[4 de Enero de 2003, Buenos Aires, Argentina; otro viaje en taxi]
Son las 3 de la mañana cuando salimos de Glam. Son sólo unas 20 cuadras y podríamos caminar, pero somos 4 y un taxi nos va a salir muy barato. Cuándo más uno los necesita no aparecen, no hay caso. Hay que caminar dos cuadras hasta que aparece uno. Subo en el asiento de adelante, Darío, Viviana y Daniel atrás.
Taxista: ¿Y? ¿Cómo estuvo la noche?
Yo: Complicada para todos. No hay hombres – miro hacia atrás y Viviana me sonríe, Daniel mira por la ventanilla -. No hay hombres… ni para Viviana ni para ninguno de nosotros tampoco.
Taxista: Y sí, está difícil, algo ya va a aparecer, no hay que perder las esperanzas.
Darío me convida un chicle desde atrás.
Yo: ¿Y en el gremio taximetrero cómo está la cosa? ¿Frío, tibio o caliente? ¿Hay hombres?
Taxista: No, no pasa nada tampoco, todo muertísimo. Poca actividad digamos.
Yo: ¿Pero arman reuniones? Bah, no sé, ¿está la asociación de tacheros gay o algo así? ¿Arman fiestas? ¿Se juntan a jugar a la canasta? ¿Arman peñas?
Taxista: Y, algo hay que hacer, juntarnos nos juntamos… pero en el gremio tenemos un problema jodido viste… un obstáculo casi insalvable…
Yo: ¿Cuál?
Taxista: Y, tacheros, todo el día sentados en el auto… ¿me entendés?
Miro hacia el asiento de atrás. Viviana baja la cabeza y sonríe.
Yo: No, no entiendo, explicáme.
Taxista: Hmm, de estar todo el día en el auto… los hemorroides… se complica la maniobra, ¿se entiende?
Yo: Ahhh, ahora sí. Mis condolencias.
Darío intenta frenar la carcajada pero se le escapa un resoplido por la nariz.
Daniel (desde el asiento de atrás): Pero ahora hay una operación nueva, con una pistolita láser, dicen que es bárbara.
Yo: Yo no sé si me animo a que anden jugando a la guerra de las galaxias en mi tujes, pero bueh, sobre gustos no hay nada escrito…
Llegamos a la estación. Los tres del asiento de atrás se apresuran a bajar, y yo me encargo de pagar.
Yo: ¿Cuál es tu nombre? Yo soy Christian.
Taxista: Alberto… mejor dicho: Beto.
Yo: Un gusto, Beto.
Le doy la mano. Me la apreta fuerte. Me bajo del taxi. Camino dos pasos para reunirme con mis amigos, pero giro sobre mis talones y vuelvo hacia el taxi. Beto está todavía ahí, contando las monedas que acabo de darle. Me inclino y meto la cabeza por la ventanilla.
“Gracias por la onda, Beto” y le guiño un ojo. Beto sonríe, me devuelve la guiñada de ojo.
El taxi arranca y avanza unos metros antes de que un brazo regordete se asome por la ventana. Y en la mano un pulgar levantado.
Me gusta mucho la forma tuya de escribir.
Generalmente entro a un blog y no hay forma de que pueda leer demasiado porque me saturo, pero vos sí sabés hacer brillar y valer cada detallito, de manera que no hace falta explicar tanto más (al peor estilo sabiondo-estudiante de psicología, como muuchos sí hacen).
¡Qué bueno!
Tola.-
Si, escribis muy bien.
Salu2