Confesiones

[18 de diciembre de 2004, Buenos Aires, Argentina]

A veces hay que internarse en el bosque misterioso de la vida con la intrepidez de Hansel y de Gretel, dejar caer migas de pan por el camino y confiar en que los pájaros se las coman y así perderse en la oscuridad de los cuentos de los hermanos Grimm. Y encontrar en esa oscuridad una casa hecha de dulces donde vive una vieja malvada y cocinarla al horno, con papas. O quizás esquivar la casa de dulces y descubrir algún nuevo sendero que nos lleva andá a saber dónde, con la esperanza de perderse y de encontrarse.

No se me ocurre mejor metáfora que la del niño perdido en un bosque oscuro y confiando en las migas de pan como único instrumento de navegación para explicar algo que me pasó hace unos diez días. Leí una carta de lectores de La Nación que me irritó, y, como el email del remitente aparecía publicado, decidí contestarla. A la hora recibí contestación y ya no hubo forma de parar: los emails se sucedieron veloces, llenos de acusaciones, confesiones, argumentos y aspavientos. Y ya metido en el calor de la pulseada descubrí que mi interlocutor era el subsecretario de la Conferencia Episcopal Argentina y el secretario de la Asociación Cristo Sacerdote, el grupo que inició acciones legales contra León Ferrari para levantar la muestra (y lo logró, al menos temporalmente).

Pero ya hacía rato que los pájaros se habían comido las migas de pan arrojadas en el camino y no había más remedio que seguir hacia adelante y a oscuras, y terminar andá a saber dónde.

A continuación presento la carta publicada en La Nación seguida de los emails que nos enviamos de ida y vuelta con Eduardo Pérez dal Lago, en orden cronológico. El texto de los emails aparece tal cual fue escrito, sólo se han hecho pequeñas correcciones para mejorar la legibilidad de lo dicho (eliminando errores ortográficos y gramaticales y aclarando apenas algunos puntos difusos). Eduardo me autorizó a publicar lo que aparece a continuación, a través del siguiente texto:

“No me parece mal que los publiques. Siento un poco de confusión, porque la naturaleza de las cosas privadas no es igual que la de las públicas. Cuando uno escribe algo para que lo lea uno o para que lo lean todos toma recaudos diferentes, pero no me parece mal. No hay nada que sea confidencial.

Por otra parte me da un poco de envidia, porque creo que tu debate era más inteligente que el mío. Aunque yo tengo la razón, claro.”

Clarísimo.
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Caridad

[20 de Octubre de 2004, Buenos Aires]

– Llego tarde a ver la Traviatta, che – se impacienta Tiago en el teléfono. Metéte en mi correo y fijate si hay algo urgente, si alguno pregunta por mis servicios mandá el parrafito en el que explico todo.
– Sí, jefe. Si llama la señora, ¿qué le digo?
– Que el señor se fue a ver una ópera con un gato, y que me tenga preparada la comida en cuánto llegue, sino la casco.
– Sí, jefe.
– Basta de decirme “jefe”, putazo. La fantasía de la secretaria en minifalda no te queda bien.
– Que el correo te lo revise tu abuela, entonces.
– Sé buenito. Me tengo que ir que me están esperando, después hablamos.
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La otra endogamia (2)

Una regla útil: no escribir si no sabés que querés decir. Violé esa regla en el artículo “La otra endogamia”, que publiqué días atrás. En realidad sólo escribí una frase al final de una cita de Norman Mailer, y con eso alcanzó y sobró para que no se entendiera nada de nada.

Confieso que en ese momento pensé que sí sabía lo que quería decir. Ahora me doy cuenta que no; que más que una idea, lo que me perseguía era un malestar, una picazón. Trataré de explicar de qué hablo.
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El llamado de la selva

[10 de Octubre de 2004, Buenos Aires. Este texto fue escrito originalmente en inglés; lo que sigue es una traducción al castellano.]

Años de traducir canciones de The Smiths, seis años viviendo en USA y por fin puedo sacarle jugo a mi inglés como corresponde.

Voz en mi celular: Mi nombre es James. Vi una página en la internet que me interesó… le mandé email a Tiago y él me dijo que te llamara porque él no habla inglés.
Yo: Bien, él está conmigo acá, le puedo traducir cualquier pregunta que tengas para él.
James: Bueno, somos dos, yo y mi amigo Rob.Nos vamos a quedar en el hotel Hilton en Buenos Aires, el servicio sería por una hora… ¿cuál es la tarifa?
Yo (después de consultar a Tiago): Son 100 dólares.
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Actuar para vivir

[18 de Septiembre de 2004, experimentando fuera de Puto y aparte]

Hace unas semanas decidi experimentar con textos alejados del formato de este weblog. Ese vagabundeo me llevo hacia el lado de la ficcion y el travestismo: decidi escribir la historia de una mujer de 30 anios y armar un weblog con ese material.

Me sente a escribir y de un tiron salio esto que aparece mas abajo. Arme el weblog en blogger (actuarparavivir.blogspot.com), parti el texto en tres y lo publique. Decidi no publicitar el weblog, no explicar que el weblog era ficcion y yo era su autor y ver que pasaba… pero lo cierto es que lo que escribi tiene tanto envion que me resulto imposible bajar un cambio y continuar la historia.

Esta chica parece a punto de convertirse en asesina serial o en la Linda Blair de El Exorcista. Pero igual me sigue cayendo simpatica.

Y por eso publico aca el primer capitulo de su biografia. Y quizas, quien te dice, me vuelve la inspiracion y saco este weblog de la incubadora.
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Cinema verité

[25 de setiembre de 2004, 6pm, Buenos Aires, haciendo compras en el Coto]

– ¿Sabés que van a hacer la historia de mi vida en televisión?

Estamos frente a la góndola de galletitas y Tiago no se decide entre las vainillas y las bay biscuits.

– “Disputas” ya se hizo, y no le fue muy bien… no sé si la pantalla chica está lista para otra historia de prostitución… – sugiero, incrédulo.

– En serio te digo. Pablo Echarri va a hacer de mí.
– ¿Por? ¿No consiguieron a Osvaldo Laport? Vos tenés una onda más Catriel, un Catriel wichi…
– No te hagas el pelotudo.
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Podés dejarte el sombrero puesto

Salimos de La Madeleine y son las 3 de la mañana. El avión de Robert sale a las 6 am y ya no tiene sentido dormir: hay que hacer tiempo hasta que se hagan las 4. Es lunes y por lo tanto no hay muchas opciones. Punto G, sugiero yo, suele haber un show de travestis y strippers, y de última tomamos algo. A todos les parece una buena idea.

Cuando llegamos al lugar nos encontramos con pésimas noticias. No hay show; no hubo show: no hubo suficiente gente. El bar está casi desierto, apenas un barman, la dueña y la Sanders. La Sanders es un transformista que ya vimos un par de veces: canta canciones sufridas e intensas, vestida con ajustadísimos trajes emplumados (ella los diseña, se los cose la madre).
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