Conductas en los aeropuertos

El vuelo sale en una hora, y recién se están acomodando los empleados en el escritorio de embarque. Cuesta encontrar asiento, porque los argentinos (y lo sé porque los escucho hablar entre ellos), ocupan varios asientos de más. Apoyan la laptop, la valija, la botella de agua. Ya están los típicos pibitos a los gritos, llorando, porque la mamá les quitó la tablet, no seas caprichoso, y ahora hay que fumarse estas gargantitas con coloratura.

Se anuncia por parlante que empezamos a embarcar, y todos se apuran a hacer la cola. Que no es cola sino un amontonamiento, y encima hay cartelitos para los grupos 2, 3 y 4, pero no para los 5 y 6. Se arma el típico embrollo entre los que están perdidos y ansiosos, y no saben dónde acomodarse, y los que adivinan cosas y las enuncian como si fuera verdad. La fila para el grupo 4 también es para el 5 y 6, dice uno, y varios le creen. Encima, para aumentar la ansiedad típicamente argenta, anuncian que el vuelo está lleno, y piden que 20 personas despachen equipaje de mano de manera voluntaria, así se libera un poco de espacio arriba. Voy yo, y dos más. Aunque sé que después voy a tener que esperar la valija.

Yo soy uno del fantasmático grupo 6, el que no tiene cartel. Y ahora uno dice que hay que hacer cola por el costado. Voy a hacer la cola por el costado, pero la cola por el costado es para los que tienen prioridad. Embarazadas, viejos, enfermos. Le señalo eso a una mujer que está haciendo filo (del grupo 5), y me dice ah, sí, tenés razón, ¿dónde vamos? Le digo que me cuide la valija que voy a preguntar.

Hay 8 empleados brasileños charlando entre sí, riéndose. Le pregunto a dos, y los dos me dicen que ahora embarcan estos, y ahí se hace espacio. Pero la gente quiere saber dónde hacer fila, le digo. No me entiende el concepto. Dos mundos chocas, el argentino QUIERE hacer fila, es un inciso del 14 bis, el derecho del argentino a hacer fila desde cuatro horas antes, y entrenerse vigilando que nadie se te cole, maldición. Le vuelvo a hablar en nombre de “la gente”, parezco Mirtha, pero no me entiendo. Tiene una sonrisa comodín. Y el otro empleado de al lado también. Es así, los brasileños ya tienen porro en la sangre, aunque no lo fumen, los argentinos somos merqueros.

Vuelvo a la cola, y le explico a la señora que esta gente es así, son playeros, son relajados. Nosotros en cambio no queremos esperar sentados, queremos hacer la cola, y apenas tres se levantan y hacen la cola, van todos corriendo, porque qué me estoy perdiendo, se me colan, después no tengo dónde poner la valija.

Nuestra cola es la primera avanza porque es la prioritaria, yo me salgo de la cola, pero el resto, los del grupo 5 y 6 entran todos, haciéndose pasar por embarazadas, viejos y enfermos. Al final arriba hay espacio para las valijas, y sí, el vuelo sale retrasado, mayormente porque nadie parece interesado en los horarios.

En este vuelo barato no te dan comida, sino apenas una medialuna con jamón y queso. Una señora pide manteca. No hay manteca. Gracias que te dan esto. Quiere una medialuna, pero sin jamón y queso. La azafata brasileña le dice que ya viene así, preparado, adentro de una bolsita. La señora refunfuña y dice que es alérgica a la leche. La azafata avanza unos pasos y le dice susurrando al compañero que vaya a buscar de su bolso, que ella tiene un pancito que le quedó del desayno, que lo traiga. El pibe se lo trae, es un pancito adentro de una bolsita, y se lo ofrece a la señora alérgica a la lactosa. La señora lo agarra, la azafata sonríe complacida y sigue. La señora abre el paquetito y examina el pancito como si fuera un pájaro muerto. Lo mete en la bolsita y lo descarta metiéndolo en el bolsillo del asiento de adelante.

Dormito un rato, escucho que ya estamos en descenso, vuelvo a cerrar los ojos, el avión toca tierra, y ahora sí me despiertan de todo los estentóreos aplausos, felices, enfáticos, celebrando que volvemos a Argentina.

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