suficientes jugadores me ofrecieron un par de veces volver a jugar. Aduje lesiones cada vez más sofisticadas pero me ofrecí siempre como ávido espectador, alcanza pelotas y groupie. Abandonados los deportes de contacto físico me dediqué a los de destreza y estrategia (rayuela, elástico y payana). (more…)

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Separata

Las cosas son como caramelos, envueltas en el papel de las palabras. Ahora hace calor y las cosas se ablandan, se ponen chirles, sudan su baba central y se pegan…

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