La brisa helada de un día nuevo

[25 de Enero de 2001, San Francisco, California]

Estoy vivo. Lo acabo de confirmar, los espasmos previos al vómito provocados por la nueva crema dental de Colgate, control tártaro con bicarbonato de sodio y peróxido no dejan espacio para la duda.

Enero llegó y se fue. Pasalo y que no vuelva. Me mudé al Sunset, un barrio con heladerías que ofrecen verdadero gelato italiano con los gustos escritos en la pizarra con caracteres chinos. La mitad de las veces soy el único que habla inglés en el Muni (el tranvía de San Francisco), el Pacífico está a 15 cuadras y hay un gigantesco parque (Stern Grove) cercado por eucaliptos a media cuadra.

La búsqueda de trabajo se complicó un poco. Es difícil saber por qué. Mi microclima anímico negativo general habrá tenido que ver.

Se habrán enterado que hay nuevo presidente en gringolandia. Sí, incluso Ricky Martin sacudió su bom-bom para él, en la ceremonia de asunción. Arrellánense en sus butacas, no va a pasar mucho tiempo antes de que sorprendan a Ricky chupando pija en un baño sucio de South Beach, Miami. El ex-Menudo ¿se habrá dado cuenta el espectáculo patético que dio bailando como un pajuerano para el tipo que va a hacer lo posible para pulverizar los derechos de los gays en USA?

Las puntocoms se están yendo a la mierda. Ya era tiempo, ya que el boom tenía que implotar tarde o temprano. Ya se habrán enterado que el universo funciona en ciclos sucesivos de expansión y compresión. Bueno, parece que la economía también. Todas las puntocoms con sus ideas ‘interactivas, vanguardistas, multimedia’ (tres adjetivos que tienen que calificar a cualquier empresa de principios de milenio según parece), están cayendo en un agujero negro y sus empleados vomitados a la ingravidez del espacio interestelar.

En ese paisaje cósmico yo busco mi primer laburo.

De pronto, hace dos días, mi biorritmo cambió: tengo una entrevista hoy. Se trata de una compañía que puso un aviso en la web para un trabajo para el que no estoy calificado. Usan la internet para acelerar los procesos productivos de empresas manufactureras (automotrices, alimenticias), y buscaban un programador Java ‘experto’. Prometían pagarle el almuerzo a quien resolviera tres problemas matemáticos complejos. Los resolví enseguida, los mandé y me llamaron al día siguiente. Me aclararon que también buscaban gente ‘junior’, y que me iban a volver a llamar para arreglar una entrevista. Me llamaron ayer y hoy tengo la entrevista.

Para agregarle loops a la montaña rusa de mi vida me quedo sin lugar donde vivir en tres días. Tomé la decisión de buscar algo permanente esta vez. La vida itinerante tiene sus encantos, pero la seguridad burguesa de tener una cama donde volver a dormir cada noche me seduce un poco más. Empecé a buscar departamentos, y de nuevo todo se complicó. No recibí respuestas durante días. Mi desesperación trepó a niveles alarmantes. De pronto alguien me respondió un email. Ofrecen un lugar muy barato en The Mission (el barrio donde viví en noviembre y diciembre, cuando le alquilé el cuarto a la gallega torti) y para pasar la etapa de preselección de roomate debo responder un cuestionario de preguntas.

4 de la mañana, escucho Piazzolla y me largo a tipear. Las preguntas se suceden: ¿Me considero una persona feliz? ¿Cómo definiría mi sexualidad? ¿Qué música escucho? ¿Libros? ¿Cine? ¿Cómo reacciono cuando las cosas no salen bien? ¿Qué hago para encontrarle sentido a mi vida?

Tipeo rápido, no reviso, click, send.

La persona que alquila el cuarto se llama Frazer y yo, andá a saber por qué, asumo que Frazer es mujer. El teléfono suena a las 10 de la mañana del día siguiente y es Frazer. Es hombre, quiere que pase a ver el departamento en los próximos días.

Cuelgo y releo su aviso en la internet. No dice si es gay o no. Releo el email que le envié, una sarta de incoherencias chupamedias: amo a Mahler (sólo el adagietto), me gustó mucho “Los 400 golpes” de Truffaut (Frazer es cineasta), muerte a Britney Spears.

Al día siguiente, 4 de la tarde, estoy frente a una puerta que dice muy poco. Hay una pequeña escalera de madera carcomida por la humedad y una voz que grita desde arriba: “¡Subí las escaleras Christian!”. Varias sillas desfondadas, un inodoro quebrado y el volante oxidado de una bicicleta bloquean el descanso de la heladera. Frazer es rubio, de rulitos, menudo, parsimonioso. Me muestra la casa: se ve prolija, austera, casi sin decoración: me gusta. Frazer no come carne. Me muestra ‘mi habitación’ donde una chica dobla ropa y la mete en una valija. Es alta, voluptuosa, rubia. ¿La novia de Frazer? La habitación es mediana, pero caben una cama grande, un escritorio y una pequeña biblioteca con libros, todo el espacio que necesito.

“Vení, sentémonos acá y charlemos un poco”, me dice Frazer.

Luego de 15 segundos de silencio, me doy cuenta de que el diálogo va a ser monólogo. Hablo de mí, de Argentina, de New Jersey, de mi Masters. Amo San Francisco, no me voy a mudar en el corto plazo, puedo pagar la renta. Le pregunto de cine. No ve películas de Hollywood, odia Hollywood. Le pregunto de música. No escucha música pop, odia la música mainstream.

Suena el timbre y Frazer anuncia con una media sonrisa: “Llegó tu competencia”. Me despido con un cortés apretón de manos.

Al otro día recibo un email de Frazer. Explica que puso su aviso en Internet y recibió 134 respuestas en una hora. Seleccionó 30 candidatos inicialmente y les mandó el cuestionario de preguntas. Luego, de acuerdo a las respuestas, descartó a 20 y se quedó con 10. Se entrevistó con 10 y decidirá el jueves a quién le ofrece el departamento.

Ah, alguien le preguntó si no iba a responder el mismo el cuestionario. Sus respuestas son levemente snobs. En “¿Cómo definirías tu sexualidad?” responde “Straight, but branching out lately” (o sea: “Heterosexual, pero explorando rutas laterales últimamente”).

Comparo sus respuestas con las mías. Muchas coinciden… hay una casi idéntica: “¿Cuál es tu nivel de felicidad en este momento? ¿Por qué? Usá una escala de 1 a 10 para rankearte”. Los dos contestamos 7 y resaltamos el valor de la lucha (hasta la victoria siempre) y el optimismo.

Al otro día me llama Marta, la gallega lesbiana. Me agradece que le envié por correo el dinero de la última factura de la luz que me correspondía pagar. Charlamos, le cuento mi situación y me cuenta que Sandra (la otra barcelonesa que vive en el departamento) se va en febrero y que puedo mudarme a su cuarto. Genial. La gallega rompe las bolas: quiere una respuesta rápida. Le digo que tendría que arreglar con mis viejos el tema de la guita (en realidad necesito tiempo para esperar la decisión de Frazer).

Marta me ofrece otra posibilidad: una amiga de ella que vive en un departamentito sola en Berkeley se va a Egipto por dos meses y necesita subalquilarlo. Si Marta me recomienda lo voy a conseguir seguro. No pierdo nada con verlo.

Al otro día salgo rumbo a Berkeley, me pierdo al combinar en dos estaciones y llego una hora tarde. Me atiende Ann: rubia, muy linda, me ofrece un expresso, se lo acepto. Se me traba el cierre de la campera en la desesperación por quitármela y sobrevivir la calefacción al máximo. Ann me ayuda, tironeamos los dos hasta que se nos ponen coloradas las caras, pero es inútil. Finalmente con 5 o 6 contorsiones me saco la campera con el cierre trabado.

Me muestra el lugar, me encanta. Es espacioso, tranquilo, muy bien arreglado. Ella dice: “Antes de irme sacaría las cosas de las paredes que le dan el toque femenino a la casa”. Yo le respondo: “No te hagas problema por eso”. Se ríe, cómplice. Tomamos el expresso. Estoy intrigado: Ann viene recomendada por Marta, que es lesbiana. Ann vive en Berkeley, paraíso sáfico. No veo fotos en las repisas… pero ¿qué lesbiana de Berkeley usaría esas sandalias tan bonitas cuando está de entrecasa, o ese pareo tan elegante?

Ann vivió en Barcelona durante 7 años. Me cuenta su historia a grandes rasgos, pero con sordina, sin énfasis, vacía de carne y sangre. Afuera llueve, adentro tomamos café y los temas se suceden: España versus USA, los viajes de Ann, mi vida en San Francisco.

De pronto Ann retoma sus historias, pero ahora sí completas: sangre, sudor y lágrimas. Hace 4 años Ann se pudrió de su trabajo y decidió hacer un viaje de 3 meses por Asia y África: India, Sudáfrica, Zimbawe, Egipto. En Egipto conoció a Omar y en dos semanas ardió la pasión. Por eso ahora Ann va a buscar a Omar a Egipto y a tratar de traerlo a USA.

Lo describe: es negro, es musulmán. Yo le digo: “Ajah, negro, musulmán. Lástima que no es gay porque sino se gana el Oscar a mejor víctima potencial de discriminacion del año”. Me mira medio espantada y se larga a reír a carcajadas. Media horas después la charla es la de dos amigos compinches. “Este hombre es lo único que me importa. Lo conocí de casualidad en El Cairo. Un hombre lleno de misterio, me sedujo totalmente. Vos tenés que ver cómo la gente se ríe en África, es algo muy fuerte, cuando la gente se ríe, se ríe con el alma. Acá nunca vi algo así. Pasamos dos semanas juntos y fue fascinante descubrir otras cosas en él, pero no perdió nunca su misterio… Ah, el sexo fue excelente”.

Nos reímos otra vez. Le digo que me tengo que ir pero que me encantó haberla conocido. Me dice: “No tengo muchas oportunidades de tener charlas de este tipo, yo también la pasé barbaro”. Se pone un sweater: “Te voy a llevar con el auto así de paso te muestro un poco de Berkeley”.

Llueve, las calles abarrotadas de estudiantes cansinos (no puedo evitar acordarme de Rutgers), buscando algún cine que no esté lleno. Estacionamos, la invito a comer un burrito a Baja Fresh. Me enamoré de Ann.

Hablamos del �tema gay�, y ella me dice que es importante para ella (muchos de sus amigos son gay) y por eso ya ha hablado con Omar al respecto. “Yo nunca lo he escuchado hacer ningún comentario discriminatorio de ningún tipo: ni contra judíos, ni contra gays, ni contra nadie. Es una persona de un gran corazón, pero sí me dijo que no entiende a los hombres gays”. Le respondo: “Bueno, yo tampoco”. Nos vamos. Me despido con dos besos gallegos, uno en cada mejilla. Prometemos mantenernos en contacto por email, ya que me muero por escuchar detalles de su aventura en la tierra de los faraones.

Así que acá estoy, a punto de salir hacia mi entrevista de trabajo. El email (¿o llamado?) de Frazer no llega. Marta espera que le responda si iré a vivir con ella hoy a la noche. Mario (el croata al que le alquilo el cuarto) viene el sábado (hoy es jueves) y aún no tengo lugar para dormir entre el sábado y el jueves 1 de febrero.

Camino hasta la parada del tranvía, meto en el disc man un cd de Crowded House, necesito el refugio momentáneo (la caricia tibia) de la voz de Neil Finn.

“¿Alguna vez te imaginaste esto?
Una picazón que no te podés rascar
la luz que se filtra por la ventana
un insecto que tus dedos torpes no pueden atrapar…
y los escalofrios que te provoca la brisa helada de un día nuevo”

This Post Has One Comment

  1. José Luis Chávez

    Tiene ligereza. Es dinámico pero moderado. Casual
    fluído….Hubiese suprimido el “vos” o el “anda”
    (los Argentinos todo lo apestan) y la parte del negro.Podría Haber sido Musulman A secas y quedaba mejor…en fin…puede mejorar.

    P.S. Los comentarios Prejuiciosos eran broma:-)

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